
El Gobierno nacional ha reactivado todos los frentes económicos en medio de la peor crisis que deja la pandemia
Pablo Arciniegas
En Colombia, hoy 20 de junio, fecha en la que se escribió este artículo, se reportaron 599 muertos por covid-19. A este ritmo, es decir, con una positividad acumulada del 24,9 % (de cada 100 colombianos, 25 están contagiados), no sería exagerado pensar que a finales de julio sean 700 fallecidos por día y 800, antes de que se acabe agosto. Los mil muertos podrían llegar más temprano, empezando octubre, y lo preocupante es que esta tendencia no tiene pinta de aplanarse y, a parte, nos sitúa en el octavo puesto de países del continente con más muertos por millones de habitantes, por debajo de Costa Rica.
Las cifras, vale la pena aclarar, son del Instituto Nacional de Salud, INS, que recopila y actualiza los datos del Ministerio de Salud y de las IPS, EPS y hospitales, así que es muy posible que haya un subregistro, sobre todo, por la histórica falta de centros médicos en los territorios más alejados y pobres. Sin embargo, con esta información basta para reconocer que el peor momento de la pandemia en Colombia persiste, aun cuando según el observatorio del hospital John Hopkins, más de 14 millones de dosis de vacunas han sido aplicadas en el país.
Nunca ha sido una curva
El comportamiento de los contagios y las muertes en Colombia por covid, desde la segunda y tercera semana de marzo del 2020 (fecha cuando llegó el virus), es ascendente y ahí se ha mantenido desde entonces. Por eso, en sentido estricto, no se le podría llamar curva sino ‘pico sin fin’, como fue bautizado en la pasada edición de este semanario.
A lo largo de la recta, no obstante, se aprecia una meseta que se dio entre la primera semana de febrero y la primera semana de abril de este año, cuando el número de casos positivos llegó a caer el 8 de marzo a 2.205, luego de que en enero rozó los más de 21 mil.
La pregunta es obvia, ¿cómo se logró este descenso? La cuarentena decretada tanto por el Gobierno nacional, como por las alcaldías y gobernaciones, tras la activación del comercio en navidad no pudo tener semejante efecto, si se le compara con las del 2020, en las que las medidas de aislamiento eran más restrictivas. De modo que, fue otro factor el que obligó a los colombianos a mantenerse en casa y a mantener el distanciamiento. Ni tampoco se puede decir que se hubiera dado por cuenta de la implementación de políticas sociales y de salud, como la renta básica o construir y equipar mejor los hospitales, porque a la fecha ninguna de las dos cosas se ha visto.
Una explicación más realista es que pese a que en el 2020 la pandemia golpeó gravemente todo tipo de negocios, entre esos los bares, restaurantes y el arriendo de locales y viviendas, en diciembre la relajación de medidas de confinamiento activó el mercado legal y, por lo tanto, el mercado informal, que le compite en precios como en servicios. Por eso, no era extraño ver que a las afueras de los centros comerciales en Bogotá volvieran a funcionar las ventas ambulantes, al mismo tiempo que el 24 de diciembre se sobrepasaron las 42 mil muertes por coronavirus a nivel nacional.
Un anuncio irresponsable
Como es usual, el mes de enero les pasó factura a las compras de fin de año, y los colombianos, más empobrecidos y endeudados que nunca, arrancaron un 2021 con una cuarentena que puso a pasar hambre a miles de familias. En ese momento, la inmensa población que depende de la informalidad se vio obligada a recurrir a los préstamos cuentagotas para sobrevivir, y quienes encontraban su sustento en los oficios de la calle, como ayudar a parquear vehículos, vender bolsas de basura o retacar, ya no pedían monedas sino leche o tarros de fórmula en polvo para alimentar a sus bebés.
Si pudiéramos cruzar el descenso en el contagio entre febrero y abril con la calidad de vida de los 21 millones de pobres que según el Dane hay en Colombia, nos daríamos cuenta que detrás de estas cifras se escondía un infierno. De hecho, el hartazgo, más que la indignación, por esta situación se ha manifestado durante el paro nacional. Pero, en ese momento no importó porque el 17 de febrero (cuando el acumulado de muertos era casi 60 mil), Iván Duque anunció la llegada de unas ridículas 50 mil dosis de vacunas, con esa cantidad escasamente se hubiera podido inmunizar Honda, Tolima.
Desde entonces, cada lote biológico se ha vendido como el final de la pandemia y la razón primordial para reactivar la economía y, sobre todo, el recaudo; duélale a quien le duela y sin garantizar que se cumpla con los protocolos de bioseguridad, como en el caso de los colegios públicos, donde esperan que los maestros operen sin lavamanos, por ejemplo. Lamentablemente fue tan efectiva esta propaganda que, a principios de abril, luego de Semana Santa, hubo registros de pacientes con covid-19 que llegaban bronceados a las UCI, ¿habrán creído que la vacuna era la salvación?
El problema no es cultural
La retahíla del Gobierno es que el contagio se ha disparado debido a la falta de disciplina de los colombianos, quienes no son capaces de cumplir con las medidas de distanciamiento. En especial durante las ‘aglomeraciones’, denominación que Duque utilizó el día que le aplicaron su primera dosis en calidad de jefe de las Fuerzas Armadas, para referirse a la protesta. Pero, lo que el presidente no ha reconocido es que las aglomeraciones también se han visto en el transporte público, en los bares que funcionan con la venia de la Policía y hasta en las filas de vacunación.
Esta incapacidad de asumir la responsabilidad en el contagio demuestra que el orden social, político y económico vigente en Colombia es insuficiente para enfrentar la pandemia. Y que, aunque existan leyes y mecanismos para que las personas puedan hacer una cuarentena sin morirse de hambre, no hay el interés para cumplirlas. Es suficiente mirar las cuentas del Fondo de Mitigación de Emergencias, FOME. A corte del 8 de junio, según el Observatorio Fiscal de la Universidad Javeriana, de los 40,5 billones de pesos destinados a hacerle frente al coronavirus, se han desembolsado 31,4, sin embargo, la ejecución de este dinero no cuenta con respaldo.
Lo que explica por qué, mientras el Gobierno dice haber invertido 9,2 billones en salud durante la pandemia, el personal médico use bolsas de basura como uniformes, o por qué si supuestamente se han destinado billones de pesos a los créditos de nómina, el empleo informal en Colombia aumentó 1,5 puntos en comparación con el año pasado, según cifras Dane. O cómo es que, si se han invertido 5,1 billones a programas sociales, muchas clases en colegios públicos se siguen dando por WhatsApp.
Lo que duele
Estos datos no han sido divulgados para ablandar el corazón. Simplemente, así es como luce una administración mediocre, el gobierno de la ‘gente de bien’, durante la pandemia por covid-19 solo supo responder con represión. Lo que duele es que el valor de la vida en Colombia, un indicador que no tiene medición, pero que sí se siente, va en caída. Hoy se cuentan 599 muertos por el virus, a más de 40 personas mató la Policía durante el paro, y quién sabe cuántos sumará nuestra inútil guerra contra el narcotráfico y los miles que deja el hambre, por supuesto. Pero ninguna de esas muertes nos duele, estamos anestesiados.
¿Qué pasará, entonces, cuando sean mil, y al mes 40 mil? ¿Será suficiente tanta muerte para que se mueva una fibra que desconocemos en los colombianos? Ojalá sea antes.