Fernando Rendón
«El arte crea un público sensible a la belleza” escribió Carlos Marx. A esto debemos agregar: el arte (inspirado en su espíritu central, la poesía) vigoriza la conciencia individual y social sobre la historia humana, estimula una apertura sensible hacia la Tierra herida, recuerda a las víctimas de las conflagraciones, crea lazos sociales fraternos de mutua solidaridad, construye un pensamiento compartido sobre la experiencia estética, enciende y da alas a la imaginación del pueblo sobre nuevas formas de organización de su existencia, fortalece su identidad cultural y unidad espiritual, y repudia la forma cruel de la sociedad humana, que debe ser transformada desde sus cimientos.
En la comunidad primitiva, la danza, la música y la poesía fueron elementos que cohesionaron a la comunidad en la compleja lucha por su supervivencia. La creación del espíritu humano conserva su ancestral poder.
La poesía y el arte desde el origen de las civilizaciones se constituyeron en la expresión estética de las más altas aspiraciones e ideales de la humanidad.
Manipuladas durante siglos por los poderes políticos y religiosos, muchas de aquellas manifestaciones fueron vinculadas a las gestas emancipadoras de los pueblos y hoy constituyen una gran fuerza movilizadora de la sociedad.
La leyenda mítica de Prometeo, reivindicada por Esquilo y Marx, encadenado al Cáucaso por Bia (Violencia) y Kratos (poder) por enfrentar a los poderes tiránicos de los dioses olímpicos y donar el fuego civilizador a los humanos, es una temprana expresión griega de la solidaridad esencial de la dramaturgia y la poesía hacia los pueblos del mundo.
Aunque Carlos Marx no escribió un tratado filosófico sobre el arte ni recogió en un libro su pensamiento sobre la literatura y la poesía, influido por las corrientes del romanticismo de su tiempo y por la filosofía hegeliana, escribió numerosos poemas en su juventud:
“Envuelto audaz en vestiduras de fuego iluminado el orgulloso corazón, dominante, libre de yugo y atadura, avanzo a paso firme por amplios salones, arrojo ante tu faz el dolor, ¡y como árbol de la vida nacen los sueños!” (De su “Soneto final a Jenny”, 1837).
“La producción capitalista es hostil a ciertas ramas de la producción intelectual, como el arte y la poesía”, señaló Marx, advirtiendo que las corrientes literarias y artísticas de su tiempo aspiraban al escapismo, a la sublimación del dolor y la expoliación, evitando la combinación entre estética y política, igual que hoy, ya que la producción artística está sujeta a los intereses del sistema que ha hecho de las producciones del cine, de las artes plásticas, de la música, la danza y la literatura simples mercancías, objeto de compraventa, sometiendo a los creadores a las leyes del mercado a través de la industria de la cultura.
Muchos creadores son artistas de la autocensura y de esta manera han sabido embellecer el infierno de todos estos siglos de esclavitud y matanza, convirtiéndolo en un futurista paraíso de ficción alimentado por las cosmovisiones religiosas.
Los medios de comunicación, la literatura y el arte están hechos por individuos o grupos con convicciones específicas sobre el mundo y la historia. Muchos de ellos están al servicio del capital y contribuyen a los mecanismos institucionales de opresión política, cultural, social y religiosa en el terreno de las ideas.
En oposición a todo esto, han surgido paulatinamente pensadores, artistas y corrientes independientes que debaten la función histórica y los propósitos de la creación puesta al servicio de los trabajadores y de los desposeídos, influyendo en su conciencia, en su emocionalidad, en su sensibilidad y en su decisión de acción en el desarrollo de la lucha de clases, hacia el cambio histórico de las sociedades.
Las guerras y la extrema violencia con las que se conduce el imperio en su desesperada búsqueda de materias primas y mano de obra incondicional, no se detienen ante ninguna frontera ni obedecen a moral alguna.
El colonialismo lo ve todo posible y realizable para su hambre de expansión sin límites, incluso al costo de la vida de millones de personas y de la existencia de toda vida en la Tierra. Lo ha demostrado mediante cientos de invasiones e intervenciones en cuatro continentes desde siempre.
La formación socioeconómica vigente representa un enfrentamiento irreversible y letal entre el capital y las fuerzas productivas. La perversa alusión cotidiana de los medios de incomunicación masiva a la posibilidad de una guerra termonuclear que hace incierta y casi inviable la perspectiva de la vida humana, exige la abolición del Estado burgués tal como lo conocemos.
A lo largo y ancho del mundo un estado trasnacional fascista ha decretado la muerte de la poesía y del arte, la desaparición de formas vitales de la cultura, la supresión del humanismo, la abolición de las ilusiones de millones de trabajadores que sueñan con un mundo en el que las necesidades materiales y culturales puedan ser solucionadas, para dar paso a una nueva etapa de la sociedad humana.
Entre la vida y la muerte, entre la guerra y la paz, la poesía y el arte toman partido. Su cuna es el pueblo. Sus formas de expresión son singulares. Se dirigen al pensamiento y al corazón de las multitudes. Su sueño inmemorial es la transformación del mundo y de la vida misma.
La paz es la aspiración secular de los individuos y los pueblos. Es en ella como pueden vivir con felicidad y construir un país y un mundo justos y dignos, con justicia y libertad para todos. La paz es arena en la oscura maquinaria de la guerra. El fin de la guerra imperialista significa que el imperio regresará a habitar sus fronteras geográficas.
Como en la comunidad primitiva, la danza, la música y la poesía siguen siendo elementos que cohesionan hoy a la humanidad en la dura lucha por su compleja supervivencia. La creación del espíritu humano conserva su ancestral poder.
La creación poética, literaria y artística es vasta en el mundo actual. Las redes sociales están impregnadas de ella. Se amplía con vigor su radio de acción en auditorios cerrados y abiertos y toma las calles.
En Colombia la violencia sin medida ha convulsionado todo durante más de dos siglos. Cuarenta y cinco guerras civiles han sellado el espíritu del pueblo colombiano siempre en lucha por las libertades civiles, por la defensa de la tierra, en su batalla secular por la paz y la democracia.
Los poetas y los artistas están interviniendo espacios públicos y creando territorios dedicados a la producción y despliegue de su creatividad, influyendo con fuerza en el imaginario de las sociedades y de nuestro país. Se crean diariamente festivales, escuelas, talleres, redes internacionales de poesía para combatir unidos a través del lenguaje emancipador de la existencia en oposición a la cultura de la guerra y de la muerte.
Estas tradiciones y acciones poéticas y artísticas en la ciudad y en el campo están necesariamente vinculadas a la lucha por la paz, en contravía del fascismo que acalla las voces disidentes y que oprime sin medida a todos aquellos que batallan por la libertad de pensamiento, de expresión, de creación, de reunión y de movilización.
El Partido Comunista y el pueblo colombiano deben reconocer y apoyar el trabajo incansable de poetas y artistas por las transformaciones espirituales, culturales y sociales en nuestro país, estimular las escuelas y semilleros de artistas populares que expresan el alma profunda de nuestra tradición de resistencia y lucha por un Estado de los trabajadores y de los campesinos, por una democracia popular cumplida y por la materialización de las reivindicaciones históricas de los colombianos.