Bipolaridad

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Jaime Cedano Roldán

Bien puede Juan Manuel Santos decir que tiene suficientes razones para justificar ante sí mismo y ante su familia el haber sido presidente de Colombia y tener un puesto importante en la historia del país, más allá de las pasajeras encuestas de opinión, de las desfavorabilidades y de los rechazos. Ya ha conseguido un meritorio sitio al lado de sus prominentes antepasados.

Bajo su gobierno las FARC dejaron de ser una guerrilla y se convirtieron en un partido, recibió el Premio Nobel de la paz y ha sido el anfitrión del mismo vicario de Dios, el papa Francisco. Mientras él recibía al pontífice en las puertas del Palacio de Nariño, Álvaro Uribe, su ahora rival, intentaba en vano hacerse notar del papa, perdido entre la ignara muchedumbre, con gestos de infinita desesperanza, que lo convirtieron en rey de burlas en las redes sociales.

Santos saltaba de patriótica emoción con cada palabra con las que Francisco llamaba a apoyar la paz. Cuando hablaba de reconciliación, de abandonar los odios y los sentimientos de venganza. Aplaudió a rabiar cuando el papa leyó esas frases inmortales de Gabriel García Márquez que varias generaciones de colombianos hemos repetido hasta el cansancio en medio de nuestras ilusiones y desesperanzas.

La visita a Colombia del papa Francisco ha sido un contundente respaldo a los procesos y acuerdos de paz. Santos pensará y sentirá que fue una visita para respaldar su política, sus acuerdos y su gestión de paz. No importa que se cuelgue todos los méritos, si esta visita contribuye a erradicar de la sociedad colombiana los sentimientos de odios y venganzas, si se amplía el respaldo a los acuerdos y contribuye a seguir aislando a los cizañeros pura sangre que quieren hacer trizas la paz.

Pero Santos es Santos. El tahúr de siempre. El hombre de las mil caras. El que dice una cosa y hace otra. Que firma la paz en Colombia y atiza la guerra contra Venezuela. El que habla de democracia y se compromete en los acuerdos a fortalecerla y luego defiende en el congreso un esperpento de reforma política que la niega y la pisotea. Parece que tuvieran razón quienes hablan de la incurable y extrema bipolaridad del presidente Santos.

Ya se ha ido el papa, el mensajero de la paz.

Ahora que entre el señor de la guerra. Benjamin Netanyahu. Primer ministro del Estado sionista de Israel, un Estado terrorista que fusila niñas y niños en Palestina y que en Siria confabula con los terroristas. El Estado que envió oficiales de su Ejército a adiestrar a los sicarios de los grupos paramilitares para que fueran más crueles y sanguinarios y que ha protegido al peor de todos, Yair Klein. Con cara gano yo, con sello también. Y sonríe el tahúr.

@Cedano85