Colombia se conmociona con la violencia que se agudiza sobre los territorios de paz habitados por excombatientes de las FARC, luego de conocerse el asesinato de un niño de tan solo siete meses de nacido
Carolina Tejada Sánchez
@carolltejada
Con el corazón roto quedó cada persona habitante de los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación, ETCR, donde excombatientes de las FARC, se encuentran adelantando su nuevo proyecto de vida, luego de que el pasado 14 de abril hombres armados dispararan contra la humanidad del exguerrillero Carlos Enrique González, su esposa Sandra Pushaina y Samuel David González Pushaina, un bebé de tan solo siete meses de nacido, quien a diferencia de sus padres, perdió la vida.
Las balas del odio y la barbarie segaron la ternura de un hijo de la paz. Cuando esta familia descansaba en horas de la noche, mientras esperaban para llevar al infante a conocer a su abuela paterna, hombres armados dispararon indiscriminadamente contra la casa en la que descansaban. A Carlos Enrique de 23 años, lo alcanzaron dos disparos, a Sandra de 19 años, uno que le atravesó una pierna, los impactos de bala también irrumpieron en el cuerpo del bebé.
Luego de ser atacados, y ya en las horas de la madrugada, cuando Carlos y Sandra heridos por las balas lograron salir de su resguardo para buscar ayuda, las heridas de bala en el cuerpo indefenso de Samuel impidieron que llegara con vida al hospital. Del lugar de los hechos al centro hospitalario en Maicao hay treinta minutos, pero Samuel murió desangrado, mientras sus padres veían llegar el último amanecer que los acompañaba.
No hay garantías
Mientras el Gobierno de Iván Duque les cierra los caminos a los puntos acordados en La Habana, a la Justicia Especial para la Paz, JEP, y a los múltiples compromisos establecidos para avanzar en el proceso de reincorporación con garantías, la violencia impune se agrava sobre los y las excombatientes que creyeron y creen en que otra Colombia, en paz, sí es posible.
Lo ocurrido con Samuel, es consecuencia de la ausencia de esas garantías del gobierno de Duque. Quienes entregaron sus armas y le apostaron a la reconciliación, hoy llaman a frenar la guerra contra ellos, pero también contra sus familias, muchas de ellas atacadas, asesinadas o heridas de manera indefensa y cuyos casos hoy se encuentran en la impunidad, bajo el silencio cómplice de quienes siguen negando la justicia, la paz y la igualdad en los territorios del país. El reflejo de este drama, no solo es el hecho lamentable de la muerte de Samuel, esa es apenas la evidencia de la podredumbre de una política de guerra que se ha sembrado en el país, y que desde que se firmó el Acuerdo de Paz, se ha llevado a los cementerios, a punta de bala y odio, a 128 personas excombatientes en todo el territorio nacional.
Que no se desvanezca la paz
En Colombia, quienes cimientan la violencia, nunca comprendieron que la paz no era el desarme, que la paz como condición política, era más que un derecho a silenciar fusiles. La paz, sobre todo, es la posibilidad de vivir en medio de la concordia y con las garantías para avanzar en un proyecto de vida digna que implicara la superación de las causas que condujeron a la guerra.
Cada familia que hoy se ha constituido luego de los acuerdos de paz, y que anhela poder vivir en tranquilidad, ha enviado, a través de las redes sociales, su sentimiento y solidaridad a Carlos y Sandra. Desde el ETCR de Tierra Grata, quienes vieron nacer y crecer a Samuel, expresaron su profundo dolor por lo ocurrido y a través de un comunicado público reflexionaron sobre los hechos: “Con su corta vida, Samuel nos deja reflexiones sobre las contradicciones de estos tiempos. Nacer como símbolo de esperanza de la construcción de paz y morir asesinado para recordarnos que las condiciones de convivencia están distantes, aún, en medio de un orden social en plena decadencia”.
Que sea el último adiós
En un acto solemne y con el acompañamiento de cientos de personas del territorio, se realizó un homenaje de despedida a Samuel. Varios niños y niñas que nacieron también producto de la firma de la paz, acompañaron el féretro en medio de una marcha que conducía hacia el Cementerio San José de Oriente, como símbolo de rechazo a lo ocurrido. Sin embargo, Carlos y Sandra, heridos aún por las balas, no pudieron acompañar el entierro del bebé. Hasta el último adiós a su hijo se los quitó la guerra a la que ya habían renunciado.
Los y las integrantes del partido FARC llaman al Gobierno nacional a investigar los hechos, a no dejar en la impunidad la muerte de Samuel y a dar con el paradero de quienes dispararon contra la humanidad de esta familia Wayuu. Desde la zona territorial afirmaron: “A Samuel lo sentimos como hijo nuestro. Su muerte nos llena de dolor y pesar, y no puede quedar empapelada reduciendo los hechos a una pelea de clanes, de justicia étnica o familiar. Honor y gloria a Samuelito”.
En estas zonas territoriales de paz, los bebés son símbolo de vida y de la terminación de una larga noche de confrontaciones violentas. Con la muerte de Samuel crece la desesperanza. Por ello, son insistentes en llamar a la comunidad internacional a presionar al gobierno de Duque para avanzar en la implementación de los acuerdos y a garantizar la vida y la seguridad de quienes hoy, ya en la dinámica política y civil, se han prestado para construir una vida digna y fuera de las lógicas de la guerra.