El Bicentenario con nombre de mujer

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A pesar de que las mujeres participaron activamente en la gesta independentista, fueron invisibilizadas. Hoy que se habla de los 200 años de la primera independencia, recurrimos a los pocos recuerdos que nos quedan y narramos en colectivo sus luchas por libertad e igualdad

Anamaría Rodríguez
@AnamariaRdrgz 

No, no fue la “Libertadora del Libertador”, fue Manuela Sáenz, la mujer que desde temprana edad participó en las revueltas independentistas en Quito, la que recibió la Orden del Sol del Perú de las manos de San Martín por arriesgar su vida filtrando información para los patriotas, la que estuvo presente en los preparativos de la Batalla de Pichincha, la que creyó en la unidad y dejó consignada en la historia la frase: “mi patria es el continente de la América”.

No, no fue la “esposa” de Camilo Torres, fue Francisca Prieto y Ricaurte, la mujer que en Santafé organizó las tertulias que dieron paso para hablar de la política local y de los acontecimientos que se darían el 20 de julio. No, las mujeres en la independencia no deben ser recordadas como las esposas de, las hijas de, o las madres de, tampoco fueron “El sexo delicado que olvidó su debilidad y blandura cuando se trataba de la salud de la Patria” como quedó escrito para la historia en el Diario Político de Santafé de Bogotá en 1810. La historia de la Independencia está escrita por los hombres (como toda la historia), pero en el bicentenario la reescribimos las mujeres.

Las mujeres participaron de diversas maneras en las gestas independentistas (claro está hasta donde el patriarcado arraigado en la América Latina del siglo XIX les permitió), hubo quienes pelearon en los ejércitos patriotas, también las que curaron heridos, las que cosieron los uniformes, las que dieron sus bienes materiales para financiar la independencia, las que entregaban información, las que conspiraban a puertas cerradas y prestaban sus casas para las reuniones clandestinas, las que parieron hijos y los dieron a los ejércitos, las que convencieron a sus maridos de pelear por la libertad, las que fueron fusiladas, de las que no hay nombre, apellido o foto en los archivos históricos, las que fueron muchas, pero que tenemos que representar en unas pocas porque en su momento quedaron olvidadas, por el hecho de ser mujeres.

De la ilustración a la independencia

Fue a finales del siglo XVIII cuando hicieron su primer aporte a los procesos independentistas; llevadas por la ilustración, varias mujeres de la aristocracia empezaron a crear tertulias cuyo objetivo era conversar acerca de la situación de Europa, la política local y los problemas de los criollos; este ejercicio que era acompañado de libros de literatura y un chocolate, fue poco a poco convirtiéndose en el espacio de reunión para planear lo que sucedería el 20 de julio y en ellas participaban mujeres como  Francisca Prieto y Ricaurte, Andrea Ricaurte de Lozano, Manuela Sanz de Santa María y Catalina Tejada.

No sólo estuvieron en la preparación, también estuvieron en primera fila durante las revueltas del 20 de julio. Allí se escuchó a una mujer que pasará a la historia sin nombre, decirle a su hijo: “Ve tú a morir con los hombres mientras que nosotras avanzamos a la artillería y recibimos la primera descarga, y entonces vosotros los hombres pasaréis por encima de nuestros cadáveres, cogeréis la artillería y salvaréis la patria”.

Llegaron ahí las mujeres del pueblo: las lavanderas, las verduleras y las pequeñas comerciantes; entre ellas Melchora Nieto y Francisca Guerra, llegaron armadas de cuchillos y piedras y agobiadas por la situación de subordinación ante la Corona, pero también por las condiciones de vida en las que estaban inmersas; cansadas de la miseria y de la desigualdad. También estaban las mujeres de la alta sociedad defendiendo la patria, Petronila Nava, Gabriela Barriga, Carmen Rodríguez, Josefa Santamaría, María Acuña, entre otras. Había una sola causa: la Independencia, y en ella todas se unían.

En la guerra

Estuvieron en la confrontación, aunque no quede mucha evidencia de ello; se encontraban organizando también los enfrentamientos bélicos. Francisca Guerra ayudó constantemente a conseguir armamento y participó en los enfrentamientos de 1814, muchas veces de la mano de Simón Bolívar. Hubo quienes tomaron el uniforme como Mercedes Nariño o Evangelista Tamayo quien luchó al mando de Simón Bolívar y alcanzó el rango militar de capitán.

Aunque la idea de independencia provocó un despertar en el papel de la mujer de la colonia, el siglo XIX no dejaba de ser el siglo XIX y el Nuevo Reino de Granada no dejaba de ser ese lugar que recluía a la mujer en la vida privada, la que se ocupaba del hogar y de las labores de cuidado. Por esta razón utilizaron esas otras armas, sus otras armas, para hacer toda clase de oficios no menos importantes.

Eran ellas con sus agujas cosiendo los uniformes y las banderas que se ondeaban en las batallas y que hacen parte hoy de la iconología de la independencia; eran ellas curando a los hombres heridos, cocinando y alimentando a todo un ejército, fueron ellas quienes ofrecieron información contundente para ganar las batallas, las que hicieron correos clandestinos, las que se cosían a sus faltas o envolvían en los cigarrillos tanto los comunicados entre los ejércitos patriotas como los descubrimientos que lograban recoger de los realistas en su ejercicio de espionaje. Fueron también quienes ofrecieron sus ahorros, sus joyas, sus bienes, fueron ellas quienes entregaron a sus esposos y a sus hijos a la causa justa de los patriotas y que en un círculo vicioso de los conflictos en este territorio, que hoy es Colombia, los siguen perdiendo con el transcurrir de la guerra.

Fueron también castigadas en múltiples niveles: les confiscaron sus bienes, las encarcelaron, las desterraron, las humillaron, las fusilaron. Las investigaciones que han podido realizarse con la poca información que existe, muestra que al menos hubo unas sesenta mujeres fusiladas por su participación en la causa patriota, entre ellas Policarpa Salavarrieta que ha sido de las pocas mujeres que permanece en la memoria colectiva de los y las colombianas. Pero al lado de la Pola cayeron otras mujeres, Mercedes Ábrego, Estefanía Neira de Eslava, Dorotea Castro, Manuela Uscátegui, Josefa Lizarralde.

¡Nunca más olvidadas!

A pesar de la fuerza con la que estuvieron presentes durante la Independencia, cuando se constituye la república, las mujeres vuelven a quedar relegadas a ese lugar privado, a sus hogares y a una vida sin grandes distinciones entre los valores que representaban en la Colonia. No sólo su condición y su papel en la sociedad no cambió por un largo tiempo, sino que la historia, el arte, la literatura fueron disciplinas ingratas con sus esfuerzos y sus sacrificios, y aunque quisiéramos hoy rescatar su papel, en los documentos quedaron relatadas como mujeres anónimas.

Hoy que volvemos a hablar del bicentenario, desempolvamos los pocos recuerdos que nos quedan de ellas, las narramos en colectivo por falta de datos y de información, pero no olvidamos que fueron semilla, que nacimos también de su rebeldía y que doscientos años después nos seguimos organizando desde diversos espacios para llevar su legado, para luchar en contra de la desigualdad, por la libertad y por la independencia que sigue siendo nuestro sueño inconcluso.