León Zuleta
Tomado de Revista El Otro, número 2; febrero de 1978
Para que la homosexualidad sea aceptada como un comportamiento sexual válido para todos y todas, se requiere un proceso de esclarecimiento del significado social de la sexualidad a través de la historia.
Lo anterior no corresponde que, en manera alguna a una justificación, en base a que la homosexualidad haya sido una conducta común de las antiguas civilizaciones donde la sexualidad no estaba normalizada, en las cuales no existía la falocracia o poder masculino sobre mujeres y niños, homosexuales y locos.
En esas arcaicas épocas las conductas homoeróticas (y todas las derivadas) no eran observadas con malos ojos, no eran reprimidas porque no se consideraban inmorales, anormales, enfermizas o pecaminosas. Al contrario, hacían parte en alto grado de ciertas costumbres sociales. Orus y Set, divinidades del antiguo Egipto eran homosexuales; el código de agua grave, impericia, rechazaba todo prejuicio anti homosexual. En Grecia clásica, la hemofilia fue elevada a un principio pedagógico tal como podemos analizarlo en los diálogos de Platón, el Pedro o el banquete. Igualmente, en Roma imperial, como lo podemos ver en los variados documentos que nos hablan de las prácticas homosexuales extendidas en todos los ámbitos de la sociedad y que son temas tratados en los textos de Plutarco, Suetonio, Séneca y Cicerón entre otros, en referencia a las biografías de Nerón, Tiberio, Heliogábalo y otros jefes del lacio.
El homoerotismo no es un fenómeno reciente. Es tan antiguo como el hombre mismo lo que sí es reciente es su reflexión y el marginal miento de la homosexualidad a partir de la interacción de la falocracia.
La falocracia -un término que tratamos de imponer desde ya como categorías de las disciplinas sociales- en la hegemonía sexual, política, cultural e ideológica masculina, y por ello en la exclusión de las mujeres de toda actividad social, y también de sexualidades consideradas no-masculinas, como los homosexuales, o inmaduras, como los niños.
Con la falocracia la mujer queda relegada a un plan de sojuzgamiento, de sumisión, de de generación de sus valores humanos. El poder masculino reduce la mujer a un nivel similar al de las domesticadas bestias, ni siquiera queda al nivel del esclavo o ante el siervo de la gleba, que de igual a la bestia que puede ser vendida o comprada, sólo capaz de producir hijos para los machistas Patricia de aquellas épocas. Socialmente la mujer no baña nada, económicamente grabaría tanto, que como reproductora incrementar la fuerza social de trabajo: los obreros en esos entonces esclavos, y luego siervos, a la vez que reproducía la clase dominante.
Creímos señalar que la gente moría masculina no sólo es una imposición violenta (e históricamente necesaria) a nivel de la sexualidad, sino estrechamente ligada a la privatización de la producción y los medios de producción. Es decir, falocracia y apropiación del trabajo de otros en una relación simultánea porque surgen al tiempo.
Sobre esta base económica y falocrática, la hegemonía de los machos adquirida nuevas significaciones a nivel de la ideología, la cultura y la política. Las mujeres (adultas y niñas) quedan definitivamente sometidas y ligadas, ellas no podrán pensar, crear, actuar, tener voluntad o abordar cualquier papel social sin mediación masculina. Ella misma asumirá esa relación como lógica, natural, normal y la reproducirá en la doble relación de educación de los hijos de acuerdo a la ley del macho llega a vivir a (casi se diría que deseará, ese estado de sumisión), de acuerdo a dicha ley, asignando la institucionalización en la familia botánica en la cual ejecutará su papel de procreadora (a costa del sacrificio de su erotismo y sexualidad), de propiedad sexual exclusiva del marido y de trabajadora doméstica.
La institucionalización de la familia monográfica excluye la santificación de relaciones heterosexuales únicas (entre varones y hembras), la exclusión de la sexualidad infantil y la depresión de la homosexualidad.
