Antonio Machado: El poeta de la nostalgia

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Antonio Machado. Retrato de Joaquín Sorolla, (diciembre de 1917). Óleo sobre lienzo. Hispanic Society of America (Nueva York).

Se definió como “un revolucionario tranquilo” y “en el buen sentido de la palabra, bueno”

Ricardo Arenales

Antonio Machado es considerado uno de los mejores poetas de lengua castellana. Ocupa un lugar destacado en la denominada Generación del 98, un grupo de escritores españoles a quienes corresponde vivir, históricamente, una realidad con características especiales: un proceso de acelerado deterioro político en España, que contrasta con un auge inusitado de la literatura.

Ese resurgir de la literatura en la península ibérica, es considerado por algunos como una segunda edad de oro de las letras españolas. La generación del 98 coincide con la entrada en escena del modernismo, cuyo máximo representante es el nicaragüense Rubén Darío.

Machado nació en Sevilla, el 26 de julio de 1875, y falleció en el exilio, en la población francesa de Colliure, el 22 de febrero de 1939. Hoy el mundo de las letras, conmemora 80 años de su desaparición física.

Portal de lo sentimental

En medio de la calidad de su prosa, sus biógrafos lo consideran como el poeta de la nostalgia. Tuvo una personalidad solitaria, que plasmó en sus escritos. En ellos mostró su propia visión de la vida, el amor, el dolor y la tragedia. Sobre todo, la tragedia que representó para el pueblo español la derrota de un proyecto democrático, conocido como la República, tras la asonada fascista que llevó al poder la dictadura del generalísimo Francisco Franco. Leer a Machado hoy, ocho décadas después de su muerte, es entrar al portal de lo filosófico y lo sentimental, es probar la esencia de la literatura a través de la poesía.

No puedo cantar, ni quiero,

A ese Jesús del madero

Sino al que anduvo en el mar

Su delicadeza en la prosa, que mostró su visión del mundo, tuvo reconocimiento internacional. Pese a su nostalgia, hizo un vívido retrato de su natal Sevilla. “Mi vida está hecha más de resignación que de rebeldía”, escribió en un breve relato autobiográfico. Pese a que confesó no ser un hombre rebelde, cuando maduró el proceso de la República, se trasladó a Madrid y se puso al servicio de los republicanos y de su causa por la democracia, la independencia de los grandes centros de poder y la soberanía popular.

Flores y poemas

Mostró en una buena parte de su obra el dolor y la nostalgia del exilio. Clama en sus versos por el regreso, por volver a casa. Por eso sus seguidores reivindican en la poesía machadiana no solo el dolor de su propio exilio, sino el de todos los exiliados, los desaparecidos, los fusilados y en general todas las víctimas del fascismo y de la dictadura.

El exilio de Machado es el de centenares de luchadores republicanos de España, asociado al sufrimiento, a la desesperación y a la muerte. La tumba de Machado es visitada por republicanos antifascistas, que le dejan a diario flores y poemas.

Su militancia antifascista la hizo de la mano de grandes de la poesía y la literatura, como Rafael Alberti, Luis Cernuda, Miguel Hernández, León Felipe, Manuel Altolaguirre, Juan Gil-Albert, José Moreno Villa y otros. Se definió como “un revolucionario tranquilo” y “en el buen sentido de la palabra, bueno”.

En España hay en la actualidad una red de ciudades machadianas, de la que hacen parte Sevilla, Baeza, Soria, Segovia, Rocafort y Colliure: son las ciudades donde vivió. Faltan Madrid y Barcelona, que no se han incorporado a la red, porque gobiernos locales, de tinte antidemocrático, lo han impedido. Recientemente, el refugio T. H. Quintana, donde se alojó Machado tras el exilio y la Fundación Antonio Machado han solicitado del Congreso de los Diputados (parlamento) y al gobierno de España, que el poeta de Soledades sea declarado “héroe nacional de la democracia”.

A lo largo de su obra, prefirió las formas métricas sencillas, como el cantar o la rima. Sus poemas reflejan el sentimiento estético de la generación del 98, es decir, la expresión sencilla de las profundas emociones humanas: el pesimismo ante la situación del país, la esperanza de una España mejor y los paisajes de Castilla, como reflejo del alma nacional.