Transición energética: ¿Seremos capaces?

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Los paneles solares son una alternativa para la transición energética. Foto Gabriel, en Unplash

La transición energética no puede ser solo el resultado de descubrimientos fortuitos de fuentes energéticas no contaminantes ni productoras de gases de efecto invernadero, por el contrario, es un imperativo ético, económico, social, ambiental, que debe ser asumido por toda la sociedad

Carlos Fernández

El paso de un modelo de producción y consumo de energía depredador e insostenible a uno que garantice el mantenimiento de la vida, en general, y de la humana, en particular, y preserve la existencia del planeta se ha convertido en uno de los temas álgidos del debate económico y ambiental en el plano internacional y nacional.

Puede decirse que los elementos del problema y las perspectivas de solución son ya más o menos visibles. En términos científicos, ya es un dato conocido que el cambio climático, provocado por la emisión de gases de efecto invernadero que produce la actividad humana y que ya afecta al 85% de la población del planeta, según el Instituto Mercator, de Berlín, puede conducir a un deterioro tal de las condiciones ambientales que pondrá en riesgo la vida en el planeta.

En términos económicos, las propuestas de solución abarcan un sinnúmero de alternativas que van desde el abstracto desarrollo sostenible hasta propuestas de buscar un crecimiento económico sin crecimiento e, incluso, un crecimiento negativo.

Lo que es evidente es que el tema ya hace parte de las preocupaciones de vastos sectores sociales, institucionales y empresariales a lo largo y ancho del planeta.

En principio, una situación crítica

La conciencia que se ha despertado sobre la necesidad de superar la situación creada parte de la base de que ya se han cuantificado y se monitorean de manera permanente los impactos que la actividad económica, el crecimiento demográfico y otras variables tienen sobre la capacidad de los recursos de la Tierra para sostener la reproducción de la especie humana.

Ya existe consenso mundial en que la situación es crítica. La campanada de alerta más reciente la dio el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), mediante la publicación del Informe de Avance del Sexto Informe de Evaluación sobre Cambio Climático. Allí se plantearon los términos de la cuestión en su situación actual. Del informe, que no es alarmista, se deriva una urgencia angustiosa si la denominada comunidad internacional no logra ponerse de acuerdo en unas acciones y, sobre todo, unas inversiones necesarias para detener la catástrofe que provocaría el incremento acelerado de la emisión de gases de efecto invernadero, el descongelamiento de los polos, la deforestación, etc. Entre 2021 y 2023, se realizarán varias reuniones internacionales que apuntan a acordar medidas que detengan la previsible debacle ambiental y, en gran medida, a ellas están dirigidas las advertencias.

Ahora bien: ¿cómo se debe afrontar la crisis? Antes de responder, es necesario señalar que la humanidad ha hecho ya varias transiciones energéticas, sobre todo, a partir de la revolución industrial.

El descubrimiento de fuentes de energía cada vez más eficientes y baratas provocó cambios en las técnicas de producción industrial y agrícola, de transporte, y en los hábitos de consumo, cambios que condujeron a un alza inusitada del uso de fuentes energéticas como el petróleo y el gas que, hoy, representan más del 64% de las emisiones de dióxido de carbono generadas desde 1750 y cuyo aporte a tales emisiones se incrementó en un 84% en los últimos 10 años.

La diferencia con la situación actual radica en que, por primera vez, la transición energética es un imperativo económico, social, ambiental, que debe ser asumido por el conjunto de la sociedad. No puede ser sólo el resultado de descubrimientos fortuitos de fuentes energéticas no contaminantes ni productoras de gases de efecto invernadero. Debe surgir de políticas conscientes orientadas a alcanzar la meta de disminuir a cero la generación de dichos gases (lo que, por otra parte, no resuelve del todo el problema pues los gases acumulados seguirán impactando el medio ambiente por un largo tiempo).

¿En qué estamos?

