“¡Hijueputa, lo vamos a matar!”, dijo la voz al otro lado del teléfono

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Manuel Antonio Velandia Mora

Los impactos del conflicto armado en las personas de los sectores LGBTI y de las diversidades de géneros y cuerpos, llegan a los Espacios de Escucha de la Comisión de la Verdad.

El conflicto armado hizo aún más cruenta y evidente la discriminación contra lesbianas, gais, bisexuales y transgénero. Los actores armados usaron formas particulares y humillantes de violencias, generalmente, para eliminar y castigar su diferencia.

Según diferentes informes de las organizaciones LGBTI, en el marco del conflicto las personas de este movimiento vivieron violencias sexuales y reproductivas de todo orden, limitaciones a su capacidad de locomoción, amenazas, homicidios, desplazamientos forzados, y eliminación de sus espacios de esparcimiento y encuentro, entre otras. En los comunes panfletos amenazantes y listados de personas obligadas a desplazarse del territorio, por lo general se encontraban los nombres de personas que los grupos armados ilegales señalaban como ‘maricas’, ‘afeminados’, ‘areperas’.

Estas y otras afectaciones a las personas LGBTI, durante el conflicto armado, serán expuestas a la Comisión de la Verdad durante el Espacio de Escucha Desarmando el prejuicio: verdades desde la diversidad sexual y de género, que se realizará este jueves 22 de octubre de 4.30 a 6.30 p.m. Éste, será una oportunidad para amplificar las voces de las víctimas de la violencia por prejuicio contra personas LGBTI y escuchar sus experiencias de afectación por cuenta de la guerra, y también sus historias de afrontamiento y resistencia para la garantía de sus derechos y la construcción de paz

Solo hasta el año 2012 el Formato único de declaración (FUD) incluyó categorías que permiten hacer un seguimiento a víctimas de los sectores sociales LGBT, las bases de datos anteriores a este no incluían la variable de orientación sexual e identidad de género. A partir de esa fecha las víctimas LGBTI, con relación a hechos ocurridos desde el 1 de enero de 1985, registradas por la Unidad para las Víctimas no alcanzan a ser el 1 por ciento.

El desplazamiento y las amenazas, seguidos de delitos contra la libertad y la integridad sexual, son quizá los hechos ocurridos desde 1985 más declarados por las personas LGBTI ante la Unidad para las Víctimas. Vale decir que este listado se limita a los 11 hechos victimizantes de la Ley 1448 de 2011 y no incluye hechos como los cambios forzados en la performatividad de género, humillación pública, limitaciones a la circulación y demás, que viven de forma concreta las personas lesbianas, gais, bisexuales y transgénero.

El subregistro de estas violencias no permite la correcta reparación de las víctimas ni la implementación de políticas públicas para la no repetición de las mismas. Por este motivo, la Comisión ha identificado la necesidad de dar un lugar a las víctimas LGBTI de la violencia por prejuicio en el relato sobre el conflicto armado, a las causas de las violencias de las que continuamente son víctimas, sus impactos, y los mecanismos de afrontamiento.

La Comisión de la Verdad busca, a partir de esos hallazgos, profundizar en la experiencia particular de lesbianas, gais, bisexuales y transgénero, para determinar patrones específicos de conducta de los actores armados, impactos concretos en personas y organizaciones LGBTI, y herramientas de afrontamiento y resistencia. No es posible una verdad completa, sin habla r de los dispositivos de violencias basadas en la discriminación y la defensa de la norma heterosexual, y sin analizar la posible connivencia social, familiar y comunitaria.

El Espacio de Escucha también pretende ser un homenaje para las víctimas LGBTI perseguidas, estigmatizadas y asesinadas bajo el argumento del establecimiento de un orden social moral, y para las y los líderes que abrieron el camino para muchas otras personas, aún en medio de las inmensas presiones del conflicto armado en Colombia.

La Comisión de la Verdad quiere resaltar el profundo valor de los actos de resistencia de las personas LGTBI y sus familias, y de sus esfuerzos para tejer redes sociales de apoyo que siguen salvando muchas vidas. Esperamos ser una plataforma que permita al país escuchar las voces de las víctimas LGBTI fuerte y claro y, sobre todo, confrontarse con sus propios prejuicios que se expresan en prácticas cotidianas de homofobia, lesbofobia, bifobia y transfobia. Invitamos a desarmar el prejuicio como una práctica necesaria para la construcción de una paz justa y equitativa.

Por marica atentaron contra su vida

Manuel Antonio Velandia Mora es la primera persona homosexual inscrita en el Registro Único de Víctimas (RUV)» de Colombia. Las amenazas de muerte en contra de su vida se iniciaron en 1984, haciendo investigación con Amnistía Internacional sobre los asesinatos de personas homosexuales y trabajadoras sexuales trans asesinadas en Colombia. Más de 400 en los últimos 2 años, número que pasó de los 600 en los 2 años posteriores.

