Colombia en la OTAN
Alberto Acevedo
El anuncio del presidente Juan Manuel Santos, de que a partir del 31 de mayo Colombia ingresa oficialmente a la Organización del Tratado Atlántico Norte, una coalición militar creada por las potencias occidentales para contrarrestar el potencial militar de la Unión Soviética, pero que aun después de la caída del muro de Berlín mantiene su carácter ofensivo, prendió las alarmas en Américas Latina, por cuanto esta decisión puede arrastrar al continente a escenarios de guerra insospechables, por cuenta de los intereses de las grandes potencias.
El temor de no pocos gobiernos de la región es que el sorpresivo compromiso de la Casa de Nariño con la coalición militar atlántica vulnera de manera flagrante la declaración de América del Sur como zona de paz, suscrita en el marco de una conferencia de la Celac, con activa participación del gobierno colombiano. Desconoce igualmente otros tratados internacionales de paz, que compelen a nuestro país a abogar por la solución pacífica de los diferendos entre naciones, antes que la confrontación bélica.
En su primer mandato, Santos había suscrito un acuerdo de intercambio de información y seguridad con la OTAN y en ese momento, gobiernos como los de Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, expresaron su preocupación, al asegurar que el convenio amenaza la estabilidad de la región.
Inconfesables intereses
En esta ocasión, las primeras voces de inconformidad provienen de los gobiernos de Venezuela y Bolivia. El 23 de mayo pasado, la cancillería venezolana emitió una declaración en la que exhorta al gobierno colombiano a cumplir sus obligaciones internacionales para garantizar la paz y la solución pacífica de las controversias.
“Venezuela denuncia una vez más ante la comunidad internacional la intención de las autoridades colombianas de prestarse para introducir en América Latina y el Caribe una alianza militar externa con capacidad nuclear, lo que a todas luces constituye una seria amenaza para la paz y la estabilidad regional, a partir de la defensa de inconfesables intereses ajenos al bienestar de nuestros pueblos soberanos”, refiere el comunicado de la cancillería de ese país.
Pretendiendo adelantarse a las reacciones internacionales, el ministro colombiano de la Defensa, Luis Carlos Villegas, dijo que la vinculación del país a la OTAN no implica la participación en operaciones bélicas en las que se involucre la organización militar atlántica.
Sí es una cooperación militar
Sin embargo, otra cosa dice el portal web de la coalición multinacional. En la información general, que ya menciona la inclusión de Colombia, dice: “Los socios globales de la OTAN desarrollan cooperación con la OTAN en áreas de interés mutuo, incluidos los desafíos de seguridad emergente, y algunos contribuyen activamente a las operaciones de la OTAN, ya sea militarmente, o de alguna otra manera”.
Precisa más adelante el portal, que los objetivos de la asociación con Colombia son “lograr enfoques comunes para los desafíos de la seguridad global, como la ciberseguridad, la seguridad marítima y el terrorismo y sus vínculos con el crimen organizado”, además de “construir las capacidades de las fuerzas armadas colombianas”.
La línea de acción militar de las tropas colombianas, está determinada por la estrategia general de la OTAN y no por lo que diga un ocasional ministro de Defensa colombiano, ni por el presidente de la República. Aquí, el papel de Santos es el del cipayo, que entregó en bandeja de plata la soberanía nacional a los intereses de las grandes corporaciones industriales y militares occidentales.
Carne de cañón
Además de que la lucha contra el “terrorismo”, podría colocar a Colombia en la mira de organizaciones como el Estado Islámico, surgen unos primeros interrogantes: ¿Contra quién se prepara el ejército colombiano, que requiere construir “nuevas capacidades” de combate? ¿Quién amenaza a Colombia? ¿Comparte la nación el imperativo de “lograr enfoques comunes” con la OTAN, un organismo de agresión contra los pueblos, puesto al servicio del gran capital, principalmente norteamericano?
En estas condiciones, la condición de “socio global” de la OTAN, anunciada con gran entusiasmo por el presidente Santos, y celebrada por la gran prensa colombiana, coloca a nuestros soldados como carne de cañón de la alianza atlántica en su política de expansión imperialista.
Pero además, reporta otras consecuencias iniciales. Primero, rompe con la política de integración latinoamericana, expuesta por organismos de cooperación regional como Unasur, Mercosur, Celac, Aladi, el Alba, y fortalece la línea militarista y neoliberal de la Alianza Pacífico, aupada por Washington.
Reeditando la guerra fría
En segundo lugar asesta un duro golpe a la concepción de los países latinoamericanos de declarar, en el marco de una cumbre de la Celac, a América Latina como territorio de paz, al abrirle las puertas de la región a una fuerza militar con capacidad nuclear. De esta manera, revive además la política de ‘guerra fría’ contra países como Nicaragua, Cuba, Venezuela y el resto de países de la región.
En tercer lugar, en el plano interno, hipoteca la política exterior del próximo presidente a la estrategia injerencista atlántica, consolidando una doctrina militarista y neoliberal y cierra el camino a la promesa de ejecutar los cambios democráticos suscritos en el acuerdo de La Habana con las FARC, atándonos a una política internacional de guerra.
El escenario natural de la OTAN, hasta ahora, había sido el Atlántico, con un número de socios exclusivamente europeos. Ahora la OTAN tendrá la oportunidad de ampliar su escenario de intervención a la zona Pacífica, gracias a la posición geográfica de Colombia, en el centro del continente, bañada por dos mares, y en la frontera con Venezuela, muy cerca de Nicaragua, de Cuba y de Bolivia, países en la mira de los intereses intervencionistas norteamericanos.