
Todos los años el pueblo chocoano sufre múltiples emergencias e inundaciones. Los habitantes padecen desapariciones y lo pierden todo. No hay soluciones gubernamentales
Jader Cuesta H.
En las cuencas de los ríos Atrato, San Juan y Baudó del departamento del Chocó, la población se ve seriamente afectada por la minería ilegal y la tala indiscriminada de árboles. A partir de la idiosincrasia como de la cultura del pueblo chocoano existe una necesidad y dependencia de los ríos, situación que configura un enorme riesgo para las poblaciones que viven en estas peligrosas riberas.
En los últimos 20 años, mínimo son tres emergencias anuales, inundaciones, desbordamientos, deslizamientos, gente que lo pierde todo, desaparecidos y tristemente hasta fallecidos. Con alevosía la naturaleza ataca, la furia de los ríos se despacha contra las poblaciones más humildes y vulnerables.
Ya es hora para que se inicie un proceso planificado que reubique a la gente lejos de las riberas de los ríos hacia sitios más altos o al menos bien retirados de las orillas. Bellavista (Bojayá) ya lo hizo, fue reubicado en una loma, fue difícil adaptarse a vivir lejos del río del cual se depende 100%, siendo que por ahí se mueve la economía, el transporte de pasajeros, cargas, el pancoger, la pesca, entre otros productos propios de la economía chocoana.
Los pueblos dependen de los ríos, de ellos se obtiene el agua para los quehaceres del hogar, por eso el apego a las orillas, de ahí lo difícil que es vivir lejos de la fuente de vida, en los pueblos los ríos son el Estado; son acueductos, alcantarillado, relleno sanitario, vías de comunicación, fuente de empleo y de alimentación.
Incapacidad institucional
Lo más preocupante de todos estos desastres es la poca capacidad de reacción de la institucionalidad local y departamental, no tienen planes de contingencia, no tienen logística para la atención de estas emergencias, a pesar de que todos los años se presentan. Los comités y oficinas de riesgo son meras figuras decorativas, estos entes territoriales no cuentan con recursos suficientes para enfrentar estas calamidades, sus esfuerzos se limitan a acudir al Gobierno nacional y este se dedica a enviar ayudas alimenticias, kits de aseo o de cocina, colchonetas, frazadas y dizque arriendos hasta por tres meses a las familias que perdieron sus viviendas que terminan en una odisea de trámites y rogadera para acceder a ellos y una suma de dinero que no corresponde a la realidad.
Nada de soluciones estructurales y definitivas para estas comunidades y peor aún, alcaldías y gobernación que no tienen planes de reubicación para estas poblaciones, lo cual indica que el panorama es seguir de emergencia en emergencia año tras año. La corrupción es la peor y la más trágica emergencia que padece el Chocó.
Solidaridad social
Frente a la inmensa magnitud del problema, en promedio son más de 40 mil personas damnificadas. Ante la incapacidad gubernamental, es la sociedad civil la que tiene que recurrir a la solidaridad del pueblo chocoano con jornadas donde se buscan donaciones de alimentos no perecederos y ropa en buen estado.
Estas jornadas han tenido tanto éxito que a las entidades gubernamentales no les queda de otra que sumarse a estas iniciativas para no verse incapaces a la hora de llegar con ayudas a los afectados; es más, es tanto el inmovilismo de las autoridades que no son capaces de convocar iniciativas de manera independientes porque gozan de tan poca credibilidad, saben que la gente lo primero que va a decir es que esas ayudas van a terminar contaminadas por la corrupción.
En contraste, el pueblo chocoano acude una y otra vez a dar lo que le nace, ayudan de acuerdo con su capacidad, saben que hoy son ellos pero que mañana puede ser cualquiera, nadie está exento de sufrir una calamidad.
Gobierno predecible
Al momento de terminar esta nota, el Facebook de la Gobernación de Chocó me notificó de un en vivo donde el ministro de Defensa Carlos Holmes Trujillo anuncia que después de reunirse con las autoridades locales, se decidió el envío de ayudas, frazadas, kits de aseo y arriendo, enfatizando que «estas son solo las primeras ayudas», pero todo el pueblo chocoano sabe que no va a pasar nada de nada, pues las soluciones estructurales y definitivas para estas comunidades no van a llegar.
A la derecha del ministro está la representante Astrid Sánchez, a la izquierda el gobernador del Chocó, ausente el alcalde de Quibdó, o por lo menos no estaba a la vista. Se veían indefensos, tímidos e incapaces de hablarle duro y con criterio al representante de un Gobierno nacional que maneja un presupuesto anual de más de 300 billones de pesos y viene a hacer anuncios tan elementales para un territorio que ha sufrido con creces el rigor de la violencia, el desplazamiento, las inundaciones, la pobreza, la corrupción, y un largo etcétera de dificultades producidas por el abandono.
El llamado
Suena contradictorio pedirle un traslado voluntario a las personas que viven y dependen del río, pero la realidad es que este en temporadas de invierno se convierte en su peor enemigo.
Sin embargo, toca que voluntariamente y por sus propios medios, individuales o en minga, se adelanten las acciones necesarias para reubicar las comunidades a lugares altos o alejados de la orilla para evitar que año tras año se padezca la misma tragedia. Esperar acciones definitivas por parte de las administraciones es una opción muy remota, demorada y llena de burocracia y trámites engorrosos. La experiencia ha demostrado que terminan en elefantes blancos, esperando que si se da la reubicación sea la excepción.
El llamado es también hacia las autoridades locales, que se pongan la mano en el corazón y actúen conforme a la situación, que trabajen para solucionar los problemas de la gente, es triste ver como todos los años dos y tres veces presenciamos las mismas tragedias de las familias chocoanas. Reubicación es la única y definitiva solución, con el pleno conocimiento de que no será fácil vivir lejos de los ríos, pero para sobrevivir las poblaciones deben adaptarse, acomodarse, aprender a vivir y desarrollar otros mecanismos de convivir con los ríos, corrientes naturales de agua que han construido por años nuestra idiosincrasia.
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