Pietro Lora Alarcón
Vamos por partes: en Colombia, la MINGA por la vida, la defensa del territorio y el cumplimiento de los Acuerdos de Paz, así como el Paro del próximo 21 de octubre; en Chile, en la Plaza de la Dignidad, la fuerza de los que quieren sepultar las crueles secuelas institucionales de una dictadura y caminan en un proceso constituyente; en Bolivia, simultáneamente, en este domingo 18, la victoria electoral y el retorno de los que nunca se fueron porque estuvieron siempre allí, vigilando y enfrentando un gobierno intruso y sin legitimidad.
¿Que se revela en este cuadro? aún para los más escépticos y conservadores, un escenario de respuesta social ante los límites políticos de las clases tradicionalmente en el control del Estado para mantener su capacidad hegemónica en las sociedades de América Latina. Hay una inconformidad latente andando desde el final del año pasado. Y esas manifestaciones de rechazo al sistema de desigualdad y de exclusión dominante, agravado por la pandemia, no consiguen ser amansadas por políticas o medidas jurídicas de excepción.
Los datos oficiales muestran que los gobiernos anclados testarudamente en las exigencias del gran capital internacional aplican medidas inocuas. La crisis se acentúa no solo en Colombia sino en otros países de la región y ahora a estos gobiernos les resta la alternativa de concentrar el poder institucional, reduciendo los espacios y las garantías democráticas como forma de mantener directamente la peligrosa posibilidad de una salida desconocedora inclusive de los modelos constitucionales.
Ahora bien, el caso boliviano es paradigmático, porque significa que el intento de las fuerzas más reaccionarias de acabar con el legado de un gobierno popular, a pesar de toda la arremetida, con orientación norteamericana, disfrazada por el supuesto lastro de legitimidad de una OEA manoseada, no tuvo receptividad en la población. A eso se suma que el pueblo no se amilanó, aún con la más cobarde represión y las masacres de Senkata y Sacaba que dejaron un saldo de más de 30 campesinos asesinados. Y a eso hay que adicionar el desespero del gobierno de facto para aplazar en varias oportunidades el certamen electoral y de esa forma contener lo que al final resultó irreversible: la derrota en las urnas.
Esto no es aislado. La gente está dispuesta a votar por cosas distintas y por un cambio de rumbo. Y por eso el escenario tiene que ser materia de análisis de los sectores revolucionarios y democráticos de la región como una señal positiva, que sugiere, en el caso colombiano, generar iniciativas más osadas para construir unidad en la práctica, con ejes concretos y propositivos, transformadores de lo fundamental en la contradicción económica, fundados en la profundización de la participación popular, para caminar hacia un mandato presidencial que condense las aspiraciones populares.
Vuelvo a Chile para decir que aquí, más al sur, el pueblo chileno y el pueblo mapuche salieron a las calles y que el comando Apruebo Chile Digno, que concentra partidos y organizaciones sociales trabaja permanentemente para ampliar la participación ciudadana en cabildos y otras instancias democráticas con la consigna “hasta que la dignidad se haga costumbre”, que bien puede ser la consigna de América Latina entera. ¡Vamos por partes, pero pensando en el todo!
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