Se le reconoce su gran aporte a la poesía social, su obra poética evidencia su claro compromiso como ser social y como poeta se aleja de escribir versos que consideraba adornos, para dar paso a versos que nombran el hombre y sus contingencias, la violencia, las dificultades económicas, los duros oficios
Sonia Truque
Carlos Castro Saavedra es reconocido como el poeta social más importante hasta la fecha. Nació en Medellín el 10 de agosto de 1924 y murió el 3 de abril de 1989. Empezó a muy temprana edad a publicar poemas en revistas de la ciudad, colaborador de varios periódicos con columnas tituladas, en El Tiempo, «Zona Verde»; en El Colombiano, «La voz del viento», lo que continuó en El Mundo; y en El Diario «Luminaria». Estudió en el IE de Envigado y en el Liceo de la Universidad de Antioquia.
Muy joven contrajo matrimonio con Inés Agudelo Restrepo, de Bello (Antioquia), con quien tuvo seis hijos, con ella compartió su vida hasta el final:
Inés digo y mi boca se convierte en azúcar
de manzana partida por la luz del verano.
Decir esta palabra es como adivinar
que está cantando un pájaro en un árbol lejano.
Poeta prolífico público más de 30 libros entre poesía, teatro, ensayo, y novela. Sus primeros libros de poesía fueron Fusiles y Luceros (1946), Mi llanto y Manolete en 1947, y 33 poemas.
Su vida lo tuvo como testigo del difícil momento histórico que atravesaba Colombia, la segunda administración de López Pumarejo, el Bogotazo y la llegada a la presidencia de Gustavo Rojas Pinilla, “dictadura que golpeó seriamente la producción intelectual al imponer una severa censura a la prensa y al pensamiento crítico, el cual fue amordazado (Donadío, 1998). Esos años sombríos para la producción intelectual, no solo persiguió a escritores que le hacían oposición, también cerró el quincenario Crítica, fundado por Jorge Zalamea, a los pocos días de asumir Rojas Pinilla, la Revista Mito, fundada en 1955 por el poeta Jorge Gaitán Durán, trabajaron clandestinamente.
Desde joven se mantuvo ligado a ideas socialistas, a causas sociales hasta el punto que en 1953 con la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla tuvo que salir del país y refugiarse en Chile por unos meses ya que su vida corría peligro. A su regreso publicó el libro titulado Escrito en el infierno, en donde narra memorias de carácter político de la disputa entre liberales y conservadores.
Con la amistad con Pablo Neruda al que conoció en sus viajes a Europa, la poesía de Castro Saavedra recibe un reconocimiento, que va más allá del elogio, cuando lo interpreta: “Pienso que la poesía colombiana despierta de un letargo adorable pero mortal, este despertar es como un escalofrío y se llama Carlos Castro Saavedra”. Cita tomada de José Luis Díaz Granados. Libros y letras.
Al regreso a Colombia publica uno de sus libros más importante, Despierta joven América, con prólogo de Pablo Neruda.
Durante los años críticos conocidos como La Violencia y desde el conflicto armado colombiano, Carlos Castro Saavedra buscó representar la complejidad de las confrontaciones políticas y armadas, pero, sobre todo, hizo un llamado a la resolución de los conflictos y a la lucha por mejores condiciones de vida para los ciudadanos.
Como lector leyó a los poetas españoles de la Guerra Civil como Miguel Hernández, Antonio Machado, aunque siempre proclamó que el poeta que más lo influenció y al que le reconoció su grandeza fue Pablo Neruda.
Se le reconoce su gran aporte a la poesía social, su obra poética evidencia su claro compromiso como ser social y como poeta se aleja de escribir versos que consideraba adornos, para dar paso a versos que nombran el hombre y sus contingencias, la violencia, las dificultades económicas, los duros oficios.
Al respecto, en su artículo sobre Carlos Castro Saavedra, el escritor Daniel Samper Pizano escribió: “A pesar de todo, y como consecuencia de ese anhelo de paz que se respira en todas las páginas de Carlos Castro, –de allí que no vacilemos en apellidarlo como poeta de la paz–-, él cree en el hombre. Cree en las posibilidades del hombre, en la intención del hombre como criatura primordial del universo, aunque le encuentre los defectos que, precisamente como hombre, debe tener. Es la esperanza que alienta durante todo su poema laureado “Plegaria desde América”. Es la creencia en el hombre como medio para la paz.
