Redacción VOZ
Balseir Antonio Guzmán Baena fue un quindiano que de los cafetales de su tierra pasó a la sabana de Bogotá y recaló definitivamente en la Costa Caribe. Pocos colombianos ajenos a las ardientes tierras del Gabo asimilaron tan bien y tan prontamente el espíritu, la cultura y eso que el costeño del común llama el swing de la costa. Este swing incluye la cultura, la jacundia, la pandemia de la alegría y un tumbao al caminar que semejan entre el incesante movimiento del mar y el cadencioso vaivén de las palmeras.
Todo esto fue asimilado por Balseir. Claro que él ya llevaba algunos elementos de su cultura identificados con la cultura caribe. Era un intelectual sincero, franco, de hablar fuerte; a esta forma de expresarse le cabe bien la metáfora de Jorge Artel: “lanzaba su voz como una atarraya abierta”. Voz que llevaba el mensaje de una explicación matemática, una expresión de alegría o las repetidas declaraciones de amor para su Mercy de toda la vida, muchas veces acompañadas del sonido de una guitarra magistralmente digitada.
Con la misma claridad con que explicaba los más difíciles problemas matemáticos, lograba explicar y convencer por ello, Qué es y por qué lucha el Partido Comunista Colombiano. O ya enfrentado a un contenido más complejo de la economía marxista solía explicarla con gran solvencia y claridad: la plusvalía, la renta de la tierra, o por qué el imperialismo es el enemigo a derrotar.
Ya fuera en el aula universitaria, en una mesa redonda sobre los problemas del país y la compleja coyuntura internacional o un asunto común analizados por la inteligencia y el talante de Balseir siempre los oyentes, estudiantes u oyentes de la mesa redonda o copartícipes de la bohemia vespertina, disfrutaban y se sorprendían ante la forma fácil y descomplicada con que el quindiano concluía sus intervenciones.
En la bohemia vespertina o nocturna solía hacer un juego ingenioso y construía un discurso amoroso mezclando las letras de diferentes canciones. Este era el preámbulo para empezar a digitar las cuerdas sobre la madera sonora de una guitarra e iniciar el embeleso de una tarde o noche de canciones.
En una ocasión, después de esas tormentosas asambleas de profesores de la Universidad del Atlántico, nos fuimos a casa de un colega y no supimos de donde salió una guitarra y todos al unísono exclamamos: Balseir, Balseir, adiós a la política, que cante Balseir y aceptó la petición colectiva. Mientras rasgueaba la guitarra dijo: siempre la primera canción la dedico a Mercy y empezó a cantar Lo que me queda por vivir. Cerro los ojos y de pronto, la voz fuerte, casi estentórea del discurso asambleario, se tornó un flujo sonoro que pobló el ambiente de un poema musicalizado que, entre otros versos decía:
“Lo que me queda por vivir será en tus manos/ está en tu fe, está en tu ser, en tu sonrisa. / Lo que me queda por vivir es solo el tiempo / que tú puedas dedicar a nuestra dicha”. Al final se silenció y después súbitamente salió entonando, con la misma emoción el vallenato Jaime Molina, A los amigos, y terminó esa velada improvisada con la Canción de las cosas simples. Ese era el comunista, el padre. el amigo que ahora hace el tránsito de la vida material a la existencia afectiva –emocional de su esposa, hijos y camaradas.
Ante la muerte de un camarada como Balseir no repetiremos la consabida fórmula paz en tu tumba. Diremos que en un rincón del alma y la memoria viven tu permanente alegría y tu fidelidad al PCC y tu amor y cuidados por tu Mercy del alma y tus hijos Margarita María y Mateo.
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