Federico García Naranjo
@garcianaranjo
Hay una gritería que reivindica el derecho a no vacunarse contra el covid-19. Quienes así piensan, se defienden básicamente con dos tipos de argumentos: El primero alude a toda suerte de pseudoteorías de la conspiración que afirman que la pandemia es un invento de las farmacéuticas para hacer más dinero o de personajes como Bill Gates o George Soros, quienes pretenderían implantar a través de las vacunas un sistema global de control de la conducta y de manipulación emocional, como si no tuviéramos ya un dispositivo en nuestros bolsillos que hace exactamente eso.
El segundo tipo de argumentos es todavía más preocupante. Este se basa en una concepción de los derechos individuales como sagrados y por encima de los derechos colectivos. No dicen explícitamente que defienden el derecho de contagiar a todo el mundo, sino que se apoyan en una supuesta resistencia a la opresión de un Estado que, a su juicio, se entromete en la vida privada de los ciudadanos cuando intenta obligarles a recibir la vacuna.
Los primeros argumentos obedecen a la ignorancia. Son personas con poca educación y susceptibles a creer en mentiras, difundidas con gran intensidad a través de las redes sociales. Los segundos, por el contrario, corresponden no a una percepción distorsionada de la realidad -hasta cierto punto comprensible- sino a una peligrosa posición ideológica. Con los primeros debe hacerse una pedagogía respetuosa. A los segundos hay que confrontarlos y señalar la peligrosidad de su conducta.
La decisión de no vacunarse es peligrosa porque en lo concreto la pandemia significa una amenaza real para la humanidad, siendo su más brutal evidencia los más de cinco millones de muertos en todo el mundo. Pero es aún más peligrosa porque es defendida por personas con credibilidad, incluso formadores de opinión, que se escudan en un discurso muy atractivo a la forma de pensar y sentir de muchas personas en la actualidad: el endiosamiento del yo, el egocentrismo absoluto, la vanidad hecha dogma.
Justifican su irresponsable actitud tras una supuesta posición “libertaria” que intenta apropiarse del significado original de la palabra -propio del anarquismo- y que en realidad corresponde una actitud egoísta y a una visión del mundo en función de los intereses y necesidades de cada quien. Esta forma de sentir es hoy muy común. Es evidente, en especial, en el arte. Las películas tratan sobre las vivencias del director, las obras de arte expresan solo sentimientos personales y han perdido su vocación transformadora, los pensadores se preocupan por las tribulaciones del individuo y han olvidado los fenómenos sociales. En fin, vivimos en el momento del yo por encima de todo.
Lo anterior es una tendencia estética que puede gustarnos o no, pero cuando se trata de vacunarse es diferente. Es cierto que los gobiernos han aprovechado la pandemia para reforzar el control sobre las personas, pero ello no debe llevarnos a olvidar la responsabilidad que tenemos con los demás, más aún cuando los países industrializados han monopolizado las vacunas, lo que está provocando la aparición de nuevas variantes del virus en África.
Por más que los neoliberales se esfuercen en demostrar lo contrario, la verdad es que la sociedad sí existe. Hay que vacunarse y las autoridades deben exigir a sus ciudadanos que lo hagan. Lo contrario es una sentencia de muerte para muchos. Los derechos individuales no están por encima del derecho a la vida.