Los gobiernos de los últimos 50 años se han opuesto a una reforma estructural que promueva un modelo de desarrollo independiente de la coyunda imperialista, y que implique una mayor distribución de la riqueza
Carlos Fernández
El resultado de la actividad económica del país durante 2020, medida por el deficiente indicador de la variación del Producto Interno Bruto –PIB–, no presentó ninguna sorpresa. Tal como se esperaba, hubo un decrecimiento sustancial del 6,8% de la producción y del gasto, al comparar los flujos anuales respecto a 2019. El análisis oficial de este comportamiento ha estado más centrado en los aspectos coyunturales de la economía –buscando mostrar una recuperación sustancial entre períodos cortos (trimestres), con miras a justificar el manejo de la pandemia y las medidas de política tomadas o anunciadas– que en introducir reformas necesarias para lograr una auténtica reactivación, sobre bases estructurales diferentes a las que han caracterizado la economía colombiana.
Pero no se le pueden pedir peras al olmo. La evolución de la economía nacional venía, antes de la pandemia, mostrando signos de debilitamiento que se exacerbaron con la misma. De ahí que no deba sorprendernos el comportamiento sectorial del valor agregado que muestran los datos para el año 2020.
El desastre por sectores
Lo primero que hay que anotar es que la industria manufacturera se hundió de manera estruendosa. Decreció 7,7% respecto a 2019, año en que había alcanzado un magro crecimiento de 1,2% respecto a 2018. Las industrias textil y metalúrgica presentan disminuciones estruendosas, lo que explica, en gran medida, el comportamiento del desempleo, que, al finalizar enero del presente año, alcanza cotas superiores al 17%.
También, dentro de la industria manufacturera, se destaca la disminución notable de las industrias química y petroquímica. Seguramente, el proceso de desindustrialización que se ha llevado a cabo en el país desde el gobierno de César Gaviria va a verse impulsado en esta ocasión si no se elabora una política que invierta la tendencia y que reintroduzca al país en un acelerado proceso de industrialización, cosa que no se puede esperar de este gobierno.
Al examinar la otra gran fuente de riqueza material, la agricultura, se observa que éste fue uno de los pocos sectores que presentó un crecimiento positivo de 2,8% en 2020. Este crecimiento se fundamentó en la agricultura principalmente campesina, aunque el café sufrió un decrecimiento importante de 10,5%. Esta situación se presenta a pesar de la negativa del Gobierno y de sus áulicos de implementar del primer punto del Acuerdo de Paz sobre reforma rural integral y del aumento de la violencia contra los líderes campesinos e indígenas.
La construcción fue otro sector golpeado en el año de la pandemia. Su valor agregado decreció un 27,7%, destacándose el hundimiento de los proyectos de infraestructura (carreteras y otras obras de ingeniería civil). Este comportamiento incide en la elevación del desempleo.
Leña al fuego
Por su parte, el comercio, que, si bien, no es generador de riqueza, sino que contribuye a la circulación de los bienes y servicios producidos internamente o importados, decrece 15,1% y constituye otro factor que le añade leña al fuego del desempleo. Aquí se localiza, en gran medida, esa enorme masa de fuerza de trabajo que vive del llamado rebusque y que está entre los más golpeados por las limitaciones a la movilidad y las cuarentenas.
La explotación de minas y canteras –que incluye la extracción de petróleo, carbón y otros minerales metálicos y no metálicos, que genera poco empleo y que está estrechamente ligada al capital transnacional– tuvo un decrecimiento notable de 15,7%, destacándose la disminución en la extracción del carbón. De ahí el anuncio de la empresa Prodeco, filial de la transnacional suiza Glencore (que, también, es socia de la empresa que explota el Cerrejón) de retirarse de la extracción de carbón en La Jagua y Calenturitas.
Cabe señalar que dentro de la necesaria transformación energética que debe hacer el mundo para combatir la contaminación y el cambio climático, la suspensión de la extracción de carbón es indispensable. Sin embargo, a pesar de anuncios aislados, el gobierno nacional no ha implementado una política al respecto. Prodeco anunció un plan de retiro voluntario de sus trabajadores en condiciones supuestamente superiores a los mínimos que exige la legislación colombiana. Habrá que ver qué exigencias le hace el gobierno nacional de aprobarse la solicitud de retiro.
