¿Cuántos muertos hacen falta para gritar fuertemente?

0
1149

Manuel Velandia
@manuelvelandiam

En esta semana que termina me ha sucedido algo extraño. Las noticias, las imágenes, las muertes indiscriminadas, los jóvenes masacrados, la idea de la autoridad resquebrajada y la indolencia de algunos de los políticos me han dejado exhausto.

Hoy celebramos el día del amor, pero cómo decirle a alguien “¡Te amo!”, si lo que sientes es una enorme desazón y una pesada carga emocional difícil de llevar. Este es uno de esos días en que un abrazo y un te quiero, no son suficientes.

Sintonizarse con las propias emociones no solo es un ejercicio de catarsis, sino también la posibilidad de darnos cuenta de qué es lo que realmente nos importa. Siempre me ha llamado la atención que significa ser persona, y si pensamos en la etimología de la palabra entonces nos queda claro que persona es “sonar a través de”.

No soy yo quien me hago persona, es el otro, la otra, le otre quien me “personea”. Pero entonces cabe la pregunta, si yo no soy un auténtico otro para ese otro, la otra, le otre; si entre los dos no emerge la emoción del amor, sino la emoción de la indiferencia o la del odio ¿entonces es así como me ven y es así como se relacionan conmigo?

Cuando un policía asesina a un ciudadano no está cumpliendo con su deber, está desconociendo al ciudadano. No emerge del policía hacia él, ella o ella ciudan* la emoción del amor, sino muy seguramente la emoción del odio; porque si fuera la emoción de la indiferencia entonces ni siquiera se daría cuenta que ese otre existe.

Cabe aquí preguntarse ¿por qué para los policías la emoción que emerge ante los ciudadanos es la del odio? Me pregunto si esto tiene que ver con la formación que reciben para ser policías. Cómo los entrenan y porque su salida es la violencia y no, como mínimo, el diálogo.

El meollo del asunto radica en que el diálogo parte de la idea de reconocer al otro/a/e como Ser auténtico, y que, la dialógica sólo es posible cuando se reconoce al otro/a/e como un auténtico otro/a/e, sin importar si su discurso se construye desde una u otra epistemología o desde una u otra concepción del ser humano.

Nos es muy difícil comprender que el otro/a/e no habla en contra mía, sino que todos los discursos se construyen a favor de sí mismo/a/e. La dialógica nos permite centrarnos en el acuerdo y tan sólo él es posible caminar junto al otro/a/e; si no hay acuerdo, el/la otro/a/e es entendido como el opuesto, la enemiga, el desconocide.

Esto me lleva a reflexionar sobre por qué en este país quien opina, siente o se vivencia distinto pareciera ser digno de ser eliminado, torturado, desplazado, asesinado… Por supuesto, ésta no es la lógica de la Paz. Evidentemente es la lógica de la guerra, y en ésta lógica, la violencia es la salida. Pareciera que pararse sobre los cadáveres de las/es/os demás hiciera sentir a algunas personas más grandes, más fuertes, más poderosas.

No logramos darnos cuenta que la lógica de la guerra nos empequeñece, nos reduce a la más mínima expresión de lo que significa ser humano. No somos humanos porque nacemos de las hembras y machos de esta especie mamífera que llamamos humana. Somos humanos porque a través de la transformación de la cultura, de las relaciones sociales, la convivencia, de la escuela, de lo que encontramos en los medios masivos de comunicación y también en las iglesias, reflexionamos sobre nosotros/as/es mism*s y descubrimos la importancia de ser mejores seres. El ejercicio de ser mejores es lo que realmente nos hace humanos.

Como humanos es imposible callar ante el dolor de la pérdida de los seres humanos, como humanos es necesario gritar, y si no se nos escucha entonces hay que gritar fuertemente hasta hacerse escuchar.