La cumbre de gobernantes de las principales potencias del mundo, conocida como el Grupo de los 7, terminó el pasado lunes 26 de agosto, al cabo de tres días de deliberaciones, sin alcanzar un consenso sobre ninguno de los temas puestos sobre la mesa de debates. Ni siquiera una declaración final, que constituyera una carta de navegación para enfrentar los grandes desafíos de una época caracterizada por sus turbulencias.
La guerra comercial entre China y Estados Unidos, la propuesta del presidente Trump de que Rusia regrese al seno de ese foro deliberativo, las sanciones a Irán, el rompimiento por parte de Washington de pactos nucleares con Irán y Rusia, la destrucción de la Amazonía, las pruebas nucleares que continúa desarrollando Corea del Norte, el Brexit, entre otros conflictos, regionales y globales, signaron la reunión de Biarritz, en Francia, sin que se lograran acuerdos sobre ninguna de estas cuestiones, por lo que los analistas culpan principalmente a la política arrogante e imprevisible del gobernante norteamericano, que torpedeó buena parte de los acuerdos previstos.
La sombra de la guerra comercial
El consenso no fue el consejero de la reunión del exclusivo club. Francia abogó por un diálogo entre Estados Unidos e Irán, y movilizó al canciller iraní buscando un entendimiento. Frente a la propuesta de Trump de que Rusia volviera al G7, las demás potencias alegaron que ese era un escenario de democracias liberales y Rusia debería cumplir antes una serie de requisitos para volver a ese organismo.
Pero las mayores diferencias en el foro de Biarritz giraron alrededor de la escalada proteccionista de Trump que desencadenó la guerra comercial con China y cada cierto tiempo amenaza con imponer nuevos aranceles a diferentes países de Europa y América Latina. El cuento de Trump de ‘América primero’ en este tipo de encuentros internacionales, es un tóxico que polariza y divide fuerzas.
Pero, además, Trump no solo anunció su interés en comprar a Groenlandia, un típico caso de piratería internacional, sino que disparó dardos contra la Organización Mundial del Comercio, contra el Acuerdo de París sobre cambio climático; insistió de nuevo en afirmar que los peligros del calentamiento global son un invento de organizaciones ecologistas despistadas. En fin, las grandes potencias industrializadas: Estados Unidos, Alemania, Francia, Canadá, Reino Unido, Italia y Japón, no lograron fijar una política común en torno a ningún tema relevante. Ni siquiera frente a la cuestión de Bolsonaro y el incendio de la Amazonia.