El 20 de julio: Más allá del discurso nacionalista

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Cuadro de la Reyerta del 20 de Julio de 1810, autor Pedro Alcántara Quijano. Colección Museo de la Independencia, Casa del Florero.

Para entender los sucesos de 1810 debe considerarse que la Independencia fue un proceso nacional, continental y trasatlántico porque lo ocurrido fue consecuencia de los hechos políticos en Europa

Alejandro Cifuentes

El 20 de julio no ha sido conmemorado siempre como el “día de la independencia” de Colombia. Esta fecha no se volvió “fiesta nacional” sino hasta el siglo XX, cuando, en aras del centralismo consignado en la constitución de 1886, el gobierno decidió imponer la idea de que los sucesos ocurridos en Bogotá en 1810 constituían la fundación de la Nación colombiana.

Ese día, los criollos de la capital, la élite americana descendiente de españoles, amparados en la movilización popular, formaron la Junta de gobierno de Bogotá, la cual no declaró la independencia de España.

Pero con ello no queremos indicar que lo ocurrido en julio de 1810 fuera intrascendente. La aparición de las juntas de gobierno fueron el primer paso en el proceso de independencia, en el cual confluyó el malestar de varios sectores sociales con la administración colonial, y que ya se había reflejado en movimientos como la Rebelión de los Comuneros en 1781.

Además, en las juntas de gobierno se expresó una idea revolucionaria: que la legitimidad del poder político reside en el pueblo y no en Dios.

Vacío de poder y Juntas de gobierno

Para entender lo acaecido en 1810 se debe considerar que la independencia no fue un proceso meramente nacional, sino continental y trasatlántico, y que lo ocurrido en América se relacionaba con los sucesos europeos.

A principios del siglo XIX España atravesaba una crisis política por cuenta del enfrentamiento entre el rey, Carlos IV, y su hijo, Fernando VII, por el control del trono. La crisis se agravó en 1808, cuando los franceses ocuparon la península Ibérica. Estos eran años difíciles en Europa: desde el estallido de la revolución francesa en 1789, se habían sucedido una serie de guerras, pues las coronas absolutas buscaron ahogar en sangre al régimen revolucionario.

En medio de estas guerras, Napoleón Bonaparte, que ganó fama por sus acciones militares en defensa de la Revolución, dio un golpe de Estado en 1799 y reemplazó la República con el Primer Imperio. Bonaparte, escudado en la defensa de los valores revolucionarios, emprendió una guerra contra las coronas absolutas europeas. España, aliada de Napoleón, le permitió a los ejércitos franceses atravesar su territorio para invadir Portugal. Pero el emperador francés aprovechó el paso de sus ejércitos por España para ocupar este reino.

Fernando VII y Carlos IV acudieron a Napoleón para que arbitrara la disputa por el trono. Pero cuando los españoles llegaron a Francia, Bonaparte los apresó y los obligó a abdicar en favor de su hermano, José Bonaparte.

El pueblo español se levantó en armas para luchar contra el invasor francés, y para coordinar políticamente la lucha fueron surgiendo juntas de gobierno que administraban el poder en nombre de Fernando VII, reconocido como legítimo rey. Sin embargo, estas juntas operaban con cierta autonomía, lo que constituía una amenaza para la monarquía absoluta. Por ello se conformó una Junta Central -que funcionó en Sevilla y Cádiz-, la cual buscaba salvar el riesgo de la autonomía centralizando el poder y garantizando la lealtad al monarca.

Juntas de gobierno en América

América, como parte integrante del reino español, sería gobernada por la Junta Central. El gobierno provisional ibérico les concedió representación a los americanos en este espacio, lo cual era posible porque ahora los territorios americanos no serían considerados colonias sino partes integrales del reino. La Junta Central estableció que América enviaría diez representantes, uno por cada virreinato y capitanía existentes.

