Javier Castro
@jcastronauta
La semana pasada se estrenó en Colombia “Animal”, la más reciente película de Armando Bo, el joven director argentino dado a conocer por su trabajo como guionista al lado del cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu en “Biutiful” (2010), proyecto que le abrió paso para alzarse con el premio Oscar a mejor guion original en 2014 con “Birdman”.
«Animal» ha sido escrita por el mismo Armando Bo junto a su primo y socio de aventuras creativas Nicolás Giacobone, dando vida a un ambiente en tonos fríos cuidadosamente fotografiado en un dinámico travelling de cámara tipo plano secuencia para recrear el exordio de esta historia protagonizada por Guillermo Francella, un versátil actor quien desde “El secreto de sus ojos” (2010) viene deconstruyendo su perfil de comediante y llega en esta ocasión interpretando a Antonio Decoud, un ejemplar hombre de familia, gerente de una empresa ligada al negocio de los cárnicos y miembro de la tradicional pequeña burguesía de Mar del Plata a quien su riñón le juega una mala pasada, obligándole a inscribirse en una lista de espera para ser favorecido con un trasplante, siendo este el punto de partida de una serie de vertiginosos momentos colmados de crueldad y egoísmo.
La cotidianidad de Antonio pasa de ser una rutina donde se produce y acumula dinero, para convertirse en una lucha intensa por sobrevivir, llevándole a cuestionarse como persona y por fin darse cuenta que a pesar de sus privilegios hay un sistema fallido que es necesario cambiar.
Ante tamaña adversidad, el reducido abanico de posibilidades al ver desvanecer su vida en estériles sesiones de diálisis, aquel hombre es abocado a explorar las más arriesgadas salidas, encontrándose de frente con la mezquindad de Elías y Lucy (Federico Salles y Mercedes De Santis), una pareja de jóvenes erigidos como antípoda a la escala de valores de aquel modelo de familia que Antonio y Susana (Carla Peterson) habían construido.
Aparentemente resueltos a ayudar, estos mostrencos aprovecharán la compatibilidad sanguínea para llegar a un acuerdo y materializar el trasplante, generando tanta expectativa prontamente convertida en zozobra ante el paulatino cambio de condiciones que exacerbarán los ánimos e incluso pondrían a prueba la ética de Antonio.
Se trata de un tema sensible que toca las fibras de miles de familias que para el caso de Colombia esperan ser favorecidos con un donante, máxime cuando casi el 80 por ciento de los fallecidos no deja que sus órganos sean trasplantados. Situación que se eleva a crisis en las cifras oficiales donde según el Instituto Nacional de Salud (INS) se registran en el primer semestre de 2018 al menos 2.585 pacientes a la espera de un trasplante, que a modo de casualidad para el caso de la película que hoy motiva estas líneas, es el riñón el órgano más requerido con 2.477 solicitudes.
Sin embargo muchos han fortalecido sus esperanzas en la Ley 1805 de 2016 por la cual todo colombiano es donante salvo que en vida manifieste por escrito lo contrario, medida que resulta oportuna ante la poca cultura de donantes voluntarios que hoy alcanza en nuestro país los 7,2 por millón de habitantes, siendo abismal la diferencia con respecto al resto de Latinoamérica donde llegan a los 23 donantes por millón de habitantes.
Es ese el drama que se expone en «Animal», un film inexorablemente provocador que nos proyecta el peor retrato de la sociedad capitalista donde cobran vigencia las palabras de Marx cuando sentencia que: “La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas”.
Estamos ante una cruda pero conmovedora pieza cinematográfica que invita a reflexionar acerca de la mercantilización de la salud y el retroceso de las conquistas sociales que el pueblo organizado ha logrado en años de aguerridas luchas, siendo Colombia uno de los países más afectados por la voracidad del modelo neoliberal y el eventual desmejoramiento del sistema de seguridad social.
Entre tanto, «Animal» es otro vivo ejemplo de la narrativa alternativa que en el cine sirve como vehículo para contar historias de profundo contenido social con altos niveles de calidad. Todo esto mientras nuestra incipiente industria colombiana se empeña en zambullirse con holgura en historias chabacanas y refritos de mafias y prostitutas.