¡Corea tiene derecho a defenderse!

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La República Democrática de Corea posee un potente arsenal nuclear que no permitirá una aventura militar intervencionista fácil para los Estados Unidos.

Ojivas nucleares norteamericanas en la península coreana

Alberto Acevedo

En declaraciones a la agencia de noticias Reuter, el jueves de la semana pasada, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, dijo que una intervención de tropas norteamericanas en Corea del Norte, está dentro de su agenda. La belicosa declaración prendió las alarmas dentro de la comunidad internacional, que sabe, tras los ataques militares norteamericanos a Siria y Afganistán, que no se trata de un  alarde propagandístico, sino que el mandatario norteamericano, impredecible es su política exterior, es capaz de cualquier locura.

Las declaraciones del gobernante estuvieron antecedidas del despliegue, la semana anterior, de la llegada a las costas de Corea del Sur de un arsenal de naves antimisiles, de un crucero dotado de bombas con cabeza nuclear, y del anuncio, el pasado viernes, a instancias de los Estados Unidos, de que las Naciones Unidas han adoptado un nuevo paquete de sanciones económicas contra Pyongyang, para persuadirla a que renuncie a su programa nuclear defensivo.

Hay un discurso febril de guerra en Washington, con la llegada al poder del nuevo inquilino de la Casa Blanca. Antes de cumplir sus primeros cien días de gobierno, Trump descargó la llamada ‘madre de todas las bombas’ en territorio de Afganistán, bombardeó unas instalaciones militares sirias, ha amenazado a Rusia, a China, a Irán y ha creado un clima de conflicto militar que muchos asimilan con el peligro de que se desate una conflagración nuclear en la que no habría ganadores.

Nueva fase de crisis capitalista

Algunos analistas coinciden en señalar que las acciones de confrontación militar en Siria, Afganistán y Corea del Norte no son simplemente actos de fuerza. Responden al intento de Trump de paliar una crisis política interna, que se expresa en la desaprobación general de su gestión por parte de la ciudadanía norteamericana y de la manera en que los poderes legislativo y judicial ha echado por tierra una a una sus promesas de campaña, impregnadas de un  espíritu de racismo, chauvinismo, islamofobia y misoginia.

Otros observadores van más allá de esta mirada, e indican que además, la ofensiva militar norteamericana se inscribe en una nueva fase de crisis del mundo capitalista, que no encuentra otra forma de resolverla que mediante la guerra.

Esa crisis se inició en 2008, y en los últimos tiempos se expresa en la incapacidad de la mayor potencia del mundo de liderar procesos económicos y sociales como lo hizo en el pasado. Hay una serie de iniciativas económicas, que toman otras potencias occidentales y los países en desarrollo, que se salen de la esfera de influencia de los Estados Unidos.

Entre ellas, se pueden señalar la Unión Económica Euroasiática, el Ban­co Asiático de Inversión e Infraes­truc­tura, la nueva Ruta de la Seda, los Brics y su Banco de Desarrollo, y sobre todo, los esfuerzos exitosos de Rusia y China de crear su propio sistema de financiamiento internacional de comercio, al margen del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional.

Sin liderazgo

Lo nuevo en este contexto es que Estados Unidos ya no tiene ofertas en este escenario, y en estas circunstancias, la guerra se presenta como el expediente ideal para resolver no solo la creciente falta de gobernabilidad de los Estados Unidos, sino las contradicciones interimperialistas. De hecho, no pocos países, aliados tradicionales de Estados Unidos, se han desplazado a nuevos bloques de cooperación regional y económica, como en el caso de los Brics.

Con este escenario como telón de fondo es como debe mirarse una intervención militar de los Estados Unidos en la península coreana. En el tiempo transcurrido desde la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, que supone también el fin de la ‘guerra fría’, Estados Unidos ha intervenido militarmente en Yugoslavia, Serbia, Afganistán, Siria, Libia, Irak e Irán, y en América Latina amenaza con meter sus narices en Venezuela.

Han sido operaciones exitosas, porque se ha tratado de países pequeños con gobiernos débiles, aunque valiosos estratégicamente para los Estados Unidos. Esto no va a pasar si se mete con Corea del Norte. Esta nación, en contraste con la política exterior norteamericana, nunca ha agredido a otra nación. No ha amenazado jamás a un pueblo vecino ni ha propiciado invasiones o intervenciones militares de ninguna índole en parte alguna del planeta.

Pero sí está en su derecho de defenderse, y adelantar un plan militar, incluido su arsenal nuclear, para proteger sus fronteras. Esto no es privilegio exclusivo de las grandes potencias imperialistas.

Corea no será presa fácil

A instancias de las Naciones Unidas, y con la intervención de China, Rusia y Japón, en 1994 la República Democrática Popular de Corea firmó un acuerdo con los Estados Unidos para el cierre de los reactores nucleares de Yongbyon y detener la construcción de dos centrales nucleares más. A cambio, los Estados Unidos se comprometían a suspender los ejercicios militares ofensivos que cada año adelanta con Corea del Sur y a brindar a la parte norte un programa de asistencia económica, además de suspender las sanciones financieras y comerciales.

Seis años después se realizó en Pyongyang una primera ronda de conversaciones entre los gobiernos de las dos Coreas, buscando la reunificación del país. Pero Estados Unidos incumplió sus compromisos, y años más tarde, Corea del Norte reanudó su programa de armas nucleares. Veintiocho años después de haber terminado la segunda guerra mundial, las armas de las potencias imperialistas siguen apuntando contra Corea del Norte y este país está en su derecho de adoptar el programa defensivo que considere conveniente. En este sentido, que no se equivoque el señor Trump. El norte de Corea no será una presa fácil para sus apetitos expansionistas. Una confrontación en este escenario, tendrá consecuencias graves y arrastrará las reacciones de potencias como China y Rusia, además de la condena internacional.