El fantasma del ocho mil contra la paz

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Una reunión en el Yarí para buscar la paz

Carlos A. Lozano Guillen
@carloslozanogui 

El siete de agosto de 1994 se posesionó Ernesto Samper Pizano como Presidente de la República, para suceder al también liberal César Gaviria Trujillo. Prometió un “pacto social” y reconstruir la confianza de la guerrilla para adelantar diálogos de paz.

Samper, aunque abrió posibilidades de diálogos con las guerrillas, en especial con las FARC, designó un Alto Comisionado para la Paz y reconoció que esta era política de Estado, al final no lo logró, por la cerrada oposición de los mandos militares con el general Harold Bedoya a la cabeza y de la derecha militarista, que supieron aprovechar en su favor la crisis política que devino del proceso 8.000 por la infiltración de los dineros del cartel de Cali en la campaña electoral de Samper. El Congreso de la República al final absolvió al mandatario, pero la crisis lo tuvo los cuatro años a la defensiva y bajo el estigma del proceso ocho mil y de la figura del elefante, convertido en símbolo del ingreso de los dineros calientes a su campaña.

La conspiración derechista

Dos días después de la posesión de Samper Pizano, fue asesinado en la avenida de Las Américas de Bogotá, el senador del Partido Comunista y de la Unión Patriótica y exdirector de VOZ, Manuel Cepeda Vargas. Magnicidio que conmovió al país, fue un macabro anuncio de la continuidad de la guerra sucia y del genocidio contra la izquierda.

Durante el gobierno de Samper Pizano hubo un frecuente intercambio de cartas con el comandante Manuel Marulanda, quien declaró que su organización guerrillera estaba lista para los diálogos de paz, una vez se despejara el territorio de La Uribe en el departamento del Meta. Las condiciones estuvieron casi maduras para iniciar un proceso de paz. En 1997 las FARC, en decisión unilateral, entregaron 70 militares y 10 policías, retenidos en distinta acciones ofensivas de la insurgencia. Sin embargo, la concreción de los diálogos no fue posible por el fantasma del ocho mil que bloqueó toda iniciativa en este sentido. La férrea oposición y saboteo de la cúpula militar que estuvo a punto de dar un golpe de estado contra el presidente Ernesto Samper, lo impidió. La conspiración contra el gobierno fue evidente y hubo una campaña cívico-militar de la derecha, respaldada por Washington que le retiró la visa y el respaldo al mandatario colombiano. La conspiración la denunció en su momento el semanario VOZ. También la reconoció, a posteriori, el entonces embajador de Estados Unidos, Myles Frechette, fallecido el año pasado.

El Gobierno Nacional, acorralado, le dio continuidad a las políticas neoliberales, ordenó las fumigaciones con glifosato en las regiones agrarias, y adelantó el Plan Destructor I y II contra las FARC. El general Bedoya anunció que las FARC serían derrotadas militarmente, como siempre lo proclamaron desde el escritorio los altos mandos militares y los mandatarios de turno. Pero, en contraste, como nunca, las FARC se fortalecieron y le propinaron duros y contundentes golpes a las Fuerzas Militares. Al tiempo, con la colaboración de militares, ganaderos, terratenientes y de empresas nacionales y extranjeras, avanzaron los grupos paramilitares, incluyendo a las Cooperativas Convivir de Álvaro Uribe en Antioquia en su época de Gobernador. Como nos lo dijera en un encuentro en las montañas de Colombia el comandante Marulanda: la “actitud del Gobierno es difusa, habla de paz pero en medio de contradicciones porque avala los operativos militares y avanza el paramilitarismo, su proyecto social no funciona y la posibilidad de los diálogos en La Uribe está por verse porque tan pronto lo anunciamos, el general Bedoya rodeó todo el territorio de tropas y operativos” (ver gráfico). Con todo, dijo el legendario guerrillero, “las FARC están listas para el diálogo y hasta tenemos la propuesta de nuestra Plataforma Mínima para la discusión con los voceros del Gobierno”.

