Trump ha desarrollado un gobierno autoritario, pero las banderas que levanta Biden llevan el sello de clase de la gran oligarquía americana. Biden y Trump solas dos caras de la misma moneda
Alberto Acevedo
Donald Trump sería el primer presidente de Estados Unidos, en los últimos treinta años, que no es reelegido para un segundo mandato. Esa es la consecuencia lógica, si nos atenemos a los resultados de las últimas encuentras que, de manera sostenida, a lo largo de varias semanas, le dan una ventaja clara a su contendor, el candidato demócrata Joe Biden.
Según CNN, en tres estados donde la gente votó por Trump en las pasadas elecciones, hoy Biden marcha al frente. Se trata de Pensilvania, Michigan y Wisconsin, con una ventaja sustancias sobre Trump. Una encuesta nacional del 18 de octubre de la consultora Yahoo News, le da una delantera de once puntos porcentuales a Biden, tres puntos por encima de una encuesta anterior, realizada una semana atrás.
“La razón principal por la cual Trump parece haber perdido más puntos en días recientes, es que los casos del coronavirus siguen subiendo al aproximarse el fin de la campaña”, dijo Yahoo News. Otra encuestadora habla de una aceptación del electorado del 51.1 por ciento para Biden y del 42.5 por ciento para Trump. Para ganar la elección presidencial se necesitan 270 votos del Colegio Electoral. Otra plataforma de análisis electoral indica además que el 53.6 por ciento de los votantes desaprueba la gestión del presidente Trump.
Magnitud de la crisis
Sin embargo, la contundencia de las cifras que muestran los sondeos de opinión, no reflejan la magnitud de la crisis política y social que se vive en la mayor potencia del mundo a unos pocos días de unas elecciones presidenciales en las que el mundo tiene puestos los ojos.
Como en el argumento cinematográfico, el país vive una tormenta perfecta en la que se conjugan contra el mandatario su pésima gestión en el manejo de la pandemia, la crisis económica, el aumento de la pobreza y las desigualdades, que afectan a una amplísima franja de la población. Factores que se hicieron más visibles este año con el aumento de las tensiones raciales y el hastío ciudadano ante un jefe de estado que con frecuencia acude a salidas de matón en sus declaraciones públicas.
A estas contingencias se agregan los desastres por el cambio climático, los incendios forestales, los huracanes en el Atlántico y las profundas diferencias entre los dos partidos tradicionales, que sumados, hacen que Estados Unidos entre en una contienda electoral única en su historia.
Los efectos de la crisis en millones de norteamericanos van a pesar a la hora del voto. El desempleo afecta a 30 millones de ciudadanos. El país superó esta semana la cifra de las 218.000 víctimas fatales del coronavirus y cuenta ya con ocho millones de infectados, según datos del John Hopkins Institute. Estados Unidos tiene el cuatro por ciento de la población mundial y el 20 por ciento de los muertos por la pandemia. Y mientras tanto, el presidente grita ‘soy inmune’ y se pavonea sin tapabocas por todo el país.
Ambiente de guerra civil
El asesinato de George Floyd y más tarde de otros ciudadanos negros, en escenas de brutalidad policial sin límites, revitalizó el movimiento antirracista de lucha contra la discriminación y las desigualdades sociales. El presidente fracasó en su intención de utilizar a los inmigrantes como enemigos; de construir un muro en la frontera con México. Pero polarizó a la sociedad norteamericana, creando odios que le restan votos, inclusive entre sus simpatizantes y en las propias filas del Partido Republicano.
Trump y los republicanos han provocado profundas fisuras en la confianza nacional y dividido al país de tal forma, que lo están empujando a una conflictividad, que algunos asimilan con el riesgo de una guerra civil. Sectores de izquierda plantean hacer respetar los resultados electorales, que consideran una postura sensata, algo que piensan es diferente a apoyar o respaldar a Biden o a Trump, que en el fondo no muestran diferencias sustanciales.
Advierten que, si Trump logra robarse las elecciones, dado que ha mostrado poco respeto por la Constitución y las leyes, y que un fraude podría estar entre sus planes, habría movilizaciones en todo el país. Si no gana son previsibles contramanifestaciones de la extrema derecha y de los grupos armados paramilitares que ya han empezado a actuar.
La movilización continúa
Los sectores de izquierda y democráticos no tienen una dirección centralizada, no tienen un periódico de circulación nacional que los represente y movilice. Alguien ha recordado para este momento, una frase de Rudyard Kipling que, aunque era un seguidor del imperialismo británico, acertó en la necesidad de “mantener la cabeza en su sitio cuando todos alrededor la pierden”. Un requisito para las fuerzas democráticas norteamericanas.
Trump ha desarrollado un gobierno autoritario, pero las banderas que levanta Biden llevan el sello de clase de la gran oligarquía americana. La acción de masas en las calles serán la forma de resistencia. Biden y Trump son parte del problema, no de la solución, han dicho los líderes socialistas. Si la crisis se ahonda después de las elecciones, la orientación es movilizarse en defensa de los derechos democráticos de los trabajadores y en apoyo a las expresiones que se dan de independencia de clase y de lucha social, han declarado miembros de la plataforma Proyecto Internacional Socialista.
Por lo demás, esta ha sido una campaña sin una agenda internacional. La guerra comercial con China no llegó a ser un debate nacional. Tampoco el aislamiento internacional de Washington por sus ataques a la OTAN, a la Organización Internacional del Comercio, a la Organización Mundial de la Salud, a los acuerdos de desnuclearización con China e Irán, entre otros temas de la estrategia Trump.
Sin cambios sustanciales
En lo concerniente a América Latina, sí es clara la política de confrontación contra Cuba, Nicaragua y Venezuela. Se enfatizó en la escalada intervencionista en el continente, que sigue siendo considerado el ‘patio trasero’ de los Estados Unidos, criterio que manejan por igual los dos partidos tradicionales norteamericanos. Inclusive unas recientes declaraciones de Biden contra Venezuela, insinúan que un futuro gobierno demócrata no cambiaría sustancialmente su política desestabilizadora hacia la patria de Bolívar y Chávez.
En el último debate entre los dos candidatos, más allá de lo anecdótico, el intercambio entre el republicano que aspira a la relección y el exvicepresidente demócrata que busca volver a la Casa Blanca fue una nueva exhibición del alarmante deterioro de la democracia estadunidense. No sólo por la ausencia de propuestas o reflexiones, y por el formato de espectáculo mediático que caracteriza a estos actos tanto en Washington como en otras latitudes, sino por lo cercanas que resultan unas posturas que se pretenden antagónicas. Cabe calificar como una denegación de la democracia el que, en un sistema bipartidista, lleno de candados para impedir la entrada de nuevas formaciones políticas, los ciudadanos se vean forzados a elegir entre dos alternativas difíciles de distinguir. Malas noticias para el mundo.
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