El miedo cambia de bando

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Foto Gabriel Ramón Pérez.

Fracasó la “estrategia del pánico” promovida por la ultraderecha. El nuevo país que está en las calles quiere la paz, la justicia social, un Estado respetuoso y mejores oportunidades para los jóvenes. Se está ganando la batalla por el relato

Roberto Amorebieta
@amorebieta7

Una muchachada camina por las calles de Latinoamérica, llevan el rostro cubierto con pañoletas, agitan consignas, cantan, saltan con entusiasmo, protestan por la desesperanza, exigen su derecho a tener un futuro. Y no son solo jóvenes, también se manifiestan obreros, campesinos, adultos mayores, niños… Toda una expresión de la rabia acumulada por años de expolio e indiferencia. El continente está siendo sacudido por un sismo de desencanto y de dignidad.

En la más masiva protesta desde el histórico paro cívico nacional de 1977, el pueblo colombiano ha explotado en un carnaval de inconformidad creativa cuyo estruendo ha retumbado en todos los rincones del mundo. Colombia ha dejado de mirar las chanclas y se ha levantado de la cama, sumándose a otros pueblos de América Latina y del mundo que en este mismo instante están en las calles protestando y exigiendo un cambio en el estado de cosas en sus países.

El miedo

La respuesta del Gobierno a este contundente desafío ciudadano ha sido una estrategia que combina el ninguneo de la protesta, de sus motivaciones y de sus convocantes con la utilización del miedo para deslegitimar los reclamos de la gente y desmotivar la movilización ciudadana. Esto último, que ha sido denominado en medios de comunicación y redes sociales como la “estrategia del pánico”, no es otra cosa que el uso selectivo de los medios y los recursos de administración de la violencia que cualquier Estado tiene a su disposición para imponerse por la fuerza.

Lo ocurrido en Cali (el 21) y Bogotá (el 22), con la difusión de noticias falsas (y no tan falsas) sobre asaltos a conjuntos residenciales durante el toque de queda, se parece mucho a lo que hizo el Gobierno el 9 de abril de 1948 cuando liberó a los presos de las cárceles de la ciudad para que enturbiasen la insurrección popular. Aquel día, el caos desatado por los saqueos e incendios legitimó la respuesta armada del ejército que, como se sabe, fue responsable de varios cientos de muertos.

La diferencia entre ambos episodios es, por supuesto, que nos hallamos en un país radicalmente distinto. Hoy la movilización ciudadana no tiene un carácter insurreccional como en 1948 pero sí adquiere cada vez más visos de tener un carácter constituyente. La diversidad de reclamos y demandas -señalada como una debilidad de la convocatoria por su dispersión y poca definición sobre lo que se pedía- ha terminado siendo una fortaleza porque ha abierto la posibilidad de que cualquier persona sienta que su reclamo es parte de un gran clamor de inconformidad con el todo, con el país, con el presente.

Las noches del 21 y el 22, cuando se difundieron las noticias que generaron zozobra y preocupación entre muchos vecinos de Cali y Bogotá, se intentó aplicar una simple pero no por ello macabra estrategia que consistió en regalar miedo para vender seguridad. Propalar el rumor en redes de que vándalos estaban aprovechando el toque de queda para saquear las casas de la gente y después de algunas horas, enviar al ejército -sí, al ejército- para que se llevase los aplausos de los trasnochados y aún asustados vecinos.

El tiro por la culata

Lo más interesante es que la estrategia no funcionó. Es verdad que en un principio muchos creyeron la versión de los saqueos e incluso algunos se armaron de palos, bates o armas de fuego y se organizaron en piquetes para defender sus barrios. Pero así como muchos denunciaron en redes sociales la “paraquización” de la seguridad que ponía a los propios habitantes a defenderse de los delincuentes, también hubo muchas expresiones de esperanza porque el “pánico” había servido a los vecinos para encontrarse, verse por primera vez, reconocerse y compartir un chocolate o un café caliente en la madrugada. El miedo nos puede desunir pero también nos obliga a juntarnos.

La profesora Naomi Klein advierte sobre la estrategia del pánico, del shock, para implantar políticas o medidas que no cuentan con el respaldo popular. Según ella, el neoliberalismo fue impuesto a punta de shocks colectivos en países como Chile, el Reino Unido o Rusia. Allí se apeló al miedo generalizado para obligar a la ciudadanía a rodear al poder -lo que llaman los politólogos “rally round the flag”- y aprobar las reformas de la economía que dieron paso al modelo neoliberal.

Hoy el Gobierno nacional pretende apelar a la misma estrategia para contener, o al menos evadir temporalmente, el desafío que le propone el paro nacional. No fue solamente la difusión de versiones sobre la supuesta violencia que se iba a desatar en el paro del 21 de noviembre sino la fabricación de videos en los que encapuchados anunciaban destrozos y saqueos. Pronto a través de las redes se desmontó la falacia de aquellos videos con ingeniosas burlas e ironías, pero el daño ya estaba hecho. El propio Álvaro Uribe, en una solemne alocución que inconscientemente (¿o no?) pretendía emular una alocución presidencial, dijo que todo era una estrategia del “anarquismo internacional” y del Foro de Sao Paulo.

Como en una profecía autocumplida, los voceros de la ultraderecha fueron los primeros en difundir las falsas noticias de los saqueos la noche del 21 y con la entusiasta ayuda de los medios de comunicación han sido los principales promotores de esta estrategia de miedo. No obstante pasan los días y no hay tal caos, no hay tal violencia por parte de los manifestantes, no se está incendiando el país. Lo que sí está sucediendo es que hay una ciudadanía ejerciendo su derecho a la protesta contra un gobierno inepto, incompetente y criminal.

El cambio de discurso en algunos voceros de la ultraderecha es una evidencia que esta generación ha logrado asustar a los que siempre han tenido el poder en Colombia. Ya se escuchan voces de concordia, llamados a la reflexión y quejas lastimeras sobre la supuesta intolerancia de algunos defensores del paro. “La sacamos barata”, decían en estos días los obsecuentes panelistas de Blu Radio. “El gobierno debe negociar”, se opinaba mientras tanto en la W Radio. “Duque debe gobernar y no dialogar” vociferaba iracundo un corrupto exministro. Es evidente que tienen miedo.

El nuevo relato

Porque no estamos hablando aquí (de momento) de una insurrección popular como la que condujo a la toma del Palacio de Invierno en 1917 o de una ofensiva final como la que desembocó en la liberación de Managua en 1979. De momento estamos ante una explosión de inconformidad ciudadana que más allá de lograr unas reivindicaciones o unos compromisos concretos por parte del Gobierno, ya ha logrado algo más importante: ha cambiado el relato.

Porque el relato hegemónico ya no es el de la guerra ni el de la competitividad despiadada. El nuevo relato de país que se está tejiendo en las calles de Colombia es uno incluyente y diverso, justo y democrático. Es uno que ni siquiera es revolucionario, simplemente es radical, es el poder para el pueblo, es como dice Jefferson: “cuando el Gobierno teme al pueblo, es democracia”. Es ese país que ya ha ganado la batalla más importante: la del miedo.