Cine y la mirada masculina

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Fotograma de la película Blow Up, de Antonioni.

Laura Mulvey en su ensayo “Placer visual y cine narrativo”, ayuda a reconocer la verdadera estructura del cine tradicional y cómo esta influye en la imagen de la mujer: lo hace utilizando el psicoanálisis como herramienta

Sofía Quevedo

A lo largo de la historia, en diferentes espacios, a las mujeres se les ha opacado de distintas maneras. Y uno de estos espacios, laboral y artístico al tiempo, aunque a simple vista no lo parezca, es el cine. ¿Alguna vez se han preguntado qué hay detrás de la imagen de “diva de la pantalla”? Probablemente no, y esto es porque nos parece natural el hecho de que la mujer esté “hecha para ser mirada”, y que sea objeto de deseo. Es más, pensamos que si no es de este modo, de alguna forma debería llegar a serlo, y es ahí cuando muchas mujeres nos encontramos ante cientos de complejos.

Laura Mulvey nos habla sobre la relación directa que existe entre el papel de la mujer en el cine narrativo y, el modelo de sistema patriarcal bajo el cual nos encontramos cautivos y cautivas; de tal forma que en muchos aspectos ni siquiera somos conscientes.

Para empezar, Mulvey se basa en la “teoría sexual” de Freud: teoría acerca de la sexualidad femenina y, según la cual la libido o energía sexual presente en el inconsciente es de carácter masculino. Es decir, que el falo es el referente de la sexualidad, y que la mujer, por su carencia de falo, se define como un varón sin sexo, como una castrada. Y no solo eso, sino que además vive llena de culpa, de envidia; y esto reduce su posición a inferior en comparación con el hombre.

Los deseos del protagonista

Es por esta razón que la mujer, durante la diégesis, debe someterse ante los deseos del hombre protagonista; debe soportar o disfrutar su mirada cargada de erotismo para de alguna manera recibir perdón por su condición: solo así, gracias a su belleza y misterio, ella dejará de ser portadora de la culpa y pasará a ser un fruto perfecto, cuyo cuerpo, estilizado y fragmentado por los primeros planos, es el contenido de la película y el receptor directo de la mirada del espectador, como afirma la autora.

La segunda teoría que menciona Mulvey es la de Jaques Lacan, en la que se subraya el carácter crucial para la constitución del ego: momento en el que el niño logra reconocer su imagen en el espejo y se ve a sí mismo dentro de su reflejo mucho más perfecto de lo que se siente, y por lo tanto, la imagen en el espejo pasará a ser “su ideal perfecto”. Y es aquí, ante la anterior teoría, donde nos encontramos con otra relación: en este caso, la pantalla pasaría a convertirse en el espejo, espejo en el cual el espectador vería reflejado en el protagonista de la historia a “su ideal perfecto” y, fascinado con la imagen de su semejante situado en una ilusión de espacio natural, alcanzaría junto a este el control y la posesión de la mujer en el interior de la diégesis.

El placer de mirar

Además, a lo largo del ensayo, la autora nos habla sobre los placeres que genera el cine sobre el espectador; y estos son, por un lado, el placer de mirar a otra persona como objeto (relacionado al instinto escopofílico y al instinto erótico), que en este caso haría referencia al papel pasivo de la mujer (como objeto sexual y de observación), y por otro, el placer relacionado al líbido del ego (relacionado al reconocimiento de la imagen humana en la pantalla), que en este caso haría referencia al papel activo del hombre, como portador de la mirada, y como sujeto por medio del cual el espectador llegaría a sentirse identificado.

Siempre sonriente

La forma en la que lo anterior es evidente, es en cómo se constituye el papel de la mujer en los relatos: en un principio, la mujer aparece como leitmotiv del espectáculo erótico: aparece llena de glamour y sensualidad, siempre sonriente y despampanante. Naturalmente, llama la inmediata atención de todos los hombres, incluyendo la del protagonista. Finalmente, como se espera, la mujer elige el amor de este último y automáticamente se convierte en su propiedad, perdiendo así todo el glamour.