
Con un discurso incluyente, el líder espiritual de la Iglesia Católica habló de paz, perdón y reconciliación entre los colombianos y llamó a la juventud a no dejarse robar la esperanza. Hay que escuchar a los pobres, mirarlos a los ojos y entender sus rostros surcados por el dolor, afirmó el Pontífice
Alberto Acevedo
En su arduo y prolongado recorrido por cuatro ciudades del país, el papa Francisco esparció mensajes de fe y esperanza entre el pueblo creyente y exhortó a los hombres de la Iglesia a asumir un compromiso social más decidido, a salir a “callejear”, a tomar contacto con su pueblo, con los pobres y menesterosos y a no dejarse tentar por el dinero. “El diablo entra por el bolsillo”, expresó el pontífice a su comunidad.
Una síntesis apretada de los mensajes evangelizadores del jefe de la Iglesia apuntan a mantener la fe y la esperanza, para construir un país que sea patria y casa para todos. Llamó a poner fin a la violencia y luchar por la reconciliación. Sobre estas bases, luchar por la unidad de la nación. Llamó a escuchar a los pobres, mirar sus rostros surcados por el dolor, el sufrimiento y las carencias materiales.
Hay que promover la cultura del encuentro, dijo el papa Francisco. Para ello se necesitan leyes justas, eliminar las desigualdades sociales, buscar una mayor participación de la mujer en las decisiones del Estado y de la sociedad, y poner a la familia como centro y referencia de las actividades cotidianas.
Sin miedo al futuro
En su primer contacto con el pueblo colombiano, celebró un encuentro con jóvenes en Bogotá, donde les pidió no dejarse robar la alegría ni la esperanza. “No le tengan miedo al futuro”, advirtió a las nuevas generaciones. Más tarde, reiteró su llamado a otorgar el perdón “a quienes nos han herido”, y hacer de la reconciliación remedio para superar los horrores de la muerte y la violencia, en un país lacerado como el nuestro.
Pero al lado de los mensajes directos, se dieron muchos otros, subliminales, que dan cuenta del talante de estadista del pontífice católico. El primero de ellos, fue su recurrente contacto con los niños. Especialmente, su deleite con los niños negros. Muy diferente, por cierto, de la actitud frente a ellos de otro gobernante, el presidente de los Estados Unidos. Envía el papa un mensaje de enorme valor estratégico a una comunidad creyente que se ha venido apartando de la Iglesia, precisamente por los grandes y repetidos pecados de pederastia de sus sacerdotes, crimen frente al cual, por cierto, el Vaticano guardó silencio por muchos años.
Desde el primero hasta el último día, en cada ceremonia religiosa, en cada homenaje, en cada acto de recibimiento de regalos, estuvieron siempre presentes los militares “víctimas” del conflicto armado. Hombres de armas en sillas de ruedas, mutilados, secuestrados, heridos en combate. Víctimas por cierto, de una guerra que ellos llevaron a campos y ciudades. Pero ahora, aparecen como héroes, como víctimas.
Mensaje perverso
El mensaje entre líneas que se entrega a la sociedad, es que estos son los “buenos”, los que pagaron el costo de la guerra, los que perdieron a sus seres queridos. Del otro lado están los “malos”, los que protagonizaron una guerra “inútil”, de medio siglo.
Este mensaje perverso, tergiversado, se envía a una sociedad que en los últimos días ha sido testigo del nacimiento de un nuevo partido, el de la insurgencia, que aparece en el escenario político con una enorme vocación de paz, de reconciliación. Y ese mensaje juega entonces una papel de torpedo, que dinamita el edifico de la paz que se intenta construir.
No le faltó razón al papa Francisco, cuando advirtió que el camino de la paz y de la reconciliación está sembrado de cizaña. “Todavía hay espacio para la cizaña. ¡Cuidado con eso! No impidamos que la justicia y la misericordia se encuentren en un abrazo”, exhortó el papa, quien además llamó a su feligresía a “que se comprometa a reparar en un mundo nuevo, donde brillen la justicia y la paz”.
Para alimentar su odio
En la perspectiva de ese mensaje torticero, en Medellín se montó un espectáculo con las víctimas de Bojayá. ¿Por qué Bojayá y no Mapiripán? ¿Por qué Bojayá y no Trujillo, en el Valle, o Urabá? Deliberadamente se invisibilizaron las víctimas del paramilitarismo y se magnificaron las de la insurgencia, acentuando la idea de que los guerrilleros son los criminales.
Detrás del montaje está el general en retiro Oscar Naranjo, que parece añorar sus días de combatiente, y olvidar que ya se firmó la paz. Y el ministro de la Defensa, y un capellán castrense de la Iglesia, es decir, toda una parafernalia militarista, que no se le despegó al papa, ni de noche ni de día. “El temor de la extrema derecha es no poder utilizar los heridos del pueblo colombiano para alimentar su odio y sus banderas políticas”, dijo con justa preocupación el comandante guerrillero Mauricio Jaramillo, en entrevista que aparece en otra parte de esta edición.
Las mismas banderas
Por encima de esos lunares, el pontífice reiteró sus llamados a la paz, la reconciliación, mencionó en al menos una ocasión la necesidad de la reparación y, ante todo, de la acción de todos los colombianos, comenzando por los pastores de la iglesia, para construir ese nuevo país. En eso coinciden los mensajes del papa con los de los sectores democráticos que en Colombia anhela construir una paz democrática, con verdad, justicia y reparación.
Una imagen, aleccionadora en ese sentido, que seguramente algunos no notaron, es que en el lapso de una semana, la Plaza de Bolívar de Bogotá, dos veces se vistió de banderas y camisetas blancas. Primero, con el lanzamiento del partido de las FARC. Después, con el diálogo del papa con la juventud. En ambos eventos, las banderas y las camisetas fueron del mismo color.
Y los mensajes similares. Y las preocupaciones similares. Y los sueños y las esperanzas los mismos. El anchuroso espacio que rodea la estatua del Libertador se tornó plaza y placenta. Y parió dos veces una criatura de paz que se yergue desafiante ante los pregoneros de la muerte. Fue una criatura de vida el discurso de Timochenko una semana antes. Y fue criatura de vida el discurso del papa, una semana después. Ambos líderes tuvieron como interlocutor, a un pueblo que ha padecido medio siglo de inequidades y de violencias y que hoy reclama, con justicia, su derecho a construir un mañana luminoso, de paz y reconciliación.