La telenovela del complot

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La feroz campaña comunicacional impone una interpretación interesada de los hechos e impulsa una plataforma narrativa como salvavidas del proyecto uribista

El uribismo y los medios de comunicación han intentado imponer la versión de que el expresidente es víctima de una conspiración. La realidad y las propias contradicciones internas del relato hacen prever que solo servirán para exacerbar a sus incondicionales

Roberto Amorebieta
@amorebieta7

La noticia más importante del año ha causado un enorme revuelo político, como era de esperarse. Muchos comentaristas, en particular provenientes de las filas del uribismo, habían advertido en días pasados sobre la posibilidad de que se presentasen actos de violencia en protesta por la detención de Uribe, pero hasta ahora no ha sido así. El supuesto “incendio del país” que se produciría una vez Uribe fuese detenido, felizmente y de momento, no se ha visto, más allá por supuesto del persistente goteo de asesinatos a líderes sociales y exguerrilleros.

Lo que sí se ha desatado es una feroz campaña comunicacional encabezada por los líderes del partido Centro Democrático y amplificada de buena gana por los principales medios de comunicación, que ha buscado no solo imponer una interpretación interesada de los hechos tergiversando la realidad sino servir de plataforma narrativa para impulsar de nuevo el decaído proyecto político uribista. Sin duda, el discurso es atractivo porque a partir de una grosera simplificación de la realidad, apela a los sentimientos más básicos de sus seguidores con el fin de exacerbar los ánimos y mantener la iniciativa política en momentos en que no tiene nada más que ofrecer al país.

Ello no es nuevo. Ya se conoce cómo el uribismo construye sus relatos gracias a la famosa confesión del gerente de la campaña del No, quien deslizó inocentemente que su estrategia se había basado no en explicar los Acuerdos sino en enfurecer a la gente con mentiras. “Sacar a la gente a votar berraca” fue la síntesis de su planteamiento, es decir, mentira y manipulación emocional. Hoy nos encontramos en una situación similar y por eso merece la pena indagar sobre las formas de manipulación que se están utilizando para poder identificar las falsedades con las que se ha tejido este relato.

“Yo no soy fascista, pero…”

La argumentación uribista se sostiene sobre un condicionamiento que, a pesar de su fragilidad argumentativa, no deja de ser sugestivo. Afirma respetar la independencia de la justicia (“comprender”, balbuceó Iván Duque en una entrevista), pero con condiciones. “Yo comprendo la independencia de la justicia, pero…”, “yo respeto las decisiones de la Corte, pero…” o “yo creo en el Estado de Derecho, pero…” son premisas habituales en este argumentario que, si bien intentan exculpar, en el fondo tienen el mismo tufo hipócrita de “yo no tengo nada contra los homosexuales, pero…” o “yo no soy racista, pero…”. Es una fórmula demasiado endeble, sin duda, pero suficiente para que quien la defienda se sienta perdonado por su incoherencia.

Luego hay que desviar la atención del foco del problema hacia la persona de Uribe. Es claro que en este caso nos encontramos ante un acontecimiento que, si bien tiene un impacto político, es sin duda un hecho judicial. Es decir, lo que la Corte debate no es si Uribe fue buen o mal presidente entre 2002 y 2010; debate sobre posibles delitos cometidos en 2018, como manipulación de testigos. No obstante, casi no se habla de los motivos reales de la detención y se apela con insistencia a los sentimientos de fidelidad o agradecimiento al líder. De este modo, la conclusión tiende a ser “no es justo que esté detenido porque fue muy buen presidente”.

Una vez personalizado el debate, hay que desacreditar el proceso judicial con todo tipo de falsedades y medias verdades. En este caso el objetivo ha sido la Corte Suprema, pero bien ha podido ser la JEP, la Corte Constitucional o la Fiscalía. De este modo se afirma que el proceso penal está viciado por el sesgo ideológico de los magistrados, la AUSENCIA TOTAL (así en mayúsculas) de pruebas contra Uribe y las convenientes filtraciones de información procesal a la prensa. Para el uribismo no hay ningún delito – “soy un creyente en su inocencia”, dijo Duque- y lo mínimo que exigen es que Uribe afronte el juicio en libertad.

Lo curioso es que con esta ruidosa defensa están pasando por alto dos cosas. Por una parte, ignoran que, más allá del enorme acervo probatorio, la acusación contra Uribe es por interferir en un proceso penal, que justamente es una de las causales para detener preventivamente a un acusado. Y por otra, que irónicamente el escándalo que están armando es una prueba más de que Uribe tiene el suficiente poder e influencia para manipular los procesos judiciales, como sin duda lo ha hecho.

La invención del enemigo

Una vez establecida la creación de un héroe narrativo y de una tragedia, es decir, la desviación de la atención y el descrédito del proceso penal, la novela no estaría completa sin la aparición de un villano que encarne la maldad y permita identificarla claramente, delimitando así en blanco y negro el escenario de la confrontación. La simplificación de lo complejo, la autoindulgencia del nosotros a partir de la definición de un ellos que tenga la culpa de todo.

Así, la persecución contra Uribe -el héroe caído- forma parte de un plan orquestado por sectores inspirados por mezquinos sentimientos de rencor y venganza. Los actores son conocidos: desde el “neocomunismo” hasta el Foro de São Paulo. Este plan fue fraguado en La Habana entre Santos y las Farc -así, sin distinguir entre singular y plural y por tanto igualando al partido con las “disidencias”- y tiene como objetivo imponer en Colombia una “dictadura narcomunista”, para lo cual deben necesariamente prescindir de Uribe y expulsarlo de la escena política. Como lo sostuvo una reconocida propagandista, “como no pudieron derrotarlo políticamente, ahora quieren meterlo a la cárcel”.

Los protagonistas más visibles de esta conspiración son Iván Cepeda, los magistrados de la Corte y el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, pero tras ellos se esconden actores más importantes. Este grupo de influyentes suele estar compuesto por las figuras de la oposición más mediáticas del momento. Así, hoy se señala como líderes del complot a personajes como Gustavo Petro, Gustavo Bolívar, las Farc, Roy Barreras, Juan Manuel Santos, el ELN y -sí, lo han dicho- el Foro de São Paulo.

Control de daños

Como lo señala el profesor Manuel Jaimes, estamos ante una típica estrategia de comunicación de mantenimiento, es decir, el daño reputacional se enfrenta con un lenguaje dirigido a los adeptos y a los frágiles. En otras palabras, el problema de la mala imagen de Uribe se intenta resolver a través de mensajes y relatos dirigidos a los uribistas más convencidos y a quienes no tienen una posición firme contra el uribismo. Es una estrategia sofisticada pero su reproducción es muy sencilla, tanto que termina reduciéndose fácilmente a la repetición mecánica de unas simples nociones: castrochavismo, complot, farc-santos, por ejemplo.

Por ello insisten en el argumento falaz y suicida de que estamos ante la paradoja de que Santrich y los líderes del partido Farc están libres mientras Uribe está detenido. Insisten porque se sabe que los receptores del mensaje son incondicionales. Es falaz porque se comparan dos procesos penales que no tiene nada que ver. Pero lo paradójico no es lo antes señalado, sino que veladamente están equiparando a Uribe con las Farc y con el argumento de “todos en la cama” están reconociendo implícitamente que Uribe es un delincuente.

Puede que algunos todavía crean que Uribe es un héroe justiciero caído que se levantará. Lo difícil de creer es que lo logre con ese tipo de estrategias. El uribismo se encamina, por fin, a ser un relato conjugado en tiempo pasado.

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