El ocultamiento de la muerte de ocho menores de edad en un bombardeo fue la gota que rebosó el vaso e hizo rodar la cabeza de Guillermo Botero. Este episodio revela el verdadero talante del uribismo, que no por verse ridículo en su decadencia, es menos peligroso
Roberto Amorebieta
@amorebieta7
Por fin ha renunciado el ministro de Defensa. En el marco del debate de moción de censura en su contra, lo logró tumbar el senador Roy Barreras (de algo le tienen que servir sus abuelos republicanos españoles) quien denunció que el Gobierno había ocultado durante varios meses el fatal resultado de un bombardeo contra las llamadas disidencias donde murieron al menos ocho menores de edad el pasado 30 de agosto.
No fueron suficientes todas las salidas en falso del ministro, ni sus acusaciones temerarias contra las movilizaciones sociales, ni su conflicto de intereses por ser accionista de una empresa de vigilancia privada, ni la expedición de órdenes que encendieron las alarmas sobre el regreso de los falsos positivos, ni la campaña de ocultamiento posterior a la revelación de dichas órdenes, ni los cada vez más fuertes rumores sobre su adicción al alcohol, nada. El ahora exministro renunció por un asunto de comunicaciones, por una filtración.
Una acción criminal y desproporcionada
Los hechos revelados son espeluznantes. Al parecer el ejército no atendió las numerosas advertencias de las autoridades humanitarias en San Vicente del Caguán –donde tuvo lugar el bombardeo– del reclutamiento de menores de edad por parte de los grupos armados. Según el propio ministro durante el debate, antes del ataque se hicieron las respectivas consultas con abogados expertos en derecho operacional para confirmar que no había riesgo, pero está claro que ese concepto no fue riguroso.
En gracia de discusión debe aclararse que este tipo de acciones militares nunca son del todo precisas. Es cierto que la tecnología militar ha evolucionado pero ello no evita que con frecuencia se presenten errores, que son llamados eufemísticamente “daños colaterales”. Asumiendo que los mandos militares actuaron de buena fe y consideraron que estaban atacando un blanco legítimo –según la información que hasta ahora se conoce, claro–, se tiende a creer que por más dolorosa que sea, la muerte de estos jóvenes no fue intencional.
El ocultamiento
Lo más grave no fue eso –de nuevo, de acuerdo con la información que se tiene hasta ahora– sino el ocultamiento que se hizo de la noticia. Hoy se sabe que los informes de la Fiscalía dieron cuenta de “al menos” siete menores muertos en la acción. También se sabe que casi dos meses después del bombardeo, el ejército convocó un consejo de seguridad en la zona para discutir el problema del reclutamiento de menores debido a las denuncias de los familiares y a que había sido hallada una joven víctima de la amputación de un brazo, de quien se sospechaba era sobreviviente del bombardeo. La joven huyó y hoy se desconoce su paradero.
Es decir, el ejército, el Ministerio de Defensa y el propio presidente Duque se enteraron –digamos que después de los hechos– de los macabros resultados de la operación pero no le dijeron nada a la opinión pública. Les pudo tanto el afán de mostrar resultados y copar la agenda mediática –el bombardeo tuvo lugar el día siguiente al pronunciamiento de Iván Márquez de su rearme– que no se detuvieron a pensar en las consecuencias de ordenar un operativo tan contundente en una zona donde abundan las denuncias por reclutamiento forzoso. “Impecable y meticuloso” fueron las palabras que usó el presidente en su momento para presumir de eficacia contra los grupos armados. Hoy, esas palabras suenan a chiste macabro.
Un gobierno incompetente
La autorización apresurada del bombardeo, sus terribles resultados y el posterior ocultamiento de la información retratan de cuerpo entero este proyecto uribista que cada vez va más en retroceso. Porque todo este episodio solo viene a confirmar algo que el país ya sabe y que cada vez se nota más: este es un gobierno de ineptos.
Hagamos a un lado la fuerte pugna dentro de las fuerzas armadas por el cambio de doctrina del anterior gobierno para acondicionar a los militares a la nueva realidad del final de la guerra y la persecución que el uribismo ha desatado contra los oficiales más comprometidos con la paz. Lo que deja en claro esta nueva seguidilla de equivocaciones fatales del Gobierno y del ejército es que no solo son guerreristas sino también incapaces. No pueden copar el territorio, no pueden derrotar a los grupos armados, no pueden proteger a los líderes sociales y exguerrilleros y ni siquiera pueden evitar las filtraciones de información como la que usó el senador Roy Barreras en el debate.
En efecto, no les importa ordenar un bombardeo sin tener toda la información de inteligencia requerida para identificar los riesgos. No les importa matar colombianos con tal de seguir imponiendo su agenda mediática y que el país hable de lo que ellos quieren. No les importa ocultar su equivocación escondiendo las pruebas al público. No les importa censurar a los medios que intentan saber de primera mano la versión del presidente, porque lo más grave no fue el pueril “de qué me hablas, viejo” sino las amenazas al valiente periodista Jesús Blanquicet que hizo la incómoda pregunta. Y no les importa porque siguen embriagados por su visión fanática del país, esa que lo divide entre buenos y malos, terroristas y uribistas.
Esta semana la escritora Carolina Sanín describió agudamente a Álvaro Uribe como un personaje trágico, shakesperiano, un líder que nombra a un sucesor incompetente y sufre al darse cuenta que es mucho más inepto de lo que pensó. Lo peor, dice Sanín, es que el origen de su tragedia es su propia inteligencia, tan potente y soberbia que desplaza a la intuición y al deseo. Uribe deseó un mundo ideal –sin comunistas disfrazados, sin no-heterosexuales y sin marihuaneros en los parques– y su arrogante inteligencia le dijo que era posible. Darse cuenta del espejismo y del ridículo que ello implica hacen de Uribe, irónicamente, un sujeto de lástima.
La conjura del “anarquismo internacional”
Por eso da lástima verlos insistiendo en la delirante y ridícula versión de que el Paro Cívico Nacional del próximo 21 de noviembre es una conjura del “anarquismo internacional” y del Foro de Sao Paulo. Así es, los más emblemáticos representantes de la ultraderecha criolla han salido frenéticamente por los medios de comunicación y las redes sociales a “denunciar” que el Paro es promovido por fuerzas extranjeras que quieren desestabilizar el país con las protestas, aunque menos divertida es la gran cantidad de mensajes difundidos que invitan a los “ciudadanos de bien” a oponerse al Paro e incluso a usar las armas contra los manifestantes.
Ello no por ser ridículo deja de ser preocupante. Afortunadamente, los colombianos ya no tragan entero como antes y no se dejan asustar por un ceño fruncido, un tono enojado de voz o un mensaje intimidante. El embrujo está terminando y Sanín tiene razón, Uribe y el uribismo se hunden cada vez más en la historia y en su proceso de decadencia se ven patéticos y dan lástima. Pero que la compasión no nos haga perder de vista que en sus últimos estertores, el uribismo puede ser muy peligroso. Si bien el próximo paro será una demostración de poder ciudadano y popular, al día siguiente ellos seguirán en el Gobierno. ¿O no?.