El líder de la OEA jamás alzó la voz para condenar los falsos positivos, el asesinato de líderes sociales y de excombatientes de las Farc en trance de reinserción, ni los crímenes del gobierno chileno contra los manifestantes que reclaman cambios sociales avanzados y menos la conspiración golpista de los gobiernos de Brasil y Bolivia
Ricardo Arenales
Hasta hace unos pocos meses, la elección del nuevo secretario general de la Organización de Estados Americanos, OEA, parecía inclinarse hacia la reelección del actual titular del cargo, el uruguayo Luis Almagro. Este, además, es el candidato de Estados Unidos, de Colombia y de todos los gobiernos de extrema derecha del continente, unidos en una causa común: el derrocamiento de Nicolás Maduro del gobierno en Venezuela y la destrucción del proceso de cambios democráticos en ese país, conocidos como la Revolución Bolivariana.
El camino despejado, que aparentemente tenía Almagro, se malogró a última hora, con dos nuevas postulaciones, una de las cuales ha cogido fuerza, a tal punto que podría ganarle la partida al actual titular del cargo, en la primera ronda de votaciones, con la mayoría necesaria para asegurar la salida del uruguayo.
Se trata de la excanciller ecuatoriana María Fernanda Espinosa y la del embajador peruano ante Estados Unidos, Hugo de Zela. En estas condiciones, tres nombres compiten por el cargo. En esta ocasión, por primera vez, dos de los aspirantes no fueron postulados por sus respectivos países, como ha sido la tradición. Almagro, considerado como un renegado por amplios círculos políticos uruguayos, y expulsado de su partido por la gestión adelantada en la OEA, no lo propuso el anterior gobierno de Tabaré Vásquez, a quien correspondía hacerlo. Lo curioso es que fue postulado por el gobierno de Iván Duque, por recomendación del Departamento de Estado de los Estados Unidos.
Mayoría holgada
El otro caso es el de la excanciller Espinosa, que no tuvo el respaldo de Ecuador, su país de origen y fue postulada por una coalición de países centroamericanos y caribeños, encabezada por Antigua y Barbuda y San Vicente y Las Granadinas. Los países agrupados en el Caricom y México, han expresado su rechazo a la candidaturita de Almagro, y probablemente respalden a Espinosa. Se espera que el voto de Argentina se incline en esta dirección. En estas condiciones, Espinosa podría alcanzar los 18 votos necesarios, de 34, para augurarse el cargo en una primera ronda de votaciones.
De todas maneras, el proceso de elección del nuevo secretario general, previsto para este 20 de marzo (ojalá no la aplacen por el coronavirus), es permeado por políticas tóxicas como la ofensiva intervencionista en el continente impulsada por el presidente Trump de los Estados Unidos, y la del derechista de Jair Bolsonaro, en Brasil.
El modelo de trabajo de la OEA, representado por un multilateralismo neoliberal en crisis es sacudido por la ola de protestas que en los últimos meses se han desarrollado en países como Argentina, Chile y Colombia. En esa contradicción, se levanta, enhiesta, la heroica resistencia del pueblo venezolano en defensa de su proyecto bolivariano, que sobrevive a las sanciones económicas, diplomáticas, comerciales y financieras impuestas por la Casa Blanca y aplaudidas por Almagro.
Planes contra Venezuela
En los círculos diplomáticos latinoamericanos, pesa en forma mayoritaria, la idea de que la gestión de Luis Almagro en la dirección de la OEA, se alejó de los postulados de la Carta de fundación del organismo, de 1948, este personaje se convirtió en un mercenario de la política intervencionista norteamericana y prácticamente desarticuló los mecanismos de integración regional.
En primer lugar, Almagro se opuso rabiosamente a cualquier proyecto de integración regional que no estuviera alineado con la política exterior norteamericana. Organismos como la Celac, el Mercosur, el Alba, entre otros, fueron objeto de sus afilados dardos.
La mayor parte de su gestión estuvo dedicada a conspirar contra la revolución bolivariana y a alentar diversos proyectos intervencionistas, incluyendo frustrados intentos de golpe de Estado contra Nicolás Maduro. Estos esfuerzos se reflejaron en la creación del Grupo de Lima, un organismo de conspiración contra Venezuela, que también fracasó en sus propósitos.
Saludable relevo
El célebre informe de la OEA sobre las elecciones en Bolivia, soportados en un supuesto fraude que, meses después, se encontró que no tenía ningún sustento real, sirvió sin embargo de expediente para que las elites militares y de la burguesía tradicional boliviana perpetraran un artero golpe de Estado contra el presidente constitucional Evo Morales.
Almagro lideró una sucia campaña de desprestigio de las misiones médicas cubanas, una de las expresiones más nobles y altruistas de solidaridad del pueblo y el gobierno cubanos hacia otras naciones del mundo, especialmente de América Latina, para contribuir desinteresadamente en el mejorestar de la salud y el bienestar de millones de personas.
Y en una gestión que él mismo define como de defensa de la democracia en el continente, jamás alzó la voz para condenar los falsos positivos, el asesinato de líderes sociales y de excombatientes de las Farc en trance de reinserción, ni los crímenes del gobierno chileno contra los manifestantes que reclaman cambios sociales avanzados y menos la conspiración golpista de los gobiernos de Brasil y Bolivia. El prontuario de Almagro es más voluminoso. Queda por esperar que la opinión serena y sensata de la mayoría de gobiernos de América Latina, frustren los planes de Estados Unidos y de Colombia de mantener al cancerbero yanqui en la dirección de la OEA.