La toma de conciencia del problema por parte de la sociedad ha venido dándose de manera lenta pero creciente. Aquí cabe citar aquella afirmación de que la humanidad no se plantea problemas que no puede resolver. De ahí que, a partir de cierto momento, se fueron dando las condiciones para que se lanzaran las primeras advertencias globales sobre lo que le sobrevendría al género humano de continuar con el tipo de actividad económica surgida de los cambios técnicos y tecnológicos de comienzos del capitalismo y reforzada desde la primera revolución industrial.

Fue lo que el economista Edward Mishan denominó «los costos del desarrollo económico» (1969) que, poco después, fue conceptualizado como «los límites del crecimiento» por el grupo responsable del primer informe al Club de Roma (1972), para que se llegara a hablar de «la humanidad en la encrucijada» por parte de los autores del segundo informe al Club de Roma.

Se necesitó todo este tiempo para llegar, en medio de un debate álgido, no exento de trampas intelectuales y marrullas de mercachifles de todos los niveles, a una generalización de la preocupación por el futuro de la humanidad que provoca la forma actual de producción y de consumo.

Avances logrados y fuerzas en pugna

Hasta el momento presente, se han obtenido inmensos logros en el plano conceptual y en el nivel práctico de la cuestión. Respecto a lo primero, con el apoyo de la investigación científica en ciencias naturales y sociales y basados en experiencias concretas de comunidades de distinto orden, se ha llegado a la conclusión de que el asunto es un asunto de todos, que debe resolverse mediante la profundización de la participación democrática de pueblos, comunidades y territorios.

Debe impulsar un profundo proceso de transformación de la educación y de la formación desde la infancia, basarse en evidencias científicas que incorporen conocimientos ancestrales, en fin, que demanda una transformación económica, cultural y social de características revolucionarias, si se quiere alcanzar el objetivo de preservar a la humanidad de su extinción.

Desde un punto de vista práctico, se posee ya una amplia gama de experiencias de producción y consumo sostenibles, ejecutadas por comunidades y en regiones a lo largo del planeta que muestran que es posible lograr la sostenibilidad y la viabilidad de un sistema de producción, de comercio y de consumo que preserve la vida y atienda las necesidades del conjunto de la población, sin exclusiones.

Llegar a este punto de claridad conceptual, enriquecida con experiencias prácticas de desarrollo sostenible, que se nutren, a su vez, de los desarrollos conceptuales logrados, no ha sido ni seguirá siendo fácil. La transición energética que se requiere afecta, directamente, la rentabilidad de muchas inversiones aplicadas, precisamente, en la explotación de los combustibles fósiles, en el transporte contaminante, en la agricultura basada en el monocultivo, en el comercio desperdiciador de producto y acumulador de residuos.

Aunque se reconozca la necesidad de dicha transición, cambiar de objeto de la inversión demanda conocimiento, reconversión técnica y laboral y más inversiones. Las llamadas energías limpias no están exentas de generar contaminación. Y, además, el capital ha reclutado un verdadero ejército de economistas, sociólogos y científicos naturales dispuestos a negar hasta la propia necesidad de dicha transición. De ahí la importancia de los desarrollos conceptuales y prácticos a que se hizo referencia más arriba.

De otro lado, hay que decir que la pandemia ha servido como catalizador de muchos de estos desarrollos conceptuales. Se han puesto en evidencia: i) el necesario incremento de la participación del Estado en la solución de este problema; ii) la conciencia de que el mercado dejado a su dinámica sin cortapisas no sólo no lo resuelve sino que lo agrava; iii) la imperiosa obligación de dejar de lado, políticamente, a los negacionistas del cambio climático, a sus patrocinadores y a sus áulicos.

La transición en Colombia

Estas notas quieren ser sólo un abrebocas acerca de cómo abordar y resolver un problema que es de toda la humanidad. Hay que abordar la cuestión del régimen económico y político que favorezca más la transición energética. Y, como es lógico, tenemos que hablar de lo que hay que hacer en Colombia. Aquí ya existe una ley de transición energética. ¿Es la adecuada? ¿Apunta a lo que se necesita? En la campaña electoral que ya está en marcha, ¿qué candidatos están abordando con seriedad el problema? Todo esto será objeto de un nuevo artículo.