El Alacrán, precursor de la prensa comunista

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Edición facsimilar que recoge las siete entregas de El Alacrán. Gráfi cas Cimaz, Bogotá (c. 1980).

Leonidas Arango, especial para VOZ

Hace 170 años, el 28 de enero de 1849, apareció en Bogotá el semanario El Alacrán en medio de un escándalo. El cronista Cordovez Moure recordaba que «Al mediodía parecía la ciudad un avispero… Los ofendidos buscaban rabiosos a los autores del inmundo papelucho; en las casas lloraban indignadas las mujeres insultadas o temerosas de que las mencionaran en El Alacrán». En corrillos callejeros se comentaban los chismes sobre la vida de algunos miembros de las clases altas y la gente se agolpaba a leer en anuncios pegados en las paredes:

Hoy sale “El Alacrán”, reptil rabioso, / que hiere sin piedad, sin compasión, animal iracundo y venenoso / que clava indiferente su aguijón. Estaba entre los tipos escondido, / emponzoñando su punzón fatal, mas, ¡ay!, que de la imprenta se ha salido / y lo da Pacho Pardo por un real.

Apenas un año antes hubo una cadena de insurrecciones populares que derrocaron la monarquía en Francia y se extendieron por Italia y Europa central. Espontáneas y mal organizadas, fueron reprimidas con brutalidad, pero mostraron el potencial del movimiento obrero. En febrero del mismo año salió en Londres el Manifiesto del Partido Comunista, que redactaron Carlos Marx y Federico Engels y que rompió las concepciones socialistas utópicas de corte cristiano que proclamaban un igualitarismo ingenuo. El Manifiesto, por el contrario, buscaba organizar a la clase trabajadora bajo el lema «¡Proletarios de todos los países uníos!»

El redactor principal de El Alacrán, publicado en prosa y en rima, fue el joven cartagenero Joaquín Pablo Posada, de 24 años. Después de la aventura publicó poemas en Costa Rica y Cuba y falleció en Barranquilla en 1880, en la miseria y escribiendo versos hasta última hora. Su compañero en El Alacrán fue su primo Germán Gutiérrez de Piñeres, de 33.

«Cierto establecimiento público»

El Alacrán era, ante todo, una publicación satírica que hacía imprudentes denuncias contra personajes notables de Bogotá, y la venganza no demoró: al aparecer la tercera entrega los editores ya estaban en la cárcel, pero desde la prisión mantuvieron su labor hasta publicar siete números. «Ya estamos juzgados, ya estamos sentenciados, ya estamos sufriendo nuestra condena. Henos aquí en una inmunda cloaca en medio de famosos malhechores, de famosos asesinos y de los bandidos más insignes de la República». Sin perder el humor y desde la celda se excusaron por su ausencia en el sepelio de un diplomático extranjero «por haber estado un poquito ocupados en cierto establecimiento público de la capital.» Posada y Gutiérrez de Piñeres nunca rehuyeron su responsabilidad durante los seis meses que duró el confinamiento hasta cuando fueron indultados por el presidente José Hilario López, recién elegido con apoyo de los artesanos.

¡Abajo los de arriba!

Sin haber conocido el Manifiesto de Marx y Engels, los editores del semanario publicaron desde el comienzo una serie de columnas tituladas «Comunismo», que comenzaron así: «El eco de la gran palabra comunismo lanzada en Europa por labios filantrópicos, ha llegado hasta nosotros, haciendo palpitar de esperanza i entusiasmo más de un corazón de joven…» y fustigaban al sistema burgués con frases como: «Las sociedades humanas basadas todas como están hoy día, sobre el infame principio del egoísmo, no pueden subsistir largo tiempo así». Presentían que la situación solo podía cambiar mediante la organización popular: «Sí, a la fuerza de los dominadores del mundo va a oponerse la fuerza, que hoy es mayor, de la multitud oprimida. No falta sino que esa multitud se conozca a sí misma: no falta sino que se haga conocer todo lo que puede para que ella obre… y el momento llegará.» No se desprendían de la concepción religiosa: «La idea del comunismo que es la realización del pensamiento divino manifestado en el Evangelio cundirá y se propagará como éste por más que al principio tenga que luchar con grandes contrariedades.»

Para las capas altas de Bogotá, lo más ponzoñoso de El Alacrán eran los planteamientos de lucha de pobres contra ricos: «Nuestro enemigo es la clase rica, nuestros enemigos reales son los inicuos opresores, los endurecidos monopolistas, los agiotistas protervos. ¿Con qué derecho los ricos ponen precio al trabajo de los hombres?», y proclamaron: «¡Abajo los que estáis arriba!»

Los siete números de El Alacrán dejaron huella profunda en la historia del periodismo colombiano. Posada y Gutiérrez de Piñeres lanzaron desde muy temprano una consigna alejada de toda ingenuidad:

«Uníos, que vosotros sois los únicos poderosos de la tierra. Salvad al mundo pronunciando está sola palabra: comunismo«