Alfredo Holguín
@alfredoholguinm
Resistencia para la paz: La vida de Álvaro es inherente al nacimiento de una resistencia popular con sentido político revolucionario. No es una simple coincidencia, pues él fue quien mejor interpretó la orientación del VI Congreso del PCC -1949- sintetizada en la consigna: “Autodefensa de masas” […] “y un frente democrático que derrote las fuerzas reaccionarias”. Su temprano compromiso como defensor de los trabajadores en el Tolima, le permitió ser testigo de excepción del proceso de reorganización del movimiento agrario sobreviviente de la violencia bipartidista y que, a la postre, se convirtiría en el núcleo de la resistencia campesina e indígena. Allí, en ese ambiente, se gestó la Conferencia Guerrillera de 1955.
Lucha por la paz y contra el aventurerismo: Una exégesis de los textos del PCC desde el X Congreso (1966) al XIII Congreso (1980), permite observar la impronta de Álvaro. Su ideario revolucionario, en este tópico, dio un salto de calidad, pasando de la resistencia a la necesidad de construir alternativas para superar la guerra. No es cuestión menor transitar desde la consigna de “combinar todas las formas de lucha de masas, para hacer la revolución” hacia la consigna de “lucha por la paz y solución política negociada”. No queda la menor duda que la propuesta de luchar por una apertura democrática es un enorme paso adelante, propuesta esta que golpeó el aventurerismo tanto al interior Partido como en el conjunto del movimiento revolucionario.
No instrumentalizar la paz: Enseñó, con el ejemplo, que la lucha por la paz exige un fuerte compromiso ético, demanda trabajar sin sectarismos, requiere evitar las veleidades personales y de grupo. Para él, estos aspectos eran una condición sin la cual no sería posible la construcción de la más amplia unidad de los sectores amigos de la paz. Álvaro, no solo impulsó decididamente la solución política del conflicto; sino que, se involucró de manera decidida en su arquitectura. Su condición de dirigente revolucionario y su agudeza política le permitieron manejar el hilo conductor desde la resistencia hasta los Acuerdos de La Uribe (1984). Posteriormente compartió de manera crítica el proceso de paz del M-19 y otras insurgencias, proceso que abrió paso a la Constitución de 1991. Igualmente estuvo comprometido con los diálogos conjuntos de Tlaxcala (1992), posteriormente en los acuerdos de Maguncia (1994/98). Desde luego, estuvo vinculado en el impulso del Proceso de Diálogo del Caguán (1998-2002), hasta que de nuevo se desvaneció la esperanza de la paz.
La unidad de los sectores afines al proceso de solución política no era, para él, un asunto abstracto, por ello, con sentido práctico, estuvo comprometido en la construcción de la Asamblea Permanente de la Sociedad Civil por la Paz (1998), año en que se constituyó el Consejo Nacional de Paz. Con claridad meridiana, enseñó que no había que desdeñar ningún espacio ganado a la oligarquía.
El Viejo, desde la resistencia, nos enseñó que era preferible una dignidad peligrosa a una paz arrodillada (Martí), pero, por su comprensión política, terminó convencido que, en nuestras condiciones, en el sentido de Erasmo de Rotterdam, firmar una paz desventajosa era más sensato que impulsar una guerra justa.
Su vida sencilla y su actividad nos mostraron al revolucionario que de Senador pasó a ser un asesor obrero y quien después de pasar por la Secretaría General del PCC, continuó su labor como constructor de bases comunistas.
📢 Si te gustó este artículo y quieres apoyar al semanario VOZ, te contamos que ya está disponible la tienda virtual donde podrás suscribirte a la versión online del periódico.
👇🏽👇🏽👇🏽