
Cuando se piensa que un buen regalo de Navidad puede ser una mascota, muchos de estos cachorros no son bien recibidos y después del furor de las fiestas terminan sin hogar
Pablo Arciniegas
No está claro si fue hace 20 mil o 14 mil años, pero se estima que desde esta época el perro y el ser humano son familia. Konrad Lorenz una vez propuso que este proceso de domesticación no había ocurrido en un solo lugar ni en un solo momento. De hecho, pensaba que el primer sabueso que nos acompañó no provenía únicamente del lobo, sino también del chacal, y que a raíz de las migraciones humanas y de su cría selectiva fue surgiendo la especie canis lupus familiaris, el perro doméstico que hoy conocemos.
Tan antigua como la escritura y anterior a la agricultura, esta relación de humano-perro nos define. Las primeras tribus de nuestros ancestros que cruzaron el puente de Bering y llegaron a lo que luego sería llamado América, lo hicieron acompañados de sus perros, de los que provienen razas como el xoloescuincle, mascota y deidad de los indígenas mexicas.
Tampoco hay que olvidar que Argos, el sabueso de Ulises, héroe de la Odisea, es el único que lo reconoce después de 20 años, cuando llega a su isla Ítaca, y desde el siglo tercero, antes de Cristo, existe evidencia de cementerios de mascotas en Grecia y Roma, por lo que se puede considerar que tratar a nuestros perros como familia no es una invención del movimiento pet friendly, sino algo completamente humano.
Pero no todo ha sido amor. No dejan de existir vejaciones como las peleas de perros, la crianza exhaustiva, una amplia gama de maltratos físicos, sobre todo los ejecutados por la industria cosmética y farmacéutica, y el abandono.
En la mente del perro
De la lista anterior, quizá el abandono sea lo menos preocupante que le pueda pasar a un perro, pero pensarlo sería negar indirectamente que existe una mente, un algo en los seres vivos que se enferma cuando experimentamos una emoción negativa una y otra vez. Es más, el abandono también enferma al ser humano, porque la conclusión a la que llega nuestro cerebro cuando vivimos demasiada soledad es que portamos una enfermedad muy contagiosa y por eso nadie se nos acerca.
En el caso del perro, el abandono y la soledad son fulminantes, en la medida que el cerebro del animal ha evolucionado para producir enormes cantidades de oxitocina (la hormona responsable de hacer experimentar a los mamíferos sensaciones altamente agradables) cada vez que ve a su familia o a su dueño, en quienes espera generar esa misma reacción para asegurar su supervivencia. Por eso, el desprecio tiene un impacto psiquiátrico muy potente en el perro, que aunque perdona con facilidad, se demora bastante en reconstruir su confianza, como sabe cualquiera que los ha adoptado.
Es importante dimensionar bien el sufrimiento que sufre el perro con el maltrato y el abandono, y tenerlo más en cuenta durante diciembre, cuando se piensa que un buen regalo de Navidad puede ser una mascota, cosa que no cuadra con que la mayoría de fundaciones de perros y gatos, no solo en Bogotá sino en todo el mundo, decidan suspender las solicitudes de adopción hasta bien entrado el próximo año, porque seguramente ese cachorro con el que se pretendía dar un detalle bonito nunca fue bien recibido y después del furor de las fiestas terminó sin hogar.
Un perro sin dueños corre distintas suertes, si es abandonado en un área rural tiene una posibilidad muy pequeña de volverse feral, y convertirse en un peligro para los mamíferos más pequeños de varios ecosistemas, como se ha reportado en los cerros orientales de Bogotá. En la ciudad, también puede llegar a sobrevivir, pero el desprecio lo convierte en un animal confundido, miedoso y, siguiendo esta lógica, en un animal agresivo. Aunque, en general, los perros abandonados terminan envenenados o desnutridos porque simplemente no están adaptados para vivir sin el cuidado de una familia.
