El nueve de abril de 1948, a las 13 horas y cinco minutos, en Bogotá, República de Colombia, fue asesinado el dirigente liberal y popular más conocido y sobresaliente en la historia colombiana del siglo XX, Jorge Eliécer Gaitán.
Fue un magnicidio, que como casi todos en este paìs quedó en la impunidad. Sin embargo, en el imaginario colectivo y casi que por obvias razones, la responsabilidad está atribuida al régimen conservador terrorista de Mariano Ospina Pérez y a la CIA de Estados Unidos que estaba interesada en responsabilizar a los comunistas y a la Unión Soviética en el comienzo de la guerra fría, en coincidencia con la IX Conferencia Panamericana en Bogotá, precisamente la que dio origen a la Organización de Estados Americanos (OEA), después conocida como “ministerio de colonias yanqui”, porque gracias a la mayoría de gobiernos americanos dóciles a Washington avalan su férula infame y su política intervencionista. Se trata de una oligarquía lacaya que se siente bien con que Estados Unidos considere a América Latina como su patio trasero.
Mientras nacía la OEA al amparo de la IX Conferencia Panamericana dirigida por el general George Marshall, Bogotá era incendiada por la turba popular enceguecida por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. El objetivo era derrocar al gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez, que se impuso a “sangre y fuego” tras la derrota de la hegemonía liberal. La represión militar, pero sobre todo la traición de la dirigencia liberal que terminó pactando con el gobierno, neutralizó la insurrección y le puso punto final a uno de los movimientos populares más trascendentales de la historia colombiana, casi tan importante como la Revolución de los Comuneros de 1781, porque la protesta se extendio a gran parte del país.
Los dirigentes liberales siempre han actuado de esa forma pusilánime y conciliadora. En palacio, en corta reunión con Ospina Pérez, a donde habían llegado a exigir su renuncia, terminaron fue pactando un gobierno de coalición. Darío Echandía asumió el Ministerio de Gobierno después de decir, consu acento tolimense, una frase lapidaria e indignante: “¡El poder pa´que!” Ese maridaje, dañado y punible y de traición al pueblo, solo duró un año, porque en 1949 Mariano Ospina Pérez clausuró el Congreso de la República y empujó al país a una guerra civil no declarada. Una larga etapa de violencia que enfrentó a liberales, conservadores y comunistas y que dejó 300 mil muertos.
El 13 de junio de 1953 se produjo el golpe militar del general Gustavo Rojas Pinilla dizque para lograr la “paz y el orden”, pero estableció una dictadura terrorista y militarista con apoyo de liberales y un sector del conservatismo, Cuando la dictadura les resultó infuncional a sus intereses políticos y económicos, la burguesía de ambos partidos se pusieron de acuerdo para tumbar al gobierno y pactaron el Frente Nacional bipartidista de alternación presidencial y de exclusión de otras fuerzas políticas en la vida del país. La historia confirmó lo de siempre. Que la oligarquía liberal-conservadora cuando ve en peligro sus intereses de clase, no vacila en unirse y deponer contradicciones ocasionales o coyunturales para defender el poder de la minoría explotadora.
Fue lo que denunció con energía Jorge Eliécer Gaitán y por ello lo asesinaron. Para la CIA Gaitán era comunista. Documentos desclasificados en Washington demuestran hasta la saciedad que el magnicidio fue obra del régimen conservador y de la CIA en tiempo del anticomunismo visceral, de la guerra fría y en que el general Marshall a nombre de la “democracia occidental” cortaba la cabeza de los opositores de izquierda.
El asesinato de Gaitán fue el punto de inflexión de un proceso político de violencia cionservadora, que abrió el camino al terrorismo de Estado, a una dictadura que persiguió a los comunistas y a las fuerzas democráticaas. Declaró la guerra a toda expresión progresista y avanzada y cerró por vías legales la posibilidad de cambios avanzados y democráticos en el país. La victoria presidencial de Gaitán, con respaldo de las masas populares de todo signo político, estaba cantada, fue la manera de truncarla.
Siempre la oligarquía bipartidista ejerció el poder mediante la violencia. Así fue la relación del Estado dominante con los ciudadanos tras la muerte del Libertador Simón Bolívar. Sin esa forma violenta no hubiera logrado gobernar en beneficio de la clase explotadora. No vacilaron en apelar a la violencia. El 15 de octubre de 1914 asesinaron al caudillo liberal Rafael Uribe Uribe; en 1928 la dictadura conservadora cometió la masacre de Las Bananeras para proteger los intereses de la United Fruit Company (inspiró a Gabriel García Márquez en Cien años de soledad); el 9 de abril de 1949 asesinó a Gaitán; el 8 y 9 de junio de 1954 masacraron a los estudiantes en Bogotá; en 1964 bombardearon a Marquetalia y después a Riochiquito, El Pato y Guayabero; posteriormente cometieron el genocidio de la Unión Patriótica, asesinaron a Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo, ex candidatos presidenciales y a 5.000 dirigentes y militantes; asesinaron a Carlos Pizarro León-Gómez y a Luis Carlos Galán, ex candidatos presdenciales, hicieron el holocausto del Palacio de Justicia, masacres en las regiones agrarias, los “falsos positivos”, entre tantas atrocidades del régimen imperante.
El Partido Comunista Colombiano, desde su fundación en 1930, fue sometido a permanente persecución, a ilegalizaciones por ley y de facto y al exterminio sistemático que aun no termina.
El asesinato de Gaitán fue antecedido de masivas luchas en el campo por la reforma agraria, motivadas en la violencia latifundista y en la excesiva concentración de la propiedad de la tierra. La policía chulavita y los “pájaros” hicieron de las suyas asesinando y persiguiendo a dirigentes agrarios liberales y comunistas. Fue lo que dio lugar a la lucha armada, a la resistencia campesina contra la violencia reaccionaria. Antecedentes de la lucha armada guerrillera y a la fundación de las FARC-EP en 1964. La exclusión, la violencia del poder dominante y el cierre de las vías legales condujeron al surgimiento de las guerrillas colombianas.
El Acuerdo Final de La Habana y los diálogos con el ELN buscan resolver por la vía política de la concertación las causas de la confrontación armada; eliminar la génesis de la violencia de más de medio siglo. Existen dudas que la oligarquía colombiana, siempre renuente a los cambios, cumpla los acuerdos y los compromisos. La comunidad internacional y las fuerzas de paz en Colombia tienen que vigilar que no haya el célebre conejo. Desconfianza hay mucha, con mayor razón cuando Santos sigue gobernando en beneficio del gran capital y las transnacionales, se une a la cruzada golpista contra la República Bolivariana de Venezuela y respalda la agresión yanqui a Siria.
El nueve de abril es el día de las víctimas, a los congresistas les importó un pepino la conmemoración que estaba convocada. Mejor que ellos no asistan a la cita, no hay lugar a hipocresías. El pueblo tiene su forma digna de recordar a sus víctimas y una de ellas es propugnar por el respeto al Acuerdo Final de La Habana, por su pronta implementación y que la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición sean la base de la paz estable y durardera.