Impresionantemente la juventud, casi pubertad, de los muchachos que desataron el terror en Barcelona y regaron de muerte su más emblemática calle. De manera inmediata, al ver sus rostros en los medios, muchos nos acordamos de “los suizos”, aquellos jóvenes, casi niños, que fueron lanzados como asesinos implacables en los tiempos más violentos de la guerra sucia y el sicariato en Colombia. Recurrieron a ellos para cometer los asesinatos de dirigentes de la izquierda como Bernardo Jaramillo, José Antequera o Carlos Pizarro. La información de viejas notas de prensa nos dicen que efectivamente eran unos imberbes. Dos mundos muy diferentes, el de aquellos muchachos de los barrios de las laderas de Medellín, Pereira o Bogotá y el de los de Ripoll, el pequeño pueblo donde vivían los terroristas de Las Ramblas. En aquellas laderas, la pobreza era lacerante. Ripoll, aunque con problemas de desindustrialización, no es una villa miseria.
Mayoritariamente los niños sicarios buscaban con sus “trabajos”, comprarle una casa a la “cucha”, organizar una parranda y compartir licores y comidas con los vecinos. Tener una buena moto. Ropa de marca. Complicado decir exactamente lo que querrían los jóvenes catalanes. “Destruir nuestra democracia”, “atentar contra nuestra forma de vida y nuestros valores”, se dice tanto en los campos de la izquierda, como de sectores de la derecha catalana y española.
No es tan claro que los jóvenes terroristas lo tuvieran tan definido. Es posible que solo hayan sido instrumentos fáciles y desechables. Radicalizados por la novedad o por resentimientos. Provistos quizás, solo de algunas consignas mal aprendidas, aunque eso sí, buenas cotidianidades de clandestinaje. Jóvenes tal vez secuestrados por otra versión criminal del juego de la ballena azul. Último eslabón de una enmarañada cadena de diferentes intereses y objetivos, en los cuales hasta los más temibles y sanguinarios jefes terroristas son también simples instrumentos útiles. Y esos objetivos, esos intereses, son los que los medios ocultan. Centran los debates en la descoordinación de los servicios de inteligencia, en el correo informal de un policía belga a un colega catalán o en la efectividad o no de los bolardos. Eluden los temas de fondo sobre los verdaderos intereses geoestratégicos. No hablan de la responsabilidad de EE.UU., la OTAN y la UE en el surgimiento de los grupos terroristas. Y le siguen vendiendo armas a Arabia Saudí. España lo hace y el rey Felipe se encarga del lobby
Barcelona ha gritado multitudinariamente que no tiene miedo. Que rechaza la islamofobia. Pero también ha dicho que tiene memoria y que tiene conciencia. Y que ya no vale tomarse fotos en los hospitales con las víctimas del terrorismo y también en los palacetes con quienes arman y financian a los terroristas. No. Ya no vale.