El PCC se reúne con el Gobierno

El tres de marzo de 1995 se reunió una delegación del Partido Comunista Colombiano, integrada por Álvaro Vásquez del Real, Secretario General, Jaime Caycedo Turriago, Subsecretario General, Aída Avella Esquivel, presidenta de la Unión Patriótica, Carlos A. Lozano Guillén, director de VOZ y Eduardo Martínez Bello, miembro de la dirección nacional, con el presidente Ernesto Samper Pizano. Por parte del Gobierno también asistió el Alto Comisionado de Paz, Carlos Holmes Trujillo, en la actualidad flamante precandidato presidencial uribista y enemigo del Acuerdo de La Habana.

En la reunión el PCC le entregó al mandatario una extensa carta con la demanda de garantías para la verdadera oposición. Habían sido asesinados el senador Manuel Cepeda Vargas y el diputado del Meta Pedro Malagón, y encarcelados los dirigentes comunistas David Ravelo del Magdalena Medio y varios dirigentes de la región de Urabá, estos últimos acusados ni más ni menos de la masacre de La Chinita en Apartadó. Samper prometió que “estudiaría la carta y que el Partido Comunista y la UP contarían con suficientes garantías y libertades en el marco del Estado Social de Derecho”. Remató su intervención, recabando la ayuda del Partido Comunista para establecer diálogos de paz con las FARC. Carlos Holmes intervino con entusiasmo para informar de las aproximaciones y del intercambio epistolar, por lo cual consideró que la ayuda del PCC sería muy importante para concretar los diálogos. Estaban de acuerdo que se adelantaran en La Uribe, aunque conscientes de la seria oposición del general Bedoya, entonces comandante del Ejército y de las Fuerzas Militares después, casi que inexplicable ese ascenso al conspirador. El ministro de Defensa, Fernando Botero Zea, estaba convertido en marioneta de los militares.

Reunión en el Yarí

La dirección nacional del partido decidió buscar una reunión con el Secretariado para transmitir lo conversado con el presidente Samper. Esta se cumplió en el mes de junio de 1995. No fue fácil concretarla. Marulanda estaba instalado en el Yarí en medio de los peligrosos operativos militares. El ingreso fue por Cartagena del Chairá. Difícil por los retenes fluviales en el río Caguán. Pero logramos pasar con algunas dificultades. Fue un largo viaje.

En la reunión estuvieron, además de Manuel Marulanda, Alfonso Cano, Raúl Reyes, Jorge Briceño y Joaquín Gómez. La conversación fue larga y en varias jornadas. Un intercambio político en el cual los miembros de las FARC insistieron en la necesidad que el Partido Comunista entrara en la clandestinidad para evitar más asesinatos de dirigentes y militantes. No existían garantías y menos para participar en elecciones viciadas por la violencia y el ventajismo oficialista, nos argumentaron. Fue, quizás, la parte más tensa de la reunión, pues era evidente la discrepancia.

“Estamos preparados para el diálogo, queremos un diálogo directo sin intermediarios y en Colombia”, dijo Manuel Marulanda; mientras Alfonso Cano señaló que “Samper es rehén del proceso ocho mil y así será muy difícil un acuerdo de paz”. Briceño explicó cómo habían militarizado la zona cercana a La Uribe tan pronto se planteó el despeje para los diálogos. Las FARC estaban convencidas, que pese a la situación precaria del gobierno podría darse un proceso de paz. Cano advirtió: “A quienes nos reclaman porque no tenemos propuestas políticas los invitamos a leer y estudiar nuestra Plataforma Mínima de diez puntos, es la base para la agenda de discusión”.

Fue una oportunidad, perdida por el saboteo militarista y la debilidad política del Gobierno.

De regreso a Bogotá, Manuel Marulanda y Jorge Briceño nos acompañaron hasta las sabanas del Yarí donde estaba la camioneta que nos llevaría hasta San Vicente del Caguán. En la despedida, siempre fraternal, sentados en troncos de árboles caídos, una serpiente se pasó por entre las piernas de Jorge Briceño, un guerrillero con habilidad la neutralizó. El Mono Jojoy con risa nerviosa dijo: “no alcancé ni a asustarme”.