Pablo Arciniegas
Los fósiles más antiguos de nuestra especie (homo sapiens) son de hace 300 mil años. Es decir ,hemos vivido en la Tierra tan solo el 1,5 por ciento de tiempo que lo hicieron los dinosaurios y menos del 0,05 % de lo que lo han hecho los pepinos de mar. En este muy poco tiempo inventamos cosas como gobiernos, la Internet, la pornografía y Tik-Tok, pero todavía nada que explique por qué nos sirve ser inteligentes, tener un lenguaje, resolver problemas con creatividad o estar conscientes de nosotros mismos.
Si es por cuestión de supervivencia, ser un organismo inteligente como el humano no garantiza nada. Los dinosaurios vivieron millones de años sin construir carreteras ni catedrales hasta que los mató el cambio climático y un asteroide, y los pepinos de mar, que no tienen cerebro aquí siguen y seguirán. La inteligencia, entonces, no juega un papel determinante en este aspecto, salvo que nos hace dar cuenta de nuestra extinción, y también nos da la capacidad de acelerarla.
Por ejemplo, las otras formas de vida que conocemos viven y mueren, y posiblemente nunca se preguntan qué pasará después de que ya no existan. No sufren la angustia de saber que este es un universo en el que la aniquilación es la norma y prima lo inerte. En cambio, nuestra inteligencia, que está consciente de este escenario, le da un sentido a lo que no lo tiene, y nos obliga a vivir, a trabajar, a creer en dios, la moral, las leyes, el dinero y el poder. ¿Para qué?
¿Para qué ha servido que la mujer y el hombre, por ejemplo, crean que son los protagonistas de esta historia, si son ellos mismos los que están provocando su fin? La ciencia y el preguntarnos por lo que somos y lo que hacemos aquí nos muestra que cada vez somos más inhumanos con nuestro entorno y con nosotros mismos. Sabemos que nuestro nivel de consumo acaba con el planeta y sabemos que la lucha contra la pobreza es un objetivo global, pero nuestra inteligencia no nos da para asumirlo y, más bien, nos quedamos dando vueltas hasta que el mundo ―como un perro con sus pulgas― nos sacude.
Me gustaría declararme en contra de la inteligencia, esta inteligencia humana; decir que es un vestigio como las muelas cordales y el apéndice, pero todavía es muy temprano para saber qué papel terminará jugando en nuestra historia evolutiva. Tal vez sí sea la clave para que vivamos tanto como los dinosaurios y logremos la plenitud de los pepinos de mar. O, todo lo contrario, sí sea una tara, el factor que resultó en nuestra desaparición y el surgimiento de una especie sin una inteligencia o con una de verdad superior.
Las posibilidades son infinitas, pero intentando no caer en la trampa de mi propia inteligencia, mientras no tenga claro para qué sirve, tengo el derecho ―como todos, o no sería un derecho― de usarla en algo que no solo sea sobrevivir: como pensar qué son los colores, el ritmo y las complicadas moléculas que crean la sensación de la compasión y de que a través de nosotros el universo en esta época se experimenta a sí mismo.
Epílogo I
Trump vs Biden: esta columna fue escrita cuando todavía las elecciones en Estados Unidos no están definidas. Es una lectura fácil decir que la posible victoria de Biden no tendrá un efecto en Colombia, eso sería pasar por alto la lambonería demostrada por la administración Duque con el candidato republicano. ¿Qué hay detrás de tantas lisonjas?, eso solo lo sabremos si el magnate queda reelegido, pero me inclino a un Plan Colombia remasterizado.
Epílogo II
“Pero los dinosaurios pueden desaparecer”, Charly García.