Canela
La posibilidad de que los perros abandonados sean adoptados tampoco es minúscula. Pero no siempre es fácil para quien decide recibirlos, así sea como hogar de paso, y no es solamente porque el perro ‘de la calle’ carga con traumas, sino porque a pesar de toda la tradición que representa este animal en nuestra cultura, aún hay quienes lo consideran como un objeto.
Ximena tiene 22 años y acaba de servir de hogar de paso a una perra que se llama Canela de cuatro años. Ella ha optado por no decir su verdadero nombre, ni el de la perra, porque no quiere exponer a su familia, pero tampoco se quiere quedar callada. “Canela es la perra de mi hermano, de su expareja y su hijo de siete años, es decir mi sobrino. Ellos la adoptaron en el 2017 y después de que se les pasó la ternura, la dejaron de pasear y la recluyeron en un patio donde solo le daban comida. Hace un año mi hermano se divorció y, poco a poco, Canela fue quedando en un limbo”, cuenta esta estudiante de primer semestre de Ciencias Políticas.
Pero lo más grave, según ella, fue cuando la esposa de su hermano decidió irse a vivir a Canadá hace dos semanas. “Nadie sabía qué hacer con la perra porque vivía con ella, y la verdad es que la posibilidad de echarla a la calle estaba sobre la mesa. En un principio intenté mantenerme alejada de la situación, esperando que mi hermano asumiera la responsabilidad, aunque él veía toda la situación como un ataque de su expareja. Al final, no me dio el corazón y ayudé como pude a buscarle un segundo hogar a Canela”, explica.
Sin embargo, esto no ha sido para nada sencillo, primero porque Ximena ya tiene un perro y el espacio que tiene en su apartamento no da para otro más. “Además, mi hermano pretendía dármela sin esterilizar, y cuando le dije que así no se la recibía, parece que se buscó al veterinario más económico, y luego me la entregó cuando ni le había pasado el efecto de los sedantes”, dice la estudiante.
El caso es que Ximena tuvo a Canela hasta que se lo permitieron los dueños del apartamento donde vive, y luego, sin más opciones, decidió pagarle a una guardería mientras le encuentra otra familia. “No ha sido barato, y eso que a veces mi mamá me ayuda sin que nadie se dé cuenta. También los dueños de la guardería me ayudan haciendo promoción en las redes de adopción, aunque desde el principio me dijeron que no podían tener a la perra para siempre”, indica Ximena”.
Un mensaje humildad
Lo cierto es que la adopción de ningún perro puede convertirse en un encarte ni en ese doloroso episodio que sucedió en Nariño, el año pasado, cuando unos soldados del Ejército arrojaron un cachorro por un barranco y compartieron el video en redes sociales.
Tener un perro es una de las pocas decisiones que se toman sin el típico cálculo de costo-beneficio de nuestra sociedad neoliberal. Se adopta un perro y se cría porque nos nace hacerlo. Porque se tiene esa vocación, como se tiene la vocación de tener hijos, por eso, es una decisión que no se debe tomar a la ligera.
El perro, por lo menos para quienes no dependen de ellos por una discapacidad, entrega algo distinto al humano de esta era, un mensaje de humildad. Tener un perro, intentar comunicarse diariamente con él y hasta extrañarlo, nos recuerda que los seres humanos nos somos una rama del ‘árbol de la vida’ solitaria, nos recuerda que no hemos dejado de ser animales y que estamos al mismo nivel del resto de las especies de este planeta, que, aunque no demuestran nuestras mismas emociones, muchas veces sí tienen una manera compleja de reaccionar ante su entorno.
No en vano, las historias de perros, desde las escritas por Jack London hasta las de la colombiana Pilar Quintana, nos conmueven como si fueran historias propias, y teniendo en cuenta que estamos hablando de un animal que conocemos desde hace más de 14 mil años, podemos tener la seguridad de que así lo son.