Oda a Colombia (1987) es uno de sus libros más conocidos. Allí está su poema “Definiciones de la paz”.
La paz es la madera trabajada sin miedo
En la carpintería y en el aserradero.
Es el negro que nunca se siente amenazado
Por un hermano blanco, o por un día claro.
Es el pan de los unos y de los otros también,
Y el derecho a ganarlo y a comerlo después.
“Plegaria desde América”, recibió un premio en Berlín en 1951. Es un poema que más de sesenta y ocho años después de haber sido escrito, no pierde vigencia e invita a la reflexión sobre las ansias de paz, no solo en Colombia, sino en Latinoamérica.
Plegaria desde América
Creo en el pescador, en sus pescados y en sus redes,
me gusta ver un pueblo estrenando palomas,
siempre espero una carta con noticias del mundo,
espero el pan, la paz, el amor, los manteles,
espero con mi hijo junto a las estaciones
y pienso que el futuro va a llegar en los trenes;
defiendo mi esperanza, amo mi juventud,
pongo un beso en la puerta de mi casa,
lo pongo con amor de centinela,
después me voy, me voy de bala en bala,
de granada en granada deshojando la guerra.
Su arte poética la encontramos en estas frases:
“El oficio de escritor no ha sido para mí un entretenimiento, sino una lucha diaria, conmigo mismo esencialmente, y con el medio y las circunstancias históricas en que me ha tocado existir. De ahí que mi poesía no sea sociable sino social, que es cosa bien distinta. Huelen mis versos a madera y a tierra, a sangre y a sudor, a madrugada y a Colombia, a nido y a relámpago, y si hay algo de que puedan estar orgullosos, es de su lealtad a las palabras señaladas y a todo cuanto ellas simbolizan y encarnan.
“Soy un poeta solitario y numerosamente acompañado, aunque resulte paradójico. No pertenezco a ismos de ninguna especie, pero siento como cosa propia la respiración de toda la familia humana, y no oculto mi solidaridad con el pueblo del mundo, y mi deseo de que la vida cambie, en manos del pueblo, justamente, y la tierra se llene de música, de paz y de abundancia. Si por pensar en esta forma me condenan, o me calumnian, o me niegan el aire, peor será para quienes lo hagan, porque un día sus hijos se avergonzarán de ellos.
“Amo los árboles, la luz, los ríos, los caminos, los surcos de mi patria, y todos los días trato de acercarme más a estas cosas y de alojar en ellas mi ternura, pero las balas me rechazan, y en más de una ocasión rompen mi pecho y derraman mi miel, acumulada con trabajo, en largos días de vigilia”.
“No me asusta la palabra frustración y, al ahora mismo, o mañana o algún día, comprendo que no tengo nada más que decir, dejo mi guitarra en manos de quien quiera tocarla y me callo tranquilamente, o me pongo a sonar como los carpinteros que hacen una mesa, o los hombres que alban en la calle.
“No tengo compromisos con la inmortalidad. No soy profeta, ni político, ni nada por el estilo, y me siento muy bien en mangas de camisa y acompañado por el viento. (Cuadernillos de poesía colombiana. No. 87. Pontificia Universidad Javeriana. Sf.)
Carlos Castro Saavedra fue un poeta que trabajó distintos tonos y líricas, que lo hace versátil. Tiene una buena colección de poemas de amor, como los siguientes:
Hembra de tierra y tierra
No te digo paloma, ni princesa, ni reina,
sino mujer de tierra, hembra de tierra y tierra,
compañera de besos, compañera
de mi revolución y de mi guerra.
Fecunda compañera
En el espejo de tu cuerpo, esposa,
recogiste mi rostro, tan fielmente,
que la línea más honda de mi frente
quedó presa en tu sangre temblorosa.
Los ataúdes enamorados
Nuestras tumbas, mujer, se darán besos,
nuestros cajones besos y mordiscos,
y no serán sudarios los nuestros sino sábanas
para engendrar trigales
y construir el pecho de los cedros.
Amor
Un deseo constante de alegría
Una urgencia perenne de lamento
Y el corazón, campana sobre el viento
Estrenando badajos de alegría