El 6 de noviembre de 1985 fue una de las noches que marcó la historia de Colombia. Familiares de dos víctimas, Jaime Beltrán y Rosa Castiblanco, quienes eran empleados de la cafetería del Palacio de Justicia cuentan su historia de búsqueda infatigable de la verdad
Sofía de la Hoz
Escuchar a una mujer como Pilar Navarrete narrar que, como consecuencia de la desaparición de su esposo, “he perdido toda mi dentadura y comencé a sufrir de insomnio, de tal forma que 35 años después, duermo 3 o 4 horas cada noche”, impacta. Pilar que, en 1985, año de la llamada toma y retoma del Palacio de Justicia tenía 20 años y cuatro hijas, buscó los restos de su esposo, Jaime Beltrán Fuentes, por 32 años, hasta encontrarlo.
Otro caso de mujeres que regresan cada noche desde sus desvelos al Palacio, es el de Inés Castiblanco, quien sufrió la desaparición de su hermana Rosa y a pesar de haber encontrado su cráneo y enterarse de que murió calcinada en el cuarto piso, el no saber cómo ocurrieron los hechos, ni por qué aparecieron sus restos en un área tan lejana a su puesto de trabajo, sigue siendo una pesada carga. Al momento de la desaparición la hermana de Inés tenía 32 años y ocho meses de embarazo. Jaime y Rosa eran empleados de la cafetería del Palacio de Justicia, ubicada en ese entonces en un sótano del lugar.
Buscadoras de la verdad
Estas dos mujeres Pilar e Inés, hacen parte del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado, Movice, 35 años después siguen construyendo memoria y buscando verdad, junto a otras víctimas que sufrieron, al igual que ellas, el horror de la desaparición y del asesinato de seres queridos en este doloroso episodio de la historia colombiana, lleno hasta hoy, de preguntas, dudas y sombras.

Narra Pilar que “a los quince días de la desaparición de mi esposo comencé a trabajar en la cocina de un restaurante en el centro de la ciudad, tenía que pelar tantos kilos de papa que las manos me sangraban y me salían ampollas, los dientes, fruto del estrés, se me caían como si fueran de papel. El ofrecimiento que recibí al cumplirse el primer año de la desaparición de mi esposo, por parte de familiares de este fue el de que les entregara a mis hijas y que ellos las criarían, propuesta a la que me negué rotundamente”.
A pesar de su dolor y de todas las dificultades económicas y de salud que afrontó asumió la situación y hoy siente la satisfacción de haber logrado mantenerse como una familia. A través de lo vivido encontró en su interior una fuerza descomunal que no le permite amilanarse y que le ha permitido denunciar la desaparición forzada en Colombia en espacios internacionales y también dentro del país.
Encuentro por una causa
Pilar e Inés se conocieron en Medicina Legal el 9 de noviembre de 1985, tres días después de los hechos del Palacio, y desde hace tres años hacen parte del proyecto de creación teatral El Palacio arde. Afirman que el arte les ha servido como canal para sanarse, pero también para no permitir que el olvido borre lo ocurrido.
Al hablar de su hermana, Inesita recuerda los sueños donde ve a Rosa regresando sonriente a casa. Narra que “en noches de insomnio imagino más de una forma en la que pudo darse la muerte de mi hermana, en qué habría pasado si hubiera cedido a la insistencia por parte de miembros de mi familia, para que no siguiera indagando sobre el paradero de ella”. Dice también que extrañar a Rosa al preparar un almuerzo de domingo, o al tomarse un café, es una de las tantas formas de seguir amándola.
Ellas hablan de la diferencia que hace en las personas el tener un familiar desaparecido o el saber que murió, aunque haya sido asesinado, el tener una tumba o la certeza de un rito con los restos. En el caso de Pilar cuando aparecieron los restos de su esposo en la tumba en Barranquilla del magistrado auxiliar Julio César Andrade, pudo darles a los padres de Héctor Jaime la tranquilidad de dónde estaba su hijo, a sus hijas la certeza de la muerte de su papá y una tumba a donde llevar flores.
Para Pilar fue el poder enfocar la búsqueda de la verdad de lo que ocurrió y el dejar de pensar, como lo hizo por años, en cuánto sufrió su esposo, en cuántos días habría agonizado, en si lo habrían o no torturado, en porqué le dispararon dos veces en la cadera. Inesita se pregunta desde su rostro amoroso y lleno de incertidumbre si el bebé de su hermana murió allí, si sufrieron tortura. Recuerda la ropa que le habían comprado al bebé y que, como en esa época las ecografías aun no existían no tenían la certeza de si era niña o niño, para ambas encontrar los restos fue el fin de su propia tortura.
La fuerza
Pilar e Inés han sido asertivas al transformar su dolor en fuerza vital, hablan de la necesidad de pensar en la salud mental de la sociedad colombiana, debido al daño causado por la guerra, el miedo y el silencio que en muchas ocasiones se impone.

A pesar de lo que han vivido, la ternura de Inesita y la alegría de Pilar transmiten esa certeza de que una Colombia mejor es posible. Al preguntarles qué creen que necesita el país para avanzar, Inesita hace énfasis en la justicia y en un cambio en el accionar policial citando casos como el asesinato de Dilan Cruz. Pilar hace especial énfasis en la educación hasta el nivel superior gratuita y de calidad, tal y como existe en países como Argentina o Alemania, habla, además, de la necesidad de reconciliación y del derecho a la vida, de vivir sin amargura.
Ambas insisten en su deseo de encontrar verdad sobre lo sucedido, de su preocupación por que otras familias, otras mujeres no tengan que pasar por circunstancias similares; sobre la necesidad de crear conciencia en la no repetición del conflicto y sus formas violentas, avasallantes.
Nos dicen también que encontrar verdad sobre sus familiares les ayudó a ellas a descansar en paz, gracias a gente buena como el doctor Umaña Mendoza, que su asesinato fue un hecho de revictimización sobre ellas y todos los familiares de quienes murieron en el Palacio, y que saber quién dio la orden de lavar el Palacio a tres días de la retoma sigue siendo parte de lo que les gustaría lograr.
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