Crisis universitaria y neoliberalismo

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Alejandro Cifuentes

El mundo universitario enfrenta una profunda crisis. Las dinámicas empresariales y una más estrecha alineación de estas instituciones con los poderes hegemónicos han inducido una ruina en su capacidad para construir pensamiento crítico.

Las universidades colombianas ya antes de la pandemia venían experimentando una baja sensible en las matrículas, ya fuera por falta de estudiantes nuevos o por la creciente deserción de los ya inscritos. El impacto económico del coronavirus lo único que hizo fue acentuar esta crisis; y cuando eventualmente superemos la pandemia, la crisis continuará, pues esta se ha originado en la aplicación y defensa del modelo neoliberal.

La baja en las matrículas tiene una doble explicación. Por un lado, las condiciones socioeconómicas dificultan el acceso a la educación superior, a la vez que hacen menos deseable una carrera profesional. Por otro lado, la adopción por parte de las universidades de un estilo empresarial de administración, caracterizado por un aumento desmedido de una burocracia excesivamente costosa, y de la precarización del profesorado, han hecho de la universidad un espacio donde campea la mediocridad.

La pérdida de derechos y las condiciones de vida precarias que el neoliberalismo ha acarreado, han convertido a la educación superior en un privilegio. Ante los altos costos y el debilitamiento del sistema público, la intermediación financiera aparece prácticamente como la única forma de acceder a los estudios universitarios. Pero los altos intereses, sumados a los bajos ingresos que, por cuenta de la desregularización laboral, promete el mercado a los profesionales, han hecho que los jóvenes y sus familias estén menos dispuestos a asumir el esfuerzo de pagar una carrera.

Pero la situación no termina allí. Las mismas universidades explican la baja en las matrículas por un grave problema del que poco se habla en Colombia: el envejecimiento de la población. Hoy hay menos jóvenes, lo que significa una reducción de la clientela tradicional de las universidades. Los tecnócratas achacan este fenómeno a las exitosas políticas de control de la natalidad, obviando de manera consciente la incidencia del modelo neoliberal. La juventud ha sentido con más fuerza la precarización laboral y el aumento desmedido de los costos de vida.

Los jóvenes comienzan a evitar la reproducción y se tardan más en dejar sus núcleos familiares (si es que eso llega a ocurrir). Pero muchos analistas e investigadores no logran entender la relación entre estos problemas y el desolador panorama impuesto por el modelo neoliberal; desde la comodidad de cargos burocráticos bien pagos, y con la autonomía que otorgan las herencias familiares, se quejan del llamado efecto “bombril”, fustigan a la juventud por mantenida, y prefieren elaborar extravagantes análisis culturales para entender porqué los jóvenes optan por tener gatos y no niños.

Tales análisis “sociológicos”, muchos de ellos producidos en entornos universitarios, no tienen un ápice de rigurosidad, pero resultan moralmente satisfactorios al no señalar las inequidades sociales que hacen posibles los privilegios de quienes pueden vivir hoy de una carrera académica.

Las universidades deberían ser las primeras en criticar públicamente medidas como la contratación por horas, y ni siquiera por su impacto social, sino porque resultan nocivas para su negocio: la formación de jóvenes profesionales. Sin embargo, estas instituciones han sacado provecho de procesos como la desregularización laboral a la hora de transformarse en empresas lucrativas. Pero han demostrado ser incapaces para entender que este modelo las ha conducido a la crisis.

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