Se reprime la homosexualidad por lo siguiente:
- porque en la relación homosexual se niega la familia tradicional monogamia, cuya función de la procreación y no el placer;
- porque en cierta forma niega los “valores“ religiosos y morales judíos y cristianos, que consideran la sexualidad como pecaminosa y a la homosexualidad como un acto contra la naturaleza.
Ya se visualiza así la cadena compleja que conduce hasta la actual paranoia anti homosexual: propiedad privada, falocracia y formas ético religiosas judeocristianas (recomendamos como modelo de represión de la homosexualidad los textos del antiguo y nuevo testamento).
Si en un comienzo la exclusión de los homosexuales se basaba en conceptos morales: pecado y anti naturaleza, posteriormente se crearían nuevas justificaciones depresivas tales como el carácter endemoniado de los homosexuales (en la edad media oscura) y para ello la solución era el exorcismo; más tarde el homosexual será un alienado, un loco, ahí va el homosexual… En la NAVE DE LOS LOCOS de puerto en puerto por los mares de Europa en pleno renacimiento y en el siglo de las luces. Pero la persecución se hace más insidiosa cuando laboral, la religión y la medicina se complacen con el derecho y la psicología (y psiquiatría) considerando al homosexual como DELINCUENTE Y ENFERMO.
Ningún ser humano en la historia de las sociedades y de la arbitrariedad se pudo ganar tantos títulos excluyentes y negativos como el homosexual: poseído, pecador, inmoral, antinatural, delincuente, loco y enfermo. Sólo estos posible en una sociedad ególatra, que le rinde culto a las jerarquías, las autoridades y los poderes, Sólo una sociedad enferma y culposa podría buscarse un enemigo fantasmático como el homosexual.
El homosexual aparece como un fantasma que ronda a los buenos buscándoles la “caída“, y ¡cuidadito, los hay de quienes se podría sospechar!
Los últimos 2000 años de occidente han sido de la Santa cruzada contra el peligro homosexual; han sido la Iglesia y el Estado (en el esclavismo, el feudalismo y el capitalismo) los que se unieron a la persecución a los homosexuales. Sin embargo, aquí estamos, aquí vamos y allá vamos.
Aquí venimos peleando contra esta carga moral y política de la historia. Luchando contra ese miedo al homosexualismo y su represión ya asumido fisiológicamente: cada “macho“ se frunce ante la idea (imaginaria o real) de un coito anal, ante la posibilidad de violación de esta zona privada. Y por supuesto ningún “macho“ sentirá miedo de ser tocado en el pene, es algo que puede PENEtrar a cualquier lugar privado del pené, al contrario del ano es el lugar público de cada hombre.
Pero el miedo a la homosexualidad, y general al homoerotismo, no sólo se da por el miedo a la violación del propio ano (como derivado de un intenso deseo reprimido y mismo y luego llevado a la represión y persecución del mismo deseo en los otros) sino también por el temor a invadir y de ITS codificar zonas sociales con la práctica homosexual: la familia y sus derivados, la escuela, las fábricas, los partidos y las instituciones estatales.
El poder (y político y celestial “piensa“ que permitir la homosexualidad es permitir el derrumbamiento del piso ético y político de la sociedad. De ahí, que el cuestionamiento homosexual no sólo se reduzca la interpelación del mero deseo personal sino al cuestionamiento de todo el poder. Desde la familia al Estado y sus instituciones, todas ellas basadas en un intenso homoerotismo sublimado y en su culto y sometimiento a la autoridad, simple reflejo desplazado de las relaciones de familia: sumisión de la mujer y el niño al macho concreto –padre- el cual reproduce todo el poder social: el poder del macho.
La ACCIÓN HOMOSEXUAL interpela directamente el poder, la ley, el orden y la norma del macho. Lucha por superar toda sociedad que fundamenta su poder en la exclusión y la opresión. De ahí que esta acción no vaya sólo hasta la simple liberación sexual sino hasta la con moción de toda sociedad clasista y falocrática.
Es así, desde diversos ángulos donde se encuentran 2 cuestionamientos: uno de orden político-económico, como el que hace el movimiento obrero al establecimiento y al régimen político y otro, de orden ideológico y político, como es el efectuado por las luchas de los homosexuales, las feministas y los niños.