
Después de 47 años de pertenencia del Reino Unido a la Unión Europea, la verdad es que esa proyectada unidad geográfica y política, jamás existió
Alberto Acevedo
Tras la noche del pasado 31 de enero, cuando la Gran Bretaña anunció oficialmente su salida de la Unión Europea, comenzó una maratón de 12 meses de transición, hasta lograr los términos de la salida del bloque comunitario, a partir del primero de enero de 2021. Y aunque la normatividad existente se mantiene de momento, desde ya es claro que las cosas serán diferentes para ambas partes.
En realidad, ese año de transición no son sino diez meses, si se tiene en cuenta que la Comisión Europea, organismo que avala los acuerdos finales, comienza a deliberar en mayo y finaliza sesiones en octubre. Es decir, para noviembre debería estar listo el acuerdo, si se pretende que rija a partir del primero de enero del año entrante. Para el primero de julio está prevista una reunión de examen de lo andado en la negociación, y es posible que la transición se alargue por doce meses más.
Muchos interrogantes se abren sobre la suerte del Reino Unido después de un divorcio que ha sido calificado como ‘doloroso’ por analistas británicos y europeos. Uno, crucial, es que la sombra del separatismo inspirado por el Brexit se extienda a los territorios de Escocia e Irlanda del Norte, donde en referéndums anteriores por amplia mayoría ganó la idea de seguir perteneciendo a la UE. Ahora, las autoridades de ambas regiones autónomas, no descartan nuevas consultas en las urnas, ratificar su pertenencia al bloque comunitario, lo que significaría el desprendimiento de Gran Bretaña. Es decir, le darían a Londres de su propio caldo.
Contra Rusia y China
Otro obstáculo enorme es la posibilidad de llegar a acuerdos comerciales con sus anteriores socios europeos. Al recuperar su ‘libertad’, Londres puede suscribir tratados de libre comercio con cualquier país del mundo. Ese fue, precisamente, el interés del secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, quien viajó a la capital británica hace pocas semanas.
Los intereses norteamericanos son múltiples. No solo acceder a mercancías y mano de obra británicos en condiciones ventajosas. También apuntalar una política militarista e injerencista en el Medio Oriente, y delinear un bloque más sólido contra China y Rusia, que le disputan el liderazgo global.
De forma similar, habría que revisar los términos de la colaboración comercial con sus antiguos socios europeos. Con Alemania, el segundo destino de las exportaciones británicas, que le representan 35 millones de euros al año. Le siguen, por el volumen del intercambio comercial, Países Bajos y Francia. Es significativo el hecho de que España recibe 18 millones de turistas británicos al año y están por definirse las reglas de juego de ese flujo.
Bienestar social o guerra
En política exterior, la administración de Boris Johnson deberá definir su participación en la OTAN, si continúa respaldando la política de guerra de los Estados Unidos en Siria, Irán, Irán, Afganistán y otros escenarios. Deberá definir qué va a hacer frente a las fuertes imposiciones del Fondo Monetario Internacional y el problema a de la deuda. Situación que, por cierto, es válida para todo el bloque europeo tras la salida de Gran Bretaña.
Tanto la UE como Londres deberán afrontar en las nuevas condiciones de divorcio tareas de recuperación de empleo, del poder adquisitivo de los salarios, del sistema de pensiones, que en el caso de Francia lanzó a la protesta a miles de ciudadanos; del bienestar social y el acceso a los servicios médicos, que ya no será igual. En fin, será difícil el reacomodo.
La lista de problemas por solucionar es larga. Pero al bloque de la Unión Europea, le quedan igualmente retos grandes. Tras 47 años de pertenencia del Reino Unido, la verdad es que esa proyectada unidad geográfica y política, jamás existió. No hubo un interés comercial común. Generalmente, fue Alemania la que impuso sus criterios, lo que a menudo le significó roces con Londres.
A veces, el liderazgo, como en las últimas semanas, intentó llevarlo Francia, y más tímidamente España. Pero siempre, dejando por fuera de las grandes decisiones a países del segundo círculo, como Grecia, Italia o Portugal. Para poner solo un ejemplo, el tratamiento a los migrantes fue un punto de quiebre. Los asuntos de unos no eran los asuntos de todos. La forma inmisericorde como Bruselas castigó la economía griega, y como quiso hacerlo con Portugal, muestran que la luna de miel europea, nunca fue una realidad.