Germán Ávila
El 29 de febrero fue el último día de la etapa de gobierno del Frente Amplio en Uruguay. Quince años que tuvieron a Tabaré Vázquez y el ahora universal José “Pepe” Mujica, quien había sido una figura exclusivamente local. Pero no hay que tratar de explicar el proceso del Frente Amplio (FA) desde las figuras individuales; Tabaré y Mujica son un resultado y no una causa. El FA tiene 49 años, una de las más (si no la más) ricas experiencias unitarias de la izquierda latinoamericana.
El FA perdió las elecciones contra Luis Lacalle Pou, un delfín que ningún contacto tiene con la realidad del ciudadano común, hijo y nieto de emblemáticos políticos tradicionales y su padre fue presidente en 1990. Nada de lo que tiene ha sido por mérito propio y el país lo sabe. Entonces, ¿cómo el mismo país que votó entusiastamente por Mujica y Tabaré se decidió por un representante de la política tradicional? Lacalle Pou recibe un país con uno de los niveles de vida más altos de la región, la capa media más amplia (más del 80% de la población), un crecimiento económico ininterrumpido de quince años y el índice de distribución de la riqueza más equitativo del continente. Lejos está del 2005, cuando el FA recibió al Uruguay en las ruinas que dejó la crisis neoliberal de 2002.
Para ganarle al FA la derecha se tuvo que unir en una coalición que aglutinó la doctrina clásica neoliberal, el republicanismo conservador y una importante dosis de nostalgia dictatorial militarista que ha despertado expresiones fascistas, que se creían desterradas. La coalición ganó en segunda vuelta por 35 mil votos, un punto y medio, aun cuando en primera vuelta la victoria se proyectaba por más de ocho puntos y lo que iba a ser una estruendosa celebración de la derecha, se convirtió en un silencio expectante, pues la diferencia era demasiado estrecha para cantar victoria desde los primeros resultados.
El resultado llamó al análisis autocrítico debido a la desconexión de la dirigencia con los comités de base, de los que muchos quedaron sostenidos por los partidos con la militancia en el ADN, como el Partido Comunista del Uruguay.
Por otro lado, y como un problema común de los gobiernos de izquierda en Latinoamérica, la batalla ideológica no se supo dar, los aparatos de propaganda de la derecha no tuvieron contrapeso y la agenda informativa y de opinión la marcaron los intereses de los grandes sectores económicos, que se dedicaron a buscar excusas para deslegitimar al gobierno. En Brasil o Argentina lo grandes medios cabalgaron en ancas del discurso de la corrupción, la real y la inventada, hasta que consolidaron el andamiaje que hizo que muchos votantes terminaran asociando el fenómeno de la corrupción de manera exclusiva con el partido de gobierno y fomentando el llamado “voto en contra”.
En este sentido, la izquierda se confió en lo que debía ser algo así como la aparición espontánea de una conciencia política masiva en defensa del proyecto, pero lo que ocurrió fue que mucha de la población asumió que la sensible mejora en sus condiciones materiales se debió exclusivamente al esfuerzo individual y no a un entorno favorable. En otras palabras, se logró mejorar las posibilidades de inserción individual en la economía de mercado sin cultivar una conciencia de lo colectivo.
En Uruguay fue la inseguridad el tema que marcó la etapa previa a las elecciones, los noticieros se dedicaron a darle un despliegue inusitado a los robos comunes, generando el imaginario de que “todo está muy mal”. Sin duda la expansión de la economía de mercado genera un margen poblacional que es el más difícil de incorporar a una dinámica social y del que surgen las manifestaciones de la delincuencia común, pero muy lejos de las dimensiones que se le dieron en los medios locales, con lo que se instaló la sensación de que al FA el país se le estaba yendo de las manos, lo que sumado al alto costo de vida en términos comparativos con otros países, consolidó el discurso para que el proyecto electoral de gobierno fuera derrotado en las urnas.
El gobierno de Lacalle va por todo, ha presentado un proyecto de ley con casi 500 artículos que desmantela lo logrado por el FA, por lo que se avecinan cinco años de mucha movilización. No hay que olvidar la gran solidez de las organizaciones sociales del Uruguay, donde uno de sus principales actores es su central sindical unitaria, las conquistas en agenda de derechos tienen grandes organizaciones sociales detrás de ellas y el pulso se está preparando.
El FA perdió las elecciones, pero perdió siendo la mitad del potencial electoral del país y ese es un dato a considerar. Hay una nueva generación de dirigentes dentro de los que destaca Óscar Andrade, obrero de la construcción y ahora senador comunista; sin embargo, es fundamental que, dentro de las correcciones a tomar, esté una política de cuadros dirigida y planificada, las escuelas de formación política hacia las bases son fundamentales y dentro de ellas es clave la conciencia por mantener activos los comités de base más allá de lo coyuntural. Por ahora, esa es la única manera de contrarrestar la aplastante maquinaria de propaganda de la derecha.