Profesor de Sociología y Sexología, y doctor en Enfermería y Cultura de los Cuidados por la Universidad de Alicante y Doctor en Educación por la Universidad el País Vasco, también en España, vivió por 12 años en Alicante, ciudad del sureste del país en el que se vio obligado a recibir. Velandia sufrió un atentado en Bogotá, el primer día de marzo de 2002; fue perpetrado por «grupos armados paramilitares» por su trabajo en defensa de los derechos del colectivo homosexual; sucedió siendo candidato a la Cámara de Representantes por el Movimiento Solidaridad comunitaria, para las elecciones en Colombia en ese mismo año.

¡Hijueputa lo vamos a matar! ¡Por marica lo vamos a matar!, continuó diciendo un hombre cuya voz me era totalmente desconocía, tenía un acento neutro por lo que no podía distinguir de dónde provenía. La llamada que lo obligó a convertirse en refugiado fue a mediados de noviembre de 2006, relata Velandia.

No recuerdo que más dijo la persona, pero yo ya no escuchaba… las ideas se agolpaban en mi mente, tampoco pude responder; el silencio se hizo espeso, mi piel cambió de color hacia un blanco casi mortal y mi respiración se agitó. Quienes estaban cerca de mí, por mi reacción, se dieron cuenta que esa no era una llamada común de las que solíamos recibir en la Línea de apoyo contra el sida, de la Fundación Apoyémonos en Bogotá.

No era la primera llamada en que me amenazaban, pero si la primera luego de algo más de un año. En eses días estaba muy sensible a las amenazas pues una amiga muy cercana había sido víctima de la doble explosión de un carro bomba frente a su casa, en un atentado a sus vecinos, dueños de una fábrica de armas. Me sorprendí del efecto que esta llamada había tenido en mí y decidí no quedarme callado sino responder al interlocutor.

Se incrementó en la línea de apoyo el número de llamadas en las que nadie musitaba palabra al otro lado de la línea, eso nos hizo pensar que muy seguramente estaban relacionadas con las amenazas. Una semana después volví a recibir una llamada de este tipo, Cuando la persona me amenazó yo le respondí “debe tener cuidado porque usualmente los que les pagan por amenazar generalmente terminan matándolos cuando las personas han asesinado a su víctima”.

Luego de escuchar mi respuesta, uno de los compañeros me miró fijamente a los ojos, y me hizo señas tratando de averiguar qué estaba sucediendo; era evidente que se había dado cuenta que yo estaba respondiendo a una amenaza. Reímos un poco por mi ocurrencia y continuamos con nuestro trabajo. Esto cambio la lógica del temor, aprendí que si respondía el otro se quedaba callado y yo podía movilizar mi propio temor.

Las llamadas se siguieron repitiendo y yo seguí inventando respuestas. Les hablé de los problemas conyugales de las personas que se hallan en la cárcel, de que las condiciones económicas no mejoran tanto como el asesino espera, de las rupturas familiares, del daño emocional que supone asesinar a alguien, del riesgo que corre quien intenta asesinar a alguien… Las respuestas fueron cada vez más elaboradas y las llamadas cada vez más espaciadas la una de la otra.

Esperanza, mi asistente de casa, ingresó a mi oficina con una esquela fúnebre que alguien le había entregado en la puerta, para mí.  La esquela me daba el pésame por mi propia muerte. Una vez más lograron sorprenderme, aun cuando sabía que esto le había sucedido a otras personas amenazadas fue esta la primera vez que ello me sucedía a mí. Unos minutos después recibí una llamada de alguien que me hablaba sobre esa situación, le respondí que la esquela era de muy mal gusto, que había algunas mucho más bonitas, que por favor las escogiera con mayor atención la próxima vez que quisiera enviarme una. La risa general de los compañeros vibró en el ambiente cuando colgué el teléfono. Una nueva esquela fue dejada en el buzón de correspondencia unos días después. Reímos al darnos cuenta que aún era más fea que la anterior. Sobre eso mismo hablé a mi interlocutor quien no dijo una sola palabra a mi interlocución.

Uno de los miembros del equipo de nuestra ONG propuso poner en la línea un identificador de llamadas, pero yo mismo me opuse pues con ello estábamos vulnerando la confidencialidad de quienes llamaban para recibir apoyo sobre sida o sobre sexualidad. Decidimos que haríamos nuevamente las denuncias ante el Defensor del Pueblo y que seguiríamos siendo creativos con las respuestas. Para los psicólogos era claro que ventilar la situación era lo mejor que emocionalmente nos podía pasar como equipo de trabajo.

La vida nos tomó por sorpresa, alguien dejó en nuestra puerta una corona fúnebre y yo, como por instinto la destruí y puse en la basura… cuando el hombre de las amenazas llamó le di las gracias por las flores y le recomendé enviarme orquídeas, le dije que me parecían mucho más elegantes; con motivo de la segunda corona le dije a quien llamó que por favor intentara comprarlas de tallo más largo porque las que venían lo tenían muy corto y era difícil organizar un adorno floral en esas condiciones, otra vez volvimos a reír de mi ocurrencia. Habíamos aprendido a reaccionar rápido y a no dejarnos afectar emocionalmente tanto como los violentos esperaban.