Juan Evangelista Duque
Las medidas económicas y políticas adoptadas por Donald Trump como respuesta a la crisis actual de Estados Unidos, traen a la memoria un amargo período anterior de la historia que estremeció las clases trabajadoras.
A fines del año 1919, el Fiscal General de la nación estadounidense, Alexander Mitchell Palmer y su asistente, el joven John Edgar Hoover, meses antes de cumplirse el segundo aniversario de la revolución bolchevique, lanzaron intensas batidas a la caza de inmigrantes, sospechosos de ser comunistas, socialistas o anarquistas, a quienes tildaban de criminales mundiales, usurpadores de la propiedad privada, conspiradores contra el gobierno y agentes entrenados con el fin de destruir el modo de vida y los valores estadounidenses.
El fiscal y su asistente se sirvieron de las leyes de espionaje y sedición, promulgadas por el presidente Woodrow Wilson, dirigidas a contrarrestar la oposición a la primera guerra mundial, aunque las aplicaban en tiempo de paz, ya cuando la guerra había terminado. Con ellas legalizaron las redadas y fundaron la División Radical del Departamento de Justicia, organización gubernamental de la que más tarde, bajo la égida de la deportación y la persecución de inmigrantes e izquierdistas, nacería el FBI. Apostaron a su servicio cerca de 600 agentes secretos, numerosos vigilantes civiles y a los ex-miembros de la Liga Protectora Americana, organización activa en perseguir pacifistas durante la guerra.
Caían en la persecución, sindicalistas, líderes de derechos civiles, personas de mentalidad liberal y cualquiera que aparentara ser diferente a los estadounidenses, por el color de la piel o rasgos físicos, porque no hablara inglés, o si lo hablaba, lo pronunciaba con un acento extranjero, caracteres que se consideraban ajenos a la exclusividad autóctona estadounidense.
Se daba esta situación dentro del marco del descontento popular por una grave crisis social plagada de desempleo e inflación incontrolable, lo que se traducía en militantes huelgas laborales, protestas raciales y en una gran acogida, entre muchos sectores trabajadores, a la Revolución de Octubre.
Terror al rojo
Las clases dominantes, amenazadas por la protesta social generalizada, en defensa de sus intereses y privilegios de clase, contraatacaron. A través de la prensa y documentos gubernamentales intensificaron entre la población, la propaganda que desde el siglo anterior diseminaban: el racismo, el fervor patriótico y nacionalista, la hostilidad hacia lo extranjero y ahora, notoriamente, el anticomunismo fanático, conocido como el terror al rojo, armas efectivas que utilizan para confundir y dividir las clases trabajadoras, apartarlas de sus verdaderos intereses, y ganar contiendas electorales. Revitalizaron rápidamente el Ku Klux Klan que llegó a tener en 1924, cuatro millones de militantes.
Las redadas de 1919 se realizaron bajo el engaño divulgado por Palmer y Hoover, de que se planeaba un golpe de estado para el 17 de noviembre en conmemoración de la Revolución de Octubre y había que encontrar, como diera lugar, a los conspiradores. En violación a los derechos civiles, allanaron hogares, oficinas, lugares de trabajo y de recreación; arrestaron arbitrariamente más de diez mil personas, seis mil de ellas comunistas o simpatizantes; las hacinaron en las prisiones, no se les concedió el derecho a defensa legal o al debido proceso, ni siquiera se les permitió ver a sus familias, la mayoría de ellas honestos trabajadores, sindicalistas y activistas. En esta primera redada, Palmer y Hoover deportaron a Rusia 247 personas a bordo de un pequeño buque que bautizaron con el nombre peyorativo, anticomunista, el arca roja de Noé. Entre los deportados se encontraban Emma Goldman y otros líderes del movimiento anarquista.
Poco después, Palmer se postula candidato a la presidencia por el partido Demócrata y con miras a conquistar la opinión pública a su favor, inició una nueva redada a principios de 1920. Esta vez, se proyectó como protector de la sociedad, fabricando el pretexto de que los inmigrantes planeaban derrocar el gobierno el primero de mayo, el día del trabajo rojo, como se calificaba en contraposición al primero de septiembre, día del trabajo estadounidense. Cerca de 10 mil personas fueron arrestadas y varios miles deportados. Pero el tan temido golpe de los inmigrantes radicales jamás se dio ni se comprobó. Gran parte del pueblo cayó en cuenta del engaño y Palmer, hundido en el desprestigio, por diseminar temores infundados proselitistas, perdió las elecciones.
Casi cien años después, a principios de 2017, Donald Trump, en condiciones económicas y políticas semejantes, repite la historia de Palmer. Entre otras medidas adoptadas, divide y desorienta la multirracial clase trabajadora estadounidense emitiendo órdenes ejecutivas que autorizan redadas, la detención y deportación de inmigrantes.