Después de años de dolor y muerte, la vereda Llanogrande se levanta y tiende su mano a la reconciliación
Bibiana Ramírez – Agencia Prensa Rural
Dadeiba es tal vez de los municipios de Antioquia más golpeados por la violencia. Está ubicado al occidente del departamento y le llaman la puerta al Urabá, aunque también podría ser la puerta al terror, por los asesinatos, desplazamientos y sufrimientos que cada campesino tiene para contar. En 1996 entró el paramilitarismo y se presentaron las primeras masacres.
Pero antes de eso, Dabeiba era una tierra próspera. “Esto aquí antes producía todo tipo de frutas, una tierra muy fértil. Uno salía de la vereda y en toda parte le compraban lo que llevara, en un almacén, en una tienda, hasta en una cantina. Le encargaban a uno las docenas de frutas. Contaba uno la plata y decía: ya tengo con qué mercar”, recuerda Judith, presidenta de la junta de acción comunal de la vereda Barrancas.
Cuentan que los sábados y domingos el pueblo se llenaba tanto que casi no había por dónde caminar. Pero en el 99 la población se redujo a la mitad, ya que el asedio paramilitar los hizo salir. La mayoría se desplazó a Medellín, otros murieron y muy pocos se quedaron, pero también sufrieron la ofensiva. “Nos tocaba dormir en el monte, no hemos podido recuperarnos de la guerra”, dice un hijo de Judith.
Llanogrande es una vereda que estuvo en medio del fuego cruzado. Hoy las cosas han cambiado, pues allí hay una zona veredal transitoria de normalización y los campesinos solo quieren la reconciliación.
Luis sobrevivió para contar
Un campesino alegre, dispuesto a contar cómo sobrevivió a la guerra. Vivía en la vereda Cañaveral. Tuvo que desplazarse a Medellín con su familia. A los dos años no aguantó más, le hacía falta el campo y regresó, pero esta vez a Llanogrande.
Los paramilitares en Dabeiba andaban en una camioneta blanca, entraban a las casas, sacaban a la gente y se los llevaban sin regreso. A algunos les robaban hasta los zapatos. Tres hombres estaban apoderados de todo allí: Conrado, Pelusa y Escalera. Este último tenía un retén en la Ye, donde se dividía la carretera para Urama y Llanogrande. Picaba a los campesinos y los tiraba al río. “Escalera era un hombre muy mentado, muy malo. Era grande y gordo. Cierto día nos reunió a toda la gente de varias veredas en la Ye. Sacó una lista larga con nombres y dijo que iba a empezar a tachar esa lista”, recuerda Luis.
A los ocho días, Luis iba para el pueblo y cerca de la Ye salieron varios guerrilleros y les dijeron que se tenían que quedar ahí hasta nueva orden. “A nosotros nos apilonaron como el ganado al pie de un árbol. Llegó un comandante y nos dijo que lo que pasaba era que nos iban a quitar un tropiezo en estas veredas. Más adelante, en todo el puente había una fila de unos 15 paras muertos y traían a Escalera arrastrando por el suelo, muerto. Nos dijeron que le iban a hacer lo mismo que nos hacía a los campesinos, y nos dejaron ir”.
“Yo estaba en el pueblo cuando pasó una camioneta, paró y me cogieron. Todos sabíamos que eran paramilitares. Me logré soltar y me escondí en una farmacia. Ahí un soldado me protegió. Esos hombres me siguieron toda la tarde. Un primo mío había escuchado unos tiros y había dicho que me habían matado. Ya la noticia estaba regada por la vereda. Al otro día llegué, mi familia no la creía”.
Luis dejó de ir al pueblo. Era su esposa quien iba a mercar cada ocho días. Hace tres años volvió a salir. Esos mismos hombres que lo persiguieron le mandaban saludes. “Yo una vez, ya con rabia, les mandé a decir que cuando quisieran subir que lo hicieran, que les mataba una gallina que estaban muy gordas. ¿Qué hice yo? Me conseguí una pistola para la defensa. Nadie subió. Después vendí ese revólver”.
Después Luis fue detenido por el Ejército, según ellos, porque era el comandante del Quinto Frente de las FARC. “Yo iba a echar el agua. Me coge un soldado y me dice que estaba detenido, que no me moviera. Descargué la pala, me amarraron y me llevaron para la corraleja. A las dos de la tarde vino el helicóptero y me llevaron al pueblo, para el calabozo. Estuve ocho días ahí y nunca me comprobaron nada”.
En otra ocasión Luis estaba ordeñando las vacas, pues trabajaba de mayordomo en una finca. “Eran las cuatro de la mañana, estaba yo agachado, con el balde en el suelo. A lado y lado había dos hombres con camuflado. Yo levanté la cabeza y estaba rodeado. Me chuzaban la barriga con el fusil. ‘Ordeñe esa vaca ligero’, me dijeron. Y me pidieron la leche. Eran paramilitares. Bajaban del Águila, otra vereda. Allí ya habían matado a Juan. Se tomaron la leche y se fueron. A las seis teníamos que llevarla al lechero, cerca de la Ye. Fui con mi hijo. Cuando llegamos nos dimos cuenta que habían matado al lechero. Ese día hubiésemos sido tres los muertos”.
La madre de Llanogrande
Carmen es morena, de baja estatura. Su sonrisa revela timidez. Vive en un altico de donde se divisa toda la vereda. Al lado de su casa hay una bandera blanca que el viento no para de ondear. Desde las cinco de la mañana está en la escuela para trabajar por la comunidad en un restaurante comunitario que administra un grupo de mujeres.
Hace diez años las FARC mataron a su esposo. Era el presidente de la junta de acción comunal. Esa muerte quedó en silencio y dejó sin padre a dos niños y a toda una vereda acobardada. “Eso fue a las seis de la tarde. Escuchamos los tiros, cerca de la quebrada. Nos quedamos paralizados. Al ratico vinieron dos guerrilleros y nos dijeron que fuéramos a una reunión ahí en la carretera. Llegamos todos. Nos dijeron que ahí estaba el muerto. Que los mismos chismes fueron los causantes”, cuenta Ana, una vecina.
Carmen no es capaz de hablar del hecho. Quedó con una finca de 17 hectáreas, de las cuáles ocho están alquiladas al Gobierno para la zona veredal. Ella propone que alquilen toda la finca, pues ya se ha deteriorado un poco con los 250 guerrilleros viviendo ahí.
Le pregunto por su sentimiento hacia la guerrilla. “Esa es una pregunta que me han hecho varias veces. Pero sabes, yo perdoné desde ese momento, lo que hice fue entregarme al trabajo en la comunidad y a mis hijos, siguiendo el ejemplo que daba mi esposo. Esto que está pasando hoy es por algo, nos tenemos que reconciliar para que haya paz, en mi corazón no existe el odio”.
Mientras estamos conversando llegan la guerrilla y el Gobierno, después de dar una caminada por los linderos de la finca, para terminar de definir el contrato. Les da fresco para calmar la sed. Uno de los guerrilleros más viejos mira para dentro de la casa, ve una foto de Carmen con su esposo y su rostro se torna nostálgico. Ella los atiende con humildad y ellos agradecen.
“Después de que Carmen quedó viuda, entre todos tratamos de ayudarla. Todavía le decimos que cualquier necesidad estamos a la orden. Ella es la madre de Llanogrande. Es muy comunitaria. Para todo está dispuesta, colabora, trabaja”, afirma Ana.