No podemos, en esta apretada panorámica, dejar de mencionar que el sector financiero y de seguros tuvo un incremento en su actividad (no en valor agregado porque son sectores que no agregan valor sino que facilitan la circulación de los valores creados en el área productiva de la economía) de 2,1%. Una noticia reciente señala que los bancos disminuyeron sus utilidades en 52,9% respecto a 2019 pero se trata, en gran parte, de un movimiento contable, toda vez que (en la medida en que se otorgan menos créditos que están respaldados por activos desvalorizados, lo cual es, también, producto del desbarajuste de la pandemia y de la fragilidad del sector productivo y de servicios) es necesario elevar las provisiones por concepto de riesgo de cartera.
Lo que indican estos comportamientos
Una síntesis del análisis sectorial de la economía podría hacerse en los siguientes puntos:
- Antes de la pandemia, ya se venían observando síntomas de debilidad económica que ponían en evidencia la falta de un sólido aparato productivo en Colombia. Éste es un fenómeno que caracteriza la evolución de la economía internacional en las épocas del neoliberalismo y que afecta a los países que sufren una gran dependencia respecto al capital transnacional.
- La estructura de poder y de clase vigente en el país apunta a reforzar tal dependencia. Los gobiernos de los últimos 40 o 50 años se niegan a reconocer la necesidad de unas reformas estructurales que pongan al país en la senda de un desarrollo independiente de la coyunda imperialista, que implique una democratización de la propiedad y de la producción.
- Colombia no está preparada para cumplir los compromisos que ha adquirido en materia de desarrollo sostenible y de lucha contra el cambio climático. Se ha alineado con lo más atrasado de la política y la economía mundiales, en busca de unos beneficios ínfimos para el sector más mezquino y más violento de la élite de poder.
- Por lo anterior, parte de lo que se juega en las elecciones de 2022 es una visión comprehensiva, holística, con énfasis en lo popular, del desarrollo económico, social y ambiental del país frente a una concepción miope, estrecha, plutocrática y autoritaria del poder para la que el largo plazo son las próximas elecciones. No podemos decir que está en juego el socialismo. De lograrse un gobierno que le apunte a las transformaciones que el momento exige, estaríamos hablando de un estadio del desarrollo que es, a la vez, parte de la lucha por un nuevo modo de producción y paso esencial para lograrlo. No será fácil de alcanzar pero si no buscamos esas transformaciones, el socialismo será una utopía irrealizable.
La economía desde la perspectiva del gasto
El comportamiento de la economía se mide desde dos perspectivas: la de la producción, que es la que hemos comentado, y la del gasto. Las cuentas oficiales miden éste en cuatro grandes rubros: consumo (de los hogares y del gobierno), inversión, exportaciones e importaciones. El gasto equivale, numéricamente, al producto.
La demanda interna, compuesta por los gastos de consumo y la inversión, se redujo en 7,6% en 2020. La inversión fue la principal responsable de este descenso, al reducirse en 21,2% el año anterior. Mientras los hogares disminuían su consumo en 5,8% ante la pérdida de ingresos, el consumo del gobierno se incrementó en 3,4%, producto de los mayores niveles de endeudamiento alcanzados para financiar los no muy elevados gastos adicionales que se vio obligado a asumir para financiar los pobres y precarios programas de apoyo a las familias (ingreso solidario) o a las empresas (apoyo a la financiación de una parte menor de la nómina).
En cuanto al comercio exterior, las exportaciones y las importaciones se hundieron. Las primeras, por el descenso en la demanda y en los precios del petróleo y del carbón y, las segundas, por falta de capacidad de compra y de oferta solvente en el país. No había suficiente demanda para los productos importados.
De manera irreflexiva e irresponsable, el Ministro de Hacienda había señalado en el Marco Fiscal de Mediano Plazo (MFMP) presentado en julio que, si bien la economía caería en 2020 en 5,5% a causa de la pandemia (se pifió en 1,8% respecto al resultado observado), en 2021 crecería en 6,6%. Este comienzo de año no da muchas esperanzas de que estas previsiones se cumplan. La reactivación está lejana, mucho más si lo que sólo le interesa al gobierno nacional y a la clase que lo sustenta es disminuir el déficit fiscal gravando los artículos de primera necesidad. Así no llegamos a ningún Pereira.
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