
Biden fue quien propuso la reunión, lo que sugiere que Washington necesita una mejor relación con Rusia, más de lo que Moscú necesita a la Casa Blanca
Alberto Acevedo
El encuentro del 16 de junio pasado entre los presidentes de Rusia y Estados Unidos, Vladimir Putin y Joe Biden, llevado a cabo en Ginebra, en el peor momento de las relaciones entre ambas naciones desde finales de la Segunda Guerra Mundial, terminó sin embargo abriendo una puerta de esperanza para reducir la tensión y reactivar mecanismos diplomáticos de diálogo para discutir los múltiples aspectos sobre los cuales los líderes de las dos naciones mantienen diferencias.
Al término de la reunión, que se prolongó por más de cuatro horas, en una rueda de prensa que los mandatarios hicieron por separado, Vladimir Putin dijo que uno de los temas discutidos fue el de la estabilidad estratégica. Aseguró que ambos líderes acordaron iniciar un diálogo integrado bilateral sobre este asunto, para crear bases para el futuro control de armamentos y medidas para rebajar riesgos.
Putin dijo que junto a su homólogo norteamericano discutieron sobre la ciberseguridad. Ambos acordaron iniciar consultas en ese ámbito. “En mi opinión esta cuestión es de importancia integral”, precisó.
La verdad verdadera
El mandatario ruso hizo hincapié en la necesidad de “descartar todo tipo de insinuaciones, sentarse a nivel de expertos y empezar a trabajar para los intereses de Estados Unidos y la Federación Rusa (…) Nosotros estamos de acuerdo en eso, en principio, y Rusia está preparada para esto”.
Recordó que, en el mundo, la mayoría de los ataques cibernéticos proceden de territorio de Estados Unidos, seguido de Canadá y dos países latinoamericanos. Desestimó las acusaciones sobre presunta injerencia de Moscú en los procesos electorales en Estados Unidos, que no tienen asidero real, y en cambio dijo que su país debe ser “cauteloso” frente al apoyo de Washington a ciertas organizaciones políticas de Rusia.
El propio Estados Unidos ha declarado al país euroasiático como su adversario. En 2017 el Congreso de Estados Unidos declaró a Moscú como su “enemigo y rival”, e introdujo una legislación sobre la necesidad de apoyar “procesos democráticos” en Rusia. Junto a esta política desarrolla una estrategia de sanciones contra Rusia. Las últimas se conocieron después de la cumbre de Ginebra.
Tono positivo
Resumiendo el espíritu de la reunión, Putin dijo: “La conversación fue muy constructiva. No hubo ninguna hostilidad. Por el contrario, nuestro encuentro se desarrolló con principios. Por supuesto, tenemos diferencias en muchas opiniones, pero, de todos modos, en ambas partes se demostró el deseo de entenderse y de encontrar formas de convergencia de posiciones”.
También el presidente Biden resaltó por su parte “un mutuo interés en cooperar por nuestros pueblos, el ruso y el estadounidense, pero también para el beneficio y seguridad del mundo”. “El presidente Putin y yo hemos tenido una posibilidad, pura y única, de gestionar la relación entre dos países poderosos y orgullosos. Una relación que tiene que ser estable y predecible”, precisó el gobernante.
“Le manifesté al presidente Putin que mi agenda no es contra Rusia o alguien más. Es a favor de los ciudadanos norteamericanos”. “Yo le dije al presidente Putin que necesitamos tener algunas reglas básicas en el camino que todos podamos cumplir… Discutimos en detalle los próximos pasos que nuestros países deben tomar sobre medidas de control de armas, los pasos necesarios para reducir el riesgo de conflictos no internacionales”. “Debo decirles que el tono de la reunión fue bueno, positivo”.
La mostrada de dientes
El escenario presagiaba una sesión hostil. De hecho, pocos días antes, el presidente Biden calificó de “asesino” a su colega ruso. No pocos analistas hablan de un ambiente de ‘guerra fría’, por la estrategia de Washington contra Rusia y China y por los acuerdos del gobernante norteamericano con la OTAN y la Unión Europea en esa dirección. Biden proclamó que llevaría a Putin a aceptar unas líneas rojas que son unos inamovibles.
Los emplazamientos, las conminaciones, las mostradas de dientes del titular del Despacho Oval de la Casa Blanca, no llegaron a la mesa de discusiones de Ginebra. Como lo insinúa el relato de esta misma nota sobre la injerencia de Moscú en las elecciones norteamericanas, una fábula de los servicios de inteligencia, lo que habría sucedido frente a esas líneas rojas es que Putin, como dicen las abuelitas en Colombia, pudo haberle dicho a su homólogo: “no me abra los ojos, que no vengo a echarle gotas”.
En el plano geoestratégico, hay unas consideraciones importantes, entre muchísimas otras: Biden fue quien propuso la reunión, lo que sugiere que Washington necesita una mejor relación con Rusia, más de lo que Moscú necesita a la Casa Blanca. Y Putin llegó con la convicción de que a Rusia hay que tomarla en cuenta para las grandes decisiones mundiales.
En estas condiciones, Putin salió fortalecido, tanto interna como externamente. Biden no puede decir eso. Se le abona la disposición de diálogo, pero enfrenta la oposición del partido republicano, que le saca en cara que entregó las banderas, y de cierta urticaria en las propias filas de su partido.