Medardo Alfonso Palomino Arias
Este año China celebró el aniversario número 100 del Partido Comunista convertida en una economía enigmática. Su apabullante crecimiento económico sostenido en el tiempo, sumado a su gran tamaño ha llevado al país a constituirse en un poderoso polo económico que hace contrapeso a las demás naciones industrializadas.
Si bien China se ha apoyado en salarios bajos, como históricamente lo hicieron los países pobres que buscaron acumular capital, su modelo económico ha mostrado con creces ser exitoso: sus aceleradas tasas de crecimiento se han registrado junto a un sustancial cambio tecnológico. Todo esto ha permitido una fuerte reducción de la pobreza con incremento real de los salarios, algo de lo que hablase Carlos Marx al reconocer que con la acumulación de capital viene el fortalecimiento de la posición negociadora de los trabajadores sobre su salario.
Las extraordinarias altas tasas de inversión explican el acelerado crecimiento económico de China, sin embargo, dicha inversión no se efectuó en abstracto, sino que tomó lugar de forma concreta, en un modelo socialista que le apostó a la expansión de la manufactura con actualización tecnológica.
El país aprovechó, por un lado, las ventajas del mercado para la creación de bienes con valor de cambio (precio y ganancia), en donde existe competencia entre empresas privadas y hay enriquecimiento individual. Por otro lado, aprovechó la planificación y producción de empresas públicas en donde el Estado mantiene el monopolio en la producción de bienes con valor de uso, buscando suplir necesidades de la población sin enriquecimiento individual. En este sentido, China ha usado ambas manos, como escribiera John Ross; la mano visible del Estado y la mano invisible del mercado.
China aprendió de los errores del campo socialista, realizando reformas de mercado antes que los soviéticos y en medio de la popularidad de la que gozaba el socialismo, lo que les permitió mantener la estabilidad política y su independencia nacional bajo las directrices del Partido Comunista.
Pareciera que el modelo chino es el desarrollo lógico de las indicaciones que en su momento hiciera Mao Tse Tung, quien en su crítica a Stalin señalaba que dentro del socialismo la propiedad privada se mantenía a pesar de la planificación de la economía, y de tal forma, mientras los bienes de capital se encuentren bajo el comando de la burocracia, los bienes de consumo deben permanecer bajo la lógica del mercado.
El Partido Comunista chino tomó lo grande, el hierro, y delegó lo mediano y lo pequeño a los capitalistas que buscan la ganancia regidos por la ley del valor, habida cuenta del reconocimiento de la dificultad dentro de la planificación en virtud de la dimensión de lo que se planifica, en donde la burocracia puede definir el valor de uso de la industria pesada e infraestructura, pero encuentra dificultades en la planificación de los múltiples bienes de consumo al no definir su valor de uso.
También, en la visión de Mao, dicha producción mercantil en un contexto socialista es producción mercantil que le sirve al proyecto socialista. Así pues, lo que han hecho los chinos es utilizar la producción de mercancías, pero manteniendo la planificación y el papel medular de la producción de bienes de uso por parte del Estado; como lo dijera Mao nueve años después de la revolución: “la ley del valor no tiene una función reguladora. La planeación y la política a cargo juegan ese rol… es decir, (la ley del valor) no tiene función determinante. La planificación determina la producción, por ejemplo, para cerdos o acero, no usamos la ley del valor; confiamos en la planeación”.
Entonces, las reformas de mercado de 1978, que le dieron cabida a la inversión extranjera directa, serían la continuación de una directriz ya trazada, pero esta vez apoyada en la producción mercantil extranjera a través del intercambio comercial internacional.
A pesar de darse en un país controlado por el Partido Comunista, las reformas significaron un buen negocio para los capitales extranjeros, que veían en China un mercado de productores y consumidores del cual beneficiarse. Así, los chinos tomaron ventaja de la inversión extranjera directa, condicionándola para que las multinacionales transfirieran conocimiento y tecnología con el propósito de aprender y modernizar la economía.
El conocido académico chino Justin Lin argumenta que la estrategia de China radicó en la explotación de sus ventajas comparativas identificadas por el mercado, pero apoyadas por el Estado. Se montaron industrias intensivas en mano de obra, un factor productivo del que tiene abundancia y bajo precio relativo, que le permitió competir en los mercados internacionales y generar excedentes para la inversión. Luego, con la acumulación de capital el país se volvió competitivo en industrias intensivas en dicho factor productivo y de mayor sofisticación tecnológica.
El país hace parte del patrón histórico que evidencia que los países que se industrializan lo hacen gracias a la intervención del Estado. Por lo menos hasta finales de los 90s, China priorizó sus objetivos de producción y empleo sobre los objetivos de rentabilidad, conservando sus empresas estatales y manteniendo su política de flexibilidad presupuestal para mantener los altos niveles de inversión.
Después vendrían las reformas en su sector público, con privatizaciones como forma de incrementar su rentabilidad. Sin embargo, nunca abandonaron su política industrial, como lo afirmó en 2018 White House Office of Trade and Manufacturing Policy de los Estados Unidos, al catalogar dicha intervención estatal como una amenaza que distorsiona los precios internacionales.
En suma, la estrategia china consistió en mantener la inversión y la producción respaldada por el Estado, permitiendo que los trabajadores aprendieran en el oficio a través de la producción acumulada en el sector manufacturero, que se caracteriza por presentar altas productividades, y dando salida a sus productos por medio del mercado externo, pero mejorando la rentabilidad y creando excedentes a través del sector privado.
Es así como China habría logrado el cambio estructural que se refleja en su actualización tecnológica, haciendo concesiones económicas mas no políticas; restaurando el capitalismo, pero preservando el Partido Comunista el mando central de la economía, en lugar de un grupo de magnates.