44 balazos y una canción

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Víctor Jara.

Ricardo Arenales

En fallo judicial de 342 páginas, el ministro en visita para causas por violaciones de los derechos humanos de la Corte de Apelaciones de Santiago, Miguel Vásquez Plaza, condenó a nueve oficiales en retiro del ejército chileno por su participación en los delitos de tortura y homicidio, contra el reconocido cantante de música popular Víctor Jara, y el entonces director de Prisiones, Littré Quiroga, ambos militantes del Partido Comunista de Chile.

El contenido del fallo judicial se conoció hace un par de semanas, casi 45 años después del crimen. Los imputados son Hugo Sánchez, Raúl Joffré, Edwin Dimter, Nelson Haase, Ernesto Bethke, Juan Jara, Hernán Chacón y Patricio Vásquez, que deberán pagar pena de prisión de 15 años y un día, en su calidad de autores materiales. Y una pena adicional de tres años por el delito de secuestro simple. El oficial Rolando Melo, deberá purgar cinco años y un día, como encubridor de los homicidios.

Para el momento de su muerte, Víctor Jara se había convertido en un símbolo de la música protesta chilena y latinoamericana. Después de haber sido sometido a crueles torturas y roturas de los huesos de sus manos, en un acto bárbaro de venganza de los militares por el contenido de sus canciones, fue asesinado el 15 de septiembre de 1973, cuatro días después del golpe militar fascista del general Augusto Pinochet contra el gobierno socialista de Salvador Allende.

Nunca dejó de cantar

En la investigación judicial se logró establecer que los verdugos, después de someterlo a crueles torturas, le propinaron 44 disparos de pistola 9 milímetros, crimen que cometieron en uno de los pasillos del Estadio Chile, un campo deportivo que fue habilitado como centro de reclusión por la dictadura. A su compañero Littré Quiroga, le propinaron 23 impactos de bala.

Testigos de los hechos indicaron por su parte, que durante las breves horas en que Víctor Jara estuvo en prisión, y casi combinando el tiempo con las sesiones de tortura, en varias ocasiones cantó sus canciones preferidas, para hacer más llevadero el momento. Incluso en el último instante, cuando lo separaron de sus compañeros, antes del crimen, se despidió de ellos con una sonrisa. Se le veía confiado, con la misma actitud de dignidad que caracterizó a la mayoría de los presos de la dictadura.

Embajador cultural

De origen campesino, heredó de su madre la afición por la música. A los quince años quedó huérfano y viajó a Santiago. En 1957 ingresó en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. En esa época conoció a Violeta Parra, otra cantautora de prestigio internacional, que lo acogió como su discípulo. En 1960 recibió el título de director teatral, en tal condición puso en escena varias obras y al poco tiempo fue galardonado con el Premio Laurel de Oro, como mejor director del año.

En 1968, Jara dirigió a la prestigiosa agrupación musical Los Quilapayún. Por esa época había ingresado a las Juventudes Comunistas de Chile, fue un decidido activista durante las campañas por la presidencia de Salvador Allende, y ya durante el gobierno socialista fue designado embajador cultural de Chile en el exterior.

El cuerpo de Jara, después del magnicidio, fue arrojado a un campo escarpado, junto a los de otros camaradas, cerca del cementerio general, como N.N. Horas después, fue identificando en una romería de familias, que buscaban a sus familiares dentro de la pila de cadáveres que cotidianamente aparecían en esos días de afianzamiento de la dictadura. Los militares que consumaron el crimen, quizá creyeron que al arrebatarle la vida, borrarían su legado. Pero jamás las canciones y la sonrisa de Víctor Jara dejarán de acompañar a las nuevas generaciones.