Bojayá: entre el temor y el perdón

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Pobladores de Bojayá.

Todavía siguen los hostigamientos por parte de los paramilitares que se quieren tomar la zona y que ya están radicados allí, “destrozan personas de la manera más violenta, son muy crueles, juegan con las víctimas, cosa que no hace la guerrilla, por ejemplo”.

Pobladores de Bojayá.
Pobladores de Bojayá.

Bibiana Ramírez – Agencia Prensa Rural

El olor a ajo se dispersa por todas las calles de Vigía del Fuerte. Sin embargo este no hace olvidar a sus habitantes que la guerra ha sido la mayor tragedia que han vivido. Ese río Atrato, que es el que hace de límite entre Antioquia y Chocó, es el testigo de décadas crudas y violentas. Es un municipio en medio de la selva, pequeño, con 7.446 habitantes (91% de la población es afrodescendiente, 6% indígena y 3% mestiza).

La única manera de llegar a Vigía es por aire o por agua, porque está en medio de la selva y no hay manera de que un carro pueda circular por la única calle que hay, llena de arena, huecos y agua. La otra calle es un palafito encementado, en donde unas cuantas motos pasan despacio, porque los niños juegan sin impedimento.

Cruzando el río y subiendo unos tres minutos en panga, se llega al Chocó y está Bellavista o Bojayá. El nombre de ese caserío está en la mente de todos los colombianos porque fue allí donde el 2 de mayo de 2002 , cayó el cilindro bomba en la iglesia del caserío donde se refugiaban 150 personas temerosas por los enfrentamientos que había entre los paramilitares y las Farc. Allí murieron 79 personas y el resto heridos. “Fue un día trágico, pesado, la gente no tuvo tiempo ni derecho a cambiarse su ropa”, dice un testigo que aún le duele recordar esos días.

Temor que 13 años después no termina

En 1997 los paramilitares se toman el municipio de Ríosucio, Chocó, los habitantes dicen que desde ese tiempo no ha parado la violencia. En el año 1998 y hasta el 2005 hubo un bloqueo económico en toda la región del Chocó y el Urabá antioqueño que dejó a las comunidades aisladas en la pobreza, miles de desplazados, muertes violentas y el temor a mirar tan siquiera por las ventanas de sus casas.

A finales de abril del 2002 “entraron por el río 15 pangas con los paramilitares y el ejército adelante disparando a los caseríos que se encontraban en la ribera, se tomaron Vigía del Fuerte y después de eso fue lo del cilindro”, cuenta un habitante que se salvó de estar en la iglesia, pero que vivió todo el terror de esos días, que es desplazado y hace dos meses ha retornado al nuevo caserío.

“Ese día me encuentro un paramilitar que lleva una M60 al hombro y me pregunta, -¿para dónde va?-, le digo que para el caserío, me dice –no vaya por allá que hay mucha guerrilla, si va usted asume las consecuencias-, no voy, un poco temeroso y al momento se escucha la explosión”.

Por esos días los paramilitares se habían asentado en Bellavista, cabecera municipal de Bojayá y Vigía del Fuerte y se paseaban por entre la gente. Los mismos habitantes dicen que para que llegaran allí tuvieron que pasar por unos veinte retenes que tenía el Ejército en la zona, y lo hicieron sin ningún problema, con sus armas y cientos de hombres. “Si el gobierno autoriza que se ataque a los paramilitares, así como lo hacen con la guerrilla, nada de esta tragedia hubiera sucedido, pero ahí vimos la complicidad”.

Las organizaciones sociales que allí trabajan, defensores de derechos humanos, Defensoría del Pueblo y la misma comunidad habían alertado al Estado y todas sus instituciones de la situación, pero nadie prestó atención.

Sin embargo todavía siguen los hostigamientos por parte de los paramilitares que se quieren tomar la zona y que ya están radicados allí, “destrozan personas de la manera más violenta, son muy crueles, juegan con las víctimas, cosa que no hace la guerrilla, por ejemplo. Y no es que uno esté de un lado u otro, sino que las acciones son evidentes”, dice un afro que todavía siente el temor de andar solo por su región.

“Yo me iba a pescar, a buscar la comida para la familia, y el ejército siempre me paraba y me requisaba, un día me dice un soldado –usted es guerrillero, es la información que me dieron-, yo le digo que no, y me dice que no me quiere volver a ver por la zona, por fortuna no me mata y me toca desplazarme”, es una historia que sucedió este año y es así como las amenazas continúan.

Las FARC piden perdón

El domingo 6 de diciembre en las ruinas de la iglesia de Bellavista, se realizó el acto de perdón por parte de las FARC, donde llegó una delegación desde Cuba. Pastor Alape, llegó en compañía de Benkos Biojó, Isaías Trujillo, Pablo Atrato, Matías Aldecoa, Erica, Sammy, y Boris Guevara y a puerta cerrada, sólo con las víctimas de ese dos de mayo, los garantes internacionales y el Gobierno, la guerrilla reconoció su responsabilidad. Pero ya lo había hecho el año pasado cuando una comisión de víctimas viajó a La Habana.

Sin embargo habitantes de Bellavista Nuevo vieron el acto desequilibrado porque las víctimas son muchas más y no sólo del dos de mayo, sino de días antes y días posteriores. “Y creemos que la culpa no sólo es de la guerrilla, los paramilitares son más culpables por entrar allí y refugiarse en las comunidades y más el Estado por la inacción en esos momentos, sabiendo que estaba alertado”, dice otro habitante que perdió un hermano en enfrentamientos del primero de mayo.

Según cuenta la comunidad las palabras de Alape estuvieron quebradas por la tristeza y las lágrimas de las víctimas no pararon de rodar. “Estas palabras no reparan lo irreparable, ni devuelve a ninguna de las personas que perecieron y tampoco borra el sufrimiento causado, sufrimiento que se refleja en el rostro de todas y todos ustedes, por quienes ojalá algún día seamos perdonados”, dice el comandante guerrillero en el acto.