
Un año de gobierno de Trump. La elección de Trump fortalece el control político de las oligarquías en el ámbito internacional
Alberto Acevedo
El pasado 10 de noviembre, en momentos en que la prensa norteamericana e internacional dedicaban un buen número de artículos a valorar lo que ha sido el primer año de gobierno del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, el diario The Hill, de ese país, expresó: “El presidente Donald Trump es un aprendiz de déspota, cuyos instintos autoritarios constituyen una seria amenaza a la integridad del sistema democrático de Estados Unidos”.
Y no fue este, el único medio que se expresó en términos tan categóricos en la calificación de los primeros doce meses de gobierno del mandatario norteamericano. Junto a numerosas organizaciones políticas, sociales, defensoras de derechos humanos, los balances coinciden en que en esta época, tratándose de la orientación del huésped de la Casa Blanca, el mundo no ha tenido un momento de respiro. El gobernante de la primera potencia mundial ha sumido al mundo en una ola de vaivenes a golpes de tuit, de declaraciones estrambóticas, como su discurso ante las Naciones Unidas, de decretos absurdos, de purgas en su gabinete recién nombrado, de peleas cazadas con los medios de comunicación.
Pero no han sido solo sus discursos discordantes, sus bravuconadas o sus expresiones salidas de tono. En tan corto tiempo, ha amenazado a México, a Venezuela, a Bolivia, a Cuba, a la que ha impuesto nuevas medidas de embargo financiero y comercial; amenaza con hacer trizas a Corea del Norte, con intervenir en Irán; ha bombardeado a Siria, a Afganistán; amenaza a China y a Rusia; anuncia que construirá escudos antimisiles en el Mar de Japón y en la frontera con Rusia. Se inmiscuye en los asuntos del Medio Oriente, favoreciendo los intereses expansionistas y guerreristas de su aliado Israel.
Instaló el discurso de la misoginia
Estrenando cargo, impuso un veto a los inmigrantes, despotricó de los trabajadores latinoamericanos indocumentados en su país, no ocultó sus simpatías con los supremacistas blancos, que ondeaban banderas con la cruz gamada en California. Hizo expresiones misóginas, se enfrentó a los artistas, a los deportistas negros. Y todo bajo las banderas de un proyecto político que prometía restaurar la grandeza de América.
Instaló en la Casa Blanca el discurso de la homofobia. “La elección de Trump fortalece el control político de las oligarquías a nivel internacional”, ha dicho la filósofa norteamericana Susan Buck-Moors. El ascenso de Trump supuso la ruptura del consenso entre los dos partidos tradicionales, algo inédito en esa nación, desde que se aprobó su carta constitucional.
Pero al lado de sus realizaciones, figuran los proyectos no realizados. De su arsenal de campaña se destaca el hecho de que prometió un billón de dólares para renovar trenes, carreteras, puentes; hasta ahora no hay un centavo destinado a hacer realidad tan colosal empresa. En cambio sí, liquidó el acuerdo comercial del Pacífico, TPP; liquidó un acuerdo similar con la Unión Europea, formalizó su retiro del Acuerdo de París sobre cambio climático; igual su retiro de la Unesco; avanza en el propósito de sacar a Estados Unidos del tratado de libre comercio con México y Canadá, Nafta. En general, no está siguiendo el programa con el que se presentó a elecciones, pero sí ha prendido la mecha de la protesta social.
Jaque a los derechos humanos
Trump no ha firmado ninguno de los 10 principales proyectos legislativos que prometió aprobar en los primeros cien días en el cargo, incluso, ni siquiera pudo aprobar el plan de salud destinado a sustituir el programa de salud de su antecesor, conocido como el Obamacare.
Un aspecto medular de la gestión de Trump es su política en materia de derechos humanos. El tema fue abordado hace algunos días por Human Rights Watch, un observatorio de derechos humanos con sede en Nueva York, al presentar su Informe Mundial 2017. “La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, luego de una campaña que fomentó el odio y la intolerancia, y la creciente influencia de los partidos políticos que rechazan los derechos universales en Europa, ha puesto en jaque el sistema de derechos humanos de la posguerra”, ha señalado HRW.
Hoy Estados Unidos gasta 600.000 millones de dólares al año en sus Fuerzas Armadas. Esto es más del 50 por ciento del gasto programable anual. Estados Unidos es un país rico, pero el 25 por ciento de sus niños viven en condiciones de pobreza e indigencia. Entre tanto, un puñado de oligarcas se apropia de las ganancias de la nación, entre otras cosas, gracias a una enorme evasión fiscal, como lo demuestra el reciente escándalo de los Paradise Papers.