Los americanos vieron la oportunidad para reclamar su lugar en el reino. La Nueva Granada escogió como representante a Antonio de Narváez y Latorre, que recibió instrucciones escritas desde varios cabildos del virreinato, y entre estos documentos estaba el llamado Memorial de Agravios de Camilo Torres Tenorio. Una idea transversal a las instrucciones de Narváez fue la de que los súbditos tenían voz y voto en el gobierno, en tanto el pueblo era la fuente última de toda autoridad.

Pero los americanos también consideraban que su representación era inequitativa y esto generó conflictos con el gobierno provisional español. Ante lo que consideraban una injusticia, los criollos desconocieron la legitimidad de la Junta Central para gobernar en América, y comenzaron a formar sus propias juntas de gobierno autónomas, lo que era considerado por las autoridades españolas como una contravención.

Las primeras juntas americanas se formaron, sin mucho éxito, en 1808. Pero entre 1809 y 1810 muchas ciudades lograron afianzar sus gobiernos autónomos desafiando a las autoridades coloniales. En la Nueva Granada la primera ciudad en crear una junta estable fue Quito. En 1810 siguieron su ejemplo Cartagena, Cali y el Socorro. Estas juntas reconocían la autoridad de Fernando VII, pero no de la Junta Central que en la península decía representarlo. Sin embargo, las autoridades coloniales en América se mantenían leales al gobierno provisional de España, y por ello persiguieron los movimientos autonomistas.

El 20 de Julio de 1810

A pesar de las juntas creadas en la Nueva Granada, el virrey Amar y Borbón seguía incólume, y desde Bogotá había coordinado la represión de la Junta de Quito. Así que los criollos bogotanos conspiraron para formar una junta en la capital. Para ello escenificaron una pelea con un comerciante español el viernes 20 de julio. Aquel era día de mercado en la plaza central, ahora conocida como Plaza de Bolívar, y los conspiradores esperaban amotinar a la gente exacerbando los ánimos contra los peninsulares para imponer al virrey una junta autónoma.

Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Pero los criollos, que no planeaban darle voz al pueblo, se vieron forzados a escuchar a la gente, que era lo único que les impedía a las autoridades coloniales reprimir al movimiento autonomista. José María Carbonell, junto con otros radicales conocidos como “chisperos”, acudieron a los arrabales de la ciudad para movilizar a los sectores populares, que se trasladaron en la noche a la plaza para exigir que las autoridades de la ciudad sesionaran de cara al pueblo. Presionado por la gente del común, el virrey aceptó la Junta y autorizó el cabildo abierto.

La élite criolla, temerosa de un movimiento revolucionario más profundo, invitó a Amar y Borbón a presidir la Junta, y en el acta de creación, dejó en claro su lealtad a Fernando VII. Sin embargo, el pueblo y los radicales chisperos llevaron la revolución un paso más allá. Los días siguientes la movilización popular continuó, la gente exigía la expulsión tanto del virrey como de los altos funcionarios de la Junta de gobierno, así como su encarcelamiento.

Se proyecta la independencia

Pese a la moderación de los criollos, la creación de juntas fue el primer paso para la ruptura total con la monarquía. Las juntas comenzaron a declarar la independencia absoluta de España desde 1811, a la vez que iban formando regímenes republicanos basados en constituciones. Pero este proceso no se dio de manera centralizada. Ciudades como Bogotá, Tunja, el Socorro, formaron pequeños estados que terminaron enfrentándose militarmente entre sí para ver qué ciudad lograba imponer su autoridad sobre las demás.

Personajes como Simón Bolívar comprendieron que la independencia dependía de la unidad de todas las fuerzas del continente, pues mientras prevalecieran en América reductos españoles la existencia de las jóvenes repúblicas estaba amenazada. Esta idea guió la lucha emprendida por Bolívar, la cual se consumó en 1824 con la victoria en Ayacucho, donde confluyeron ejércitos neogranadinos, venezolanos, rioplatenses y peruanos para aplastar la última resistencia realista en el Nuevo Mundo.

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