Jaime Cedano Roldán
@Cedano85
España, semana de disturbios, contenedores quemados, vidrios rotos, almacenes saqueados, ojos reventados y costillas destrozadas. Obsesión existencial por la condena a los violentos, línea única que separa el bien y el mal. Y los violentos son únicamente los manifestantes, por supuesto.
¿Por qué no hacerles caso y condenar? Quizás así desaparezca la violencia y las causas que la generan. Desaparecerían la legislación que permite meter gente a la cárcel por sus ideas, y los manifestantes que violentan por violentar y los policías que aporrean por aporrear, aunque solo en las manifestaciones reivindicativas nunca en las de los “fachas”.
Desaparecería la violencia del joven que pasaba por ahí y lo cogieron a porrazos por la espalda y entonces decide responder, y desaparecería la violencia del saqueador que violenta para saquear, y la del “facha” infiltrado que violenta para generar caos, y la del policía infiltrado de toda la vida y tantos sitios y no habría la violencia del joven amargado, frustrado y cabreado por la ausencia de presente y de futuro y de ninguna razón para vivir.
Si todo se resuelve con condenar, ¿por qué no hacerlo? Quizás si condenamos la violencia, y solo una de ellas como piden, cesarían los incendios de los albergues de los inmigrantes temporeros, y la violencia de los desahucios. Violencias que los medios ni los políticos se preocupan por condenar, ni le reclaman a nadie que condene. Y los contenedores servirían exclusivamente para almacenar basura y para que en ellos los nadies busquen algo de comida, pacífica y tranquilamente.
Las razones de los tropeles son muy complejas. La lectura unilateral de que solo se trata de la acción de desadaptados, es simplista. También la de quienes piensan que es la gran batalla por las libertades y la democracia a raíz de la detención de Pablo Hasél. Confluyen muchas cosas.
Lo del díscolo y pésimo rapero, políticamente extravagante, puede ser solo una parte, o quizás mejor, una grieta o un pretexto, por donde explotan muchas inconformidades y frustraciones. Lo malo, como suele suceder en otras latitudes con otros problemas estructurales, es que los disturbios han opacado el tema principal, el sentimiento generalizado de rechazo a la existencia de códigos que permiten meter a alguien a la cárcel por cantar o decir cosas que los jueces puedan calificar alegremente de enaltecimiento del terrorismo o de injurias a la corona. Y ocultar el otro gran debate, urgente y vital, sobre la acelerada precarización de la juventud y la sociedad, aún en medio de las promesas del “gobierno más progresista de la historia de España”.
El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, sus ministros socialistas y la mayoría de líderes socialistas regionales se han alineado con la derecha y solo ven un solo aspecto de los hechos, la violencia, y solo una parte de tantas. No ven ni condenan todas las violencias. Y entre socialistas y grandes medios buscan acorralar a la parte minoritaria del gobierno, acorralada a su vez en que no puede ser gobierno y oposición.
No leer los reclamos democráticos en las grandes manifestaciones y las profundas frustraciones en la actitud desafiante de miles de jóvenes, es no apreciar el momento y todo el polvorín que encierra. Si la juventud no tenía futuro en los tiempos de antes de la pandemia, ahora mucho menos.
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