“Cargados” de intervencionismo: Solución gringa a la cuestión coreana

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Desfile militar en la República Popular de Corea.

Con sus amenazas de desatar un conflicto bélico en la Península coreana -y en Venezuela-, el presidente Trump intenta construir una política de unipolarismo militarista para recuperar el control imperial sobre el mundo

Alberto Acevedo

“Fuego e ira” contra el gobierno de Corea del Norte prometió la semana pasada el presidente de los Estados Unidos, en una nueva bravuconada intervencionista que, aunque de momento se mantiene en una especie de “diplomacia de las palabras”, en una guerra verbal que fue respondida también de manera contundente por el presidente Kim Jong-un desde Pyongyang, no hay una garantía cierta de que tras una nueva provocación se produzca un desmadre general que pueda terminar en una confrontación nuclear que arrastraría a la humanidad entera al abismo de la guerra.

Las relaciones entre Corea del Norte y la mayor potencia económica y militar del mundo se han  vendido caldeando en los últimos meses, hasta llegar a un punto de máxima tensión en los últimos días. El pretexto de Washington para agredir a Pyongyang, es que ese país ha venido desarrollando pruebas nucleares de diversa índole, lo que pone en peligro no solo la seguridad nacional de los Estados Unidos, sino la estabilidad mundial.

Como ha sucedido en conflictos internacionales en los que ha tomado parte Estados Unidos, hay de por medio no solo una cantidad de mentiras, sino una campaña mediática para desprestigiar y desacreditar a quien de momento se considere el “enemigo”.

Un tratado que no se cumplió

En realidad, Corea del Norte jamás ha amenazado a nadie, ni en su política exterior considera agresión alguna contra un país vecino o aún que considere adversario. Lo que ha hecho ese país con su política militar es desarrollar un plan nuclear defensivo, ante el cerco, cada vez más creciente, de arsenales nucleares a su alrededor, no solo en la vecina Seúl, sino en Japón, que amenazan con desestabilizar el régimen de Pyongyang, y apoderarse de los riquísimos recursos naturales y minerales de su subsuelo.

Producto de crisis anteriores en torno a este tema, en 1985, y a instancias de China y Rusia, Corea del Norte suscribió un tratado de no proliferación de armas nucleares, sobre la base de que Corea suspendía su programa nuclear; Estados Unidos por su parte, se comprometía a ayudar a la economía de ese país y a levantar las sanciones económicas que con cierta regularidad se le imponen. Washington nunca cumplió su promesa, y  Corea del Norte retomó su programa nuclear, con la idea de producir energía para la paz, para su desarrollo, y de ninguna manera como estrategia de agresión internacional.

El desinterés de Estados Unidos en contribuir a una solución seria y negociada, tomando en cuenta los intereses nacionales de Corea del Norte obedece a otras razones de orden geoestratégico. Para la nación norteamericana, la península de Corea es un punto estratégico para su política expansionista. De hecho, Washington ha sembrado de bases militares la región, a partir del territorio de Corea del Sur, su aliado. La isla de Guam, en esa zona, es un arsenal militar de la Casa Blanca, con más de 30.000 soldados norteamericanos apuntando sus armas contra los vecinos del norte.

China no se cruzará de brazos

Pero Corea es también un punto estratégico para los intereses nacionales de Rusia y China, y es ahí donde se complican las cosas. Si Estados Unidos interviene directamente en Corea del Norte, corre el riesgo de que el conflicto se extienda a escala mundial en corto tiempo. Ni Rusia ni China van a quedarse con los brazos cruzados si Washington mete las narices en Pyongyang, aliado de primer orden de estas dos potencias en la zona.

Corea del Norte ha sido clave para la seguridad continental de China. Si cae el régimen de Pyongyang, Estados Unidos expande de inmediato en forma peligrosa su área de influencia en la península, y eso no lo va a permitir Pekín.

Durante la llamada guerra de Corea, entre 1950 y 1953, China perdió más de un millón de soldados para impedir que Estados Unidos izara su bandera en ese territorio. Hoy, cuando se nota una mayor agresividad por parte del actual gobernante norteamericano, no habría razón para que los chinos no volvieran a aportar una cuota de sacrificio semejante.

El libreto de Libia y Siria

Para Corea del Norte, por su parte, el programa nuclear que adelanta es una cuestión de supervivencia, pues su arsenal impide colocarse a merced de las superpotencias occidentales. Eso explica por qué a pesar de las sanciones que cada cierto tiempo imponen las Naciones Unidas, no va a abandonar su programa nuclear, así tenga una enorme presión  internacional.

Con el incidente desatado a raíz de las amenazas recientes del señor Trump, en el caso de Corea del Norte se repite el mismo libreto de la política norteamericana para justificar las agresiones a Siria, Libia, Irak, Afganistán. Cuando Estados Unidos habla de ‘restaurar’ la democracia, en realidad está hablando de petróleo y otros recursos naturales. Estados Unidos es hoy uno de los mayores consumidores de petróleo. La potencia industrial necesita que día y noche funcionen sus automóviles y no se suspenda el fluido eléctrico en sus megaciudades.

La salida es el diálogo

En este sentido, Washington, bajo la administración Trump, intenta diseñar una política de unipolarismo militarista, que no podrá edificarse sino en el escenario de una guerra militar mundial, con la que aspira a recuperar su control sobre el mundo, su hegemonía y contener cualquier otro proyecto multipolar, como es la tendencia contemporánea, de acuerdo a los cambios producidos en el mundo a raíz de la desaparición del campo socialista y el surgimiento de nuevas potencias como China, India, Rusia, Irán.

Pero las opciones que tiene Estados Unidos, a pesar de los tuits de Trump, en el sentido de que “las opciones están listas y cargadas”, son limitadas. El peligro radica en que tras los nuevos movimientos de arsenales y de tropas, en un momento de máxima tensión internacional, cualquier información errada, cualquier malentendido, puede desatar el incendio.

En este sentido, no hay otro camino diferente, para encontrar una solución pacífica, que modificar, por parte de las potencias occidentales, su intención de intervenir en los asuntos domésticos de Norcorea, y aceptar que la única salida es el diálogo respetuoso, sin pretensiones injerencistas.