El hombre que ordenó masacrar a miles de africanos
Libardo Muñoz
canalla uniformado, que se conoce en la historia como Leopoldo II, Rey de Bélgica, hizo del Congo una finca sembrada de asesinatos, amparado en un reinado “constitucional”, ayudado por la voracidad de las potencias capitalistas de Europa.
En 1885, Leopoldo II, a quien apodarían “El Demonio Blanco” por no tener el más mínimo sentido de la misericordia, durante su labor de torturador, compró a título personal una parte del Congo tan grande como Europa misma, valiéndose de los “buenos oficios” de un aventurero inglés llamado Henry Morton Stanley.
“El Demonio blanco” vivió entre 1865 y 1909, nunca fue visto sin su uniforme tachonado de medallas y de una grosera abundancia de charreteras y de fajas con las que trataba de adornar la panza. Se dice que este rey del asesinato hasta dormía uniformado.
En 1885, en la Conferencia de Berlín se estableció en la zona el llamado “Estado libre del Congo” un dominio colonial africano, propiedad “privada” del rey Leopoldo II de Bélgica.
El Congo, tiene el bosque tropical más grande del mundo, después del Amazonas.
Como si se tratara de una plantación propia, actuando bajo la más absoluta impunidad, Leopoldo II asesinó entre 10 y 12 millones de congoleños, en los años 1885 y 1908, una cantidad de muertos muy superior a los que cayeron en los campos de concentración de la barbarie nazi fascista comandada por Hitler.
Es la de Leopoldo II en el Congo una historia que no se ha contado lo suficiente. Este personaje pondría los pelos de punta a cualquiera que se interne en su terrible papel en un país que no termina de sufrir, por la incontrolada ambición de los mercados capitalistas mundiales que hoy envuelven al mundo en sus guerras genocidas.
Ejército de criminales
Leopoldo II tuvo bajo su mando en el Congo campos de trabajo y un ejército africano de criminales que lograron evadir la acción de la justicia, comprando silencio de los medios y de otros “monarcas” capitalistas del despotismo europeo que les dieron amparo.
Muchas fortunas sacadas de África, se invirtieron en chalets de la costa azul francesa, y surcan los mares transformadas en yates o se usaron para entrar al mercado inmobiliario de Europa y Estados Unidos.
Leopoldo II es un personaje semi oculto en los textos de historia, es parte de la larga crónica teñida de sangre africana, un genocidio silencioso omitido deliberadamente.
La historia del continente africano ha estado bajo una incalificable manipulación practicada por escritores y periodistas financiados generosamente por los países europeos que se adueñaron de sus riquezas. Tratan todavía de hacernos creer que África “no tiene historia escrita”.
Por estos lados del mundo, poco o nada conocemos de “La Gran Guerra Africana”, no tenemos una noción aproximada del reinado del terror y del genocidio congoleño y lo que nos ha llegado sobre la República Democrática del Congo, se entremezcla con historias de canibalismo, no aparecen las causas del conflicto.
Nubes de mosquitos
En centenares de películas europeas y de Estados Unidos la imagen difundida del hombre africano, es poco menos que las de tribus de salvajes adornados con narigueras armados de lanzas.
Leopoldo II es uno de los elementos usados por las monarquías tiránicas de Europa, entre ellas la de Inglaterra, para crear el concepto de la supremacía de la “raza blanca”. Se mantienen ocultas las cifras en oro, diamantes, carbón y caucho, además de otras riquezas, con las que se lucraron las potencias capitalistas explotando al África, humillando y asesinando a poblaciones enteras, de obreros y mineros de los que jamás se conocerán siquiera sus nombres.
Leopoldo II era muy consciente de lo que estaba haciendo en el Congo, sus víctimas carecían de poder para denunciar sus crímenes, caían asesinados o por hambre.
El caucho abundaba en el enorme territorio dominado por “El Demonio Blanco”, sus capataces obligaban a los congoleños a subir a los árboles, bajo la amenaza de cortar las manos a sus mujeres o hijos, si no regresaban a entregar la resina, bajo temperaturas infernales, atacados por nubes de mosquitos.
Sobreviven descendientes de aquellos desdichados africanos que muestran los muñones en ambos brazos.
El periodismo pro-monárquico que tiene bajo su dominio los grandes medios sobre todo de televisión, siempre tiene el cuidado de ocultar fotografías del genocidio congolés.
En cambio, nos distraen con las bodas fastuosas de sus delfines y princesas envejecidas, de rostros operados con mil cirugías plásticas.
El Congo fue para Leopoldo II una gigantesca plantación esclavista, personal, su disfraz fue el de un “filántropo” y para eso creó una entidad llamada “Sociedad Africana Internacional” que empleó para extraer incalculables cantidades de recursos naturales de esa martirizada zona del mundo.
La orgía de sangre y torturas de “El Demonio Blanco” en el Congo se descubrió por un empleado inglés de una naviera del puerto de Liverpool, transportadora de recursos extraídos en grandes cantidades que produjeron sospechas por lo exageradas.
Un falso ropaje
Edward Dene Morel, de 28 años, renunció a su cargo y emprendió una campaña mundial para mostrar a la luz del mundo lo que pasaba en el Congo.
El gobierno colonial inglés no tuvo otra alternativa que, para amainar cualquier escándalo, envió a un funcionario llamado Roger Casament, quien a su regreso rindió un informe al ministerio de Relaciones Exteriores, pero ya Leopoldo II se había hecho a una fortuna que superaba cualquier cálculo.
“El Diablo Blanco” todos los días de su vida fue a misa, daba limosnas al cura y otros menesterosos que se le acercaban a la salida de la iglesia, con algunas obras “sociales” maquillaba sus crímenes de lesa humanidad.
El feudo particular de Leopoldo II tenía 2.359.000 kilómetros cuadrados, la cadena de los asesinatos cometidos por este siniestro hijo del colonialismo europeo no ha sido igualada, hasta el punto de que para referirse a él, se acuñó el término de “macrogenocida”.
El propio pueblo belga demoró para percatarse de que estaba representado por un verdadero demonio, digno de su apodo.
El genocidio del Congo se inscribe como una de las más grandes ofensas a la dignidad humana.
“El Demonio Blanco”, Leopoldo II, actuó con el falso ropaje del proselitismo cristiano, todas las tardes rezaba el rosario y lo enterraron en 1909 con el mismo uniforme lleno de medallas que no se quitaba ni para dormir.