La escritora Elsa Triolet y el poeta Louis Aragón construirían una de las parejas más importantes en el movimiento revolucionario europeo del siglo XX. ¿Cuál es la historia de amor que vivieron estos dos referentes de la cultura universal, en casi cuarenta años de relación?
José Luis Díaz-Granados
Hace casi 40 años, el 24 de diciembre de 1982, dejó de existir en París el poeta y novelista francés Louis Aragón, uno de los más completos escritores contemporáneos, actor y espectador de momentos estelares del siglo XX y quizás el más profundo cultor de la lengua de Balzac y Flaubert.
Después de haber cursado estudios de medicina marchó al frente de batalla durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), donde puso en práctica sus conocimientos en materia de salubridad. Terminada la contienda regresó a París y allí trabó amistad con jóvenes poetas y artistas que experimentaban con diversas formas del lenguaje y el color y a quienes denominaban «dadaístas», movimiento de «avant-garde» fundado en Zürich por el rumano Tristán Tzará.
Dinamitar la catedral
En 1924 el mundo cultural europeo bullía de tentativas e innovaciones en todos los campos de la creación estética. Aragón estaba deslumbrado con el cubismo de Braque y Picasso, el cine de Charlot y las fantasías populares de Stravinski. Leía a Baudelaire, Mallarmé, Jarry, Rimbaud y Freud. Con sus amigos André Bretón, Paul Eluard, Phillipe Soupault y Benjamín Peret, entre otros, escribió el Primer Manifiesto Surrealista, donde condenaron a la «merde» a autores reaccionarios como D’Annunzio, Claudel, Federico Mistral y Paul Valéry.
El sacrílego Aragón recomendaba la escritura automática, elaborar poemas durante el sueño, despreciar la lógica aristotélica y cartesiana, abofetear el cadáver aún fresco de Anatole France y, además, dinamitar la Catedral de Notre-Dame. Era, pues, un loco irreverente que escribía frases quemantes como propinando latigazos literarios por doquier.
Para entonces ya había publicado libros extravagantes y hermosos como Fuego de alegría, El movimiento perpetuo y la novela Aniceto o el panorama. Son años en que lee con entusiasmo obras de Marx, Engels y Lenin y sigue con suma curiosidad la trayectoria de la revolución soviética. En 1927, luego de haberse publicado el Segundo Manifiesto Surrealista, Aragón lo juzga «incompatible con el materialismo dialéctico» y junto a Paul Eluard se afilia al Partido Comunista Francés, en cuyas filas permanecieron hasta sus muertes.
La camarada solidaria
Por ese tiempo conoció a la rusa Elsa Brick, quien había adoptado el apellido de su primer esposo, Triolet. El flechazo del amor fue mutuo e inmediato. Elsa era hermana de Lili Brick, la compañera y musa de Vladimir Mayakovski, «el mejor poeta de la era soviética», en opinión del propio José Stalin. Con Elsa –autora de hermosos libros de poesía y prosa como los titulados Fresa silvestre, Buenas noches, Teresa, La historia de Antón Chejov y El ruiseñor calla al alba–, Aragón viviría desde entonces la más sólida comunión espiritual, amorosa y revolucionaria en una travesía que duraría cerca de cuarenta años.
Elsa fue la compañera leal y constante de la vertiginosa producción literaria de Aragón, la camarada solidaria durante la Resistencia (1940-1944) y la inspiradora definitiva de su poesía, una de las más bellas y caudalosas de la lengua francesa.
Los ojos de Elsa, es el libro estelar de Aragón en aquellos años turbulentos. Tres décadas más tarde, escribe con renovados ímpetus creadores una catedral de amor titulada El loco de Elsa: «Te voy a decir un gran secreto: / el tiempo eres tú, el tiempo es mujer… / Cierra las puertas… / Es más fácil morir que amar. / Por eso es que me entrego al mal vivir, / mi amor…».
De allí en adelante, literatura, periodismo y política se convierten en una sola gran actividad tanto en Aragón como en Elsa: trabajan como periodistas en L’Humanité, fundan la revista La Comuna y dirigen el semanario Ce Soir. Viajan a la URSS y a los países de Europa Oriental innumerables veces. Aragón escribe ¡Hurra por el Ural!, en homenaje al país de los soviets, publica poemas satíricos contra Hitler, Mussolini y Petain y prologa la edición francesa de España en el corazón, de su amigo chileno Pablo Neruda. Años más tarde publicará en Gallimard su novela épica Los comunistas, en varios volúmenes, saga escrita entre 1939 y 1951.
En tus brazos
Terminada la guerra, Aragón adhiere a la corriente denominada «el realismo socialista» y escribe novelas como El mundo real, Las campanas de Basilea y La Semana Santa y ensayos reveladores como Tratado de estilo, La luz de Stendhal y Henri Matisse. Funda el semanario Las Lettres Francaises y desde sus columnas da rienda suelta a su vocación de polemista y articulista en favor de la justicia social. Sus textos allí publicados rivalizan con los Sartre y Camus en pro de la independencia de Indochina y la liberación de Argelia.
Este monstruo arrogante y altanero –como lo veían sus detractores–, de ojos intensamente azules como los de Elsa, intolerante y distinguido, amado por una juventud entusiasta que cantaba sus poemas con música de Brassens o de Leo Ferré, o los recitaba en la voz de Gerard Phillipe, falleció en su amado París a la edad de 86 años.
El sacrílego de los años veinte, el poeta proteico, el novelista experimental, el ensayista cáustico, el camarada incondicional, el autor de medio centenar de libros donde conviven la ternura y el incendio, fue sepultado junto al sarcófago de Elsa –quien había muerto diez años antes–, tal como lo había pedido en un poema lejano: «Dormir el sueño en tus dos brazos / en el país sin nombre, sin sueño